Creo
que ni en el deporte ni en la política –y menos en su expresión de
guerra- hay enemigo pequeño, aunque se esté muy seguro de la victoria
de nuestra fuerza. Sabemos, por experiencia en el mundo entero salvo en
Cuba desde hace cuatro décadas hacia acá, el dinero juega un rol
sanguíneo en los procesos electorales. La Revolución Sandinista,
teniendo control de todos los poderes políticos, fue derrotada en un
proceso electoral donde el gobierno estadounidense repartió dólares
como monte, y no precisamente a los sandinistas de convicción sino a
los más necesitados que terminan siendo la mayoría de los que votan.
En estos días escuché un discurso de Manuel Rosales, quien de seguro llegará de segundo en el resultado electoral del 3 de diciembre, donde lanzó, nada más y nada menos, que la siguiente perlota: los aviones los cambiaré por hospitales y los fusiles por escuelas.
En la primera percepción eso parece obra de un humanista, pero en
verdad no es así. Es más bien una reafirmación de alguien que resulta
partidario de nuestra sumisión a la esclavitud que nos imponga el
imperio capitalista.
Si
viviésemos en un mundo sin ningún peligro de guerra, de ser víctima el
planeta de hecatombes del más poderoso enemigo que tiene la humanidad
–Estados Unidos-, si nada ni nadie violara ningún rasgo de la
autodeterminación de los pueblos, si estuviese sembrada dando fruto la
emancipación del mundo y la paz no fuese alterada por ningún vestigio
de violencia social, entonces tendríamos que preguntarnos: ¿para qué un
proceso electoral y para qué un presidente? y ¿para qué los aviones y
para qué los fusiles? Pero esa no es la realidad en que se desenvuelve
el mundo. Es más bien lo contrario: contradicciones
antagónicas por todos lados, amenazas y violencia de toda naturaleza,
imposición de políticas coloniales, sometimiento de la mayoría de la
humanidad a la pobreza y el dolor mientras que la minoría disfruta de
la riqueza y el privilegio, guerras imperialistas imponiendo su dominio
salvaje de esclavitud social.
En mi rústica manera de entender la ciencia política la promesa de Manuel Rosales sólo puede tener dos sentidos: primero,
es una demagogia descarada que ni los sofistas serían capaces de
prometerla por utópica desde cualquier ángulo en que se le mire o se
busque entenderla; y segundo, es el resultado de un
serio compromiso con el gobierno de Estados Unidos para desarmarnos
completamente, y de esa forma le sea más fácil imponer todo el esquema
de la globalización capitalista salvaje en perjuicio completo de
nuestra nación y pueblo.
Un
candidato que le ofrezca a su pueblo desarmarlo de sus instrumentos de
defensa es, lo juro por Dios y por Marx, ponerlo en condición de
indefenso y de víctima o presa fácil de los depredadores de la vida
social y de la vida natural. Estamos viviendo la época en que hemos
entrado a la tercera fase del capitalismo, la más atroz, la de la
privatización de todos los órdenes de la existencia humana. Quien
prometa el desarme, cambiar los aviones y los fusiles por servicios que
se pueden construir o mejorar por otras vías y que para eso existen los
recursos, es un desprecio hacia los más sagrados intereses de la patria
y de su pueblo, a su soberanía y su derecho a la autodeterminación.
Si
Manuel Rosales es capaz de prometer cambiar los aviones por hospitales
y los fusiles por escuelas y dejarnos indefensos ante la apetencia y
brutalidad de los imperialistas, nada podría hacernos dudar que vaya a
entregar, pacífica y gratis, todas nuestras fuentes de energía, toda
nuestra riqueza en materia prima, todos nuestros derechos, y quedaremos
a la deriva y desprotegidos en el tormentoso mar de la globalización
capitalista salvaje.
Precisamente
hay que creer en un candidato que prometa salir de la chatarra militar
y adquirir una moderna para estar en capacidad de resistir ante
cualquier impostor que se atreva pisar nuestro sagrado suelo para
esclavizarnos. Hacer eso es un deber al mismo tiempo que construir
hospitales y escuelas como mejorar los que ya existen. El pueblo esto
lo sabe y por eso mayoritariamente votará por Chávez.