Volvamos a los griegos de la Antigüedad, aunque alguna herencia deben albergar sus descendientes actuales a pesar de estar atrapados como se hallan en la demoníaca vorágine de los capitalistas.
Aquellos griegos, paisanitos de Arquímedes, de Perícles, etc. y más etc., se erigieron como dioses, y los sobrevivientes de la correspondiente generación que empezó a valorarse por escrito en tal sentido, luego de dominar las principales ciencias de marras, la Matemática y la Filosofía, terminaron infiriendo-a su escala-que así debía ser Dios, un dominador de la Naturaleza, creador, dueño y contralor de sus propias creaciones.
Efectivamente, a los logros que ha alcanzado el hombre cuando descubre las leyes físicas del movimiento, del cambio, cuando se convierte en técnico para cubrir las necesidades de unos 7.542.828.679 habitantes (al momento de escribir estas líneas), por esos logros se asemeja a Dios, se le acerca aunque con pasos "festinantes", en todo caso[1].
En general, los hombres de ciencia y sus máximos intérpretes en la praxis, es decir, los trabajadores, tienen una innata tendencia a convertirse, a transformarse en Dios en la medida en que vayamos resolviendo los problemas de la convivencia, de la paz holística-entre los hombres y los recursos de su entorno-, y convivencia para elevar al infinito nuestra capacidad laboral aplicada a la creación de la riqueza derivada de la Tierra que no es otra cosa que la adecuación y amoldamiento de los recursos ofrecidos por la Naturaleza, por Dios, al mejor reparto, uso y perfeccionamiento constante de nuestras creaciones.
Somos los creadores del pan porque no hay planta vegetal alguna que los haga; somos los creadores de las sabrosísimas cachapas-misma que hoy desgraciadamente echadas a perder por los vecinos de nuestro occidente cuando, libremente, sin un gobierno regional ni local que les haya parado el trote, empezaron a vender maíz reseco quebrantado mezclado con alta proporción respecto a los jojotos o maíz tierno usado y preparado en las calles sin control sanitario alguno de parte de la Unidad Sanitaria de Valencia.
Hoy albergamos una inevitable e involuntaria desconfianza tan justificada como para no comprarle a nadie jamás una cachapa ya que presumimos una alta probabilidad de que sus hacedores comerciales quedaron muy contaminados con ese flagelo del colombobachaquero, artífice demoníaco de esa porqueriza que fue vendida-repetimos-sin control sanitario alguno y sin ninguna sanción a semejantes plagas comerciales.
Y somos los creadores de todos los bienes que conforman la riqueza que hoy llena nuestros mercados y las bodegas y almacenes clandestinos de los acaparadores a quienes todavía no vemos recibiendo las merecidas sanciones que debe recibir toda persona destructora de la obra de Dios.
[1] Cuando la Biblia nos invita a amar a nuestros semejantes, creados a semejanza divina, no puede decir otra cosa que, como dioses individualizados, lo amemos a él, valga el retruécano.