Carajo, ¿Cómo voy a salir de este laberinto?" (VI)

El Libertador Simón Bolívar, en su afán por recuperar la salud emprende viaje para la casa de una finca situada en el cerro La Popa. La primera jornada es a Turbaco, pero una lluvia inclemente y los dolores en el bazo, el hígado, la persistente fiebre y su postración obligan llevarlo a la Villa de la Soledad, en donde permanecen los meses de octubre y noviembre. La primera noche en Soledad sufre un ligero vahído, se sintió tan mal que aceptó lo viera un médico; pero con la condición de que no lo examinara y no pretendiera darle algún remedio a beber. Entonces vino el Doctor Hércules Gastelbondo y sólo lo que hicieron fue charlar. El doctor era un anciano comprensivo, plácido y muy paciente, con gran incredulidad a los medicamentos. Establecieron una buena relación y el Doctor Gastelbondo lo siguió visitando hasta que viajó a Santa Marta. El mayor inconveniente para el Libertador era caminar con seguridad. Un día cuando se disponía bajar solo las escaleras, se le desvaneció el mundo, más tarde dice Bolívar: "me caí de mis propios pies, sin saber cómo y medio muerto". La soledad y la ingratitud de sus amigos le provocaron una profunda melancolía y un gran decaimiento de ánimo, se agravó su enfermedad "catarro pulmonar descuidado" El 1º de diciembre Bolívar se embarca rumbo a Santa Marta en el bergantín "Manuel" de propiedad del español Joaquín de Mier; iba escoltado por la fragata "Grampus" de los Estados Unidos que tenía abordo a un buen cirujano, el Doctor Night. El General Montilla vio el estado de lástima en que se encontraba el Libertador y consultó a su médico local. El Doctor Gastelbondo le dijo "no creo siquiera que soporte la travesía" El movimiento del barco en la última parte del viaje afectó mucho al pasajero. Llegaron en la tarde a Santa Marta, lo bajaron del barco en silla de manos y lo alojaron en la casa de la Aduana. Don Joaquín de Mier recuerda "la criatura de pavor que desembarcaron en andas, apenas con un soplo de vida, su mano ardiente, su aliento arduo"

En los días siguientes se aliviaron algo la tos, el dolor en el pecho y el insomnio. Tan pronto llegó a la casa de la Aduana lo atendió el Doctor Alejandro Próspero Reverend, el médico francés de Santa Marta. El Doctor Reverend y el Doctor Night no se pusieron de acuerdo, el primero estaba convencido de una lesión pulmonar y el segundo que era un paludismo. El día 6 lo llevaron al campo, a la quinta de San Pedro Alejandrino. La primera noche durmió bien y al día siguiente restablecido de sus dolores hizo un recorrido por los trapiches y el día 10 completamente despejada su mente dictó cartas, hizo testamento y dictó su última proclama. Lo visitó el obispo Estévez a puerta cerrada durante 14 minutos. El obispo salió descompuesto, se va y no vuelve a visitarlo; ni asiste al entierro. ¿Qué sucedió? Nadie lo supo. Después le dice a su sirviente, José Palacios "Carajo, ¿Cómo voy a salir de este laberinto?" Poco después en uno de sus delirios le vuelve a decir a José Palacios "Vámonos, vámonos… esta gente no nos quiere en esta tierra… vámonos muchachos… lleven mi equipaje a bordo de la fragata" Aquí vale la pena transcribir un fragmento de la novela escrita por el colombiano, Premio Nóbel de Literatura, Gabriel García Márquez, "El General en su laberinto" (1.989) quien toma del Doctor Reverend: "No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos, yo que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo. Lo que sí está demostrado es que el arreglo de los asuntos de la conciencia le infunde al enfermo un estado de ánimo que le facilita mucho la tarea del médico". De pronto exclama Bolívar "Carajo ¿Cómo voy a salir de este laberinto?

Y con una mirada lánguida examina el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineludible del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final. Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salvé de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva, cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse" Más tarde sufrió Bolívar una recaída súbita de la cual no se volvió a recuperar. Después se extinguió lentamente su vida, turbadas sus facultades mentales, eran frecuentes el desvarío y los delirios y murió a la 1 de la tarde del día 17 de diciembre a los 47 años de edad, rodeado de su médico, sus amigos y su séquito de militares.



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José M. Ameliach N.


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