Dislocación profunda

Estuve tentado a elegir la palabra destrucción, tal vez un tanto estridente para no decir amarillista. Entre esa expresión y dislocación media una atenuación de significación que vale la pena considerar: ¿está el país destruido? ¿es una situación de dislocación profunda en los estamentos básicos que conforman el entramado social, político y económico de nuestra nación? Las respuestas a estas dos preguntas –en caso de hacerse una consulta en la calle cual reality show— seguramente pasarían por el tamiz de la polarización. Pero ya existe un consenso, nadie niega la crisis que padece Venezuela en diciembre de 2017.

Las diferencias se forman en cuanto discutimos causas, responsables y dimensiones. Allí se enseñorea la polarización política del presente, ese esquema mental que tanto hace daño a los ciudadanos que no ven lo que ocurre, sino que perciben sus deseos políticos como hechos consolidados. Los dos discursos polarizados los hemos oído a cada momento: guerra económica, el imperialismo y la derecha endógena y unas circunstancias difíciles que ya está estamos superando. Así responden los rojos rojitos. En la acera de enfrente, la oposición grita que el gobierno no sirve, el socialismo fracasó, un modelo económico agotado, incapacidad y corrupción, en fin, Maduro como suma de todos los males presentes, pasados y los que vendrán. La única escapatoria: el gobierno debe salir ya.

Pero la realidad es terca, dijo un extinto compañero de calvicie. No se le puede adoctrinar, siempre se impone por encima de discursos, intenciones y acciones. Así de simple. Alguien dijo por allí, como ejemplo, que la economía no se gobierna con decretos o leyes, ni responde al látigo. Sólo políticas públicas bien meditadas, ya probadas en otras latitudes hace tiempo y que deben recibir el apoyo de la mayoría de la población puede llevarnos a la superación de la crisis profunda que vivimos. Pero eso no se ve en el horizonte inmediato. Lo que padece la nación es el fracaso de la gestión gubernamental y, en una sociedad democrática, no se concreta hasta ahora la posibilidad de que los ciudadanos nos demos un nuevo gobierno. Porque solo nuevos actores políticos pueden evitar el colapso en ciernes.

Entonces, ¿qué podemos esperar?

No voy ejercitar análisis de escenarios. No. Les dejo esa atarea a los especialistas, estimo un aspecto un tanto mas espinoso: nuestra incapacidad colectiva para lograr acuerdos nacionales en puntos cruciales en el funcionamiento de nuestra sociedad. A estas alturas del siglo XXI padecemos del mismo mal con que se inició la República por allá en los años treinta del siglo XIX: no tenemos un proyecto nacional de consenso. No nos ponemos de acuerdo para nada, ni siquiera para botar los desperdicios sólidos. Así de simple: los venezolanos no hemos logrado encontrarnos en un proyecto de país que nos una.

A estas circunstancias las denominó Briceño-Iragorry crisis de pueblo. Vamos a citarlo por si alguien lo duda: "Y justamente no somos ‘pueblo’ en estricta categoría política, por cuanto carecemos del común denominador histórico que nos dé densidad y continuidad". No voy a explicar las raíces de esta condición poco honrosa, les recomiendo leer "Mensaje sin destino" para que cavilen un poco sobre ello.

Y aquí llegamos al meollo del asunto: no podemos seguir discutiendo lo superficial, debemos comenzar a consensualizar el tipo de país que queremos construir. Tenemos tres ejes centrales para comenzar. Todos deseamos una democracia que vaya más allá de los ritos formales del voto, un modelo político que construya mecanismos permanentes de participación ciudadana en las políticas públicas (consulta, aprobación y control). Estamos de acuerdo que debe existir una economía productiva de mercado con inversión privada y social para superar los males heredados de más de un siglo de rentismo petrolero. También existe una mayoría consolidada que opina que el estado debe reducir su tamaño y centrarse en sus deberes esenciales: control político sobre la economía de mercado, protección social a los ciudadanos y gestiones gubernamentales que consoliden servicios públicos eficientes.

Esta agenda es común a la mayoría del país, del lado rojo, rojito y de la oposición multicolor. Es obvio que debemos reconocer que los sectores (económicos y políticos) que han controlado hasta ahora al estado han tenido sapiencia para hegemonizar al país. Pero estamos llegando a un fin de ciclo y el país desea que surja un nuevo liderazgo que construya fuerzas políticas que intenten refundar a la nación. Ni el Polo Patriótico o la MUD sirven para sacarnos del atolladero. Lo han demostrado en demasía.


En caso de que fracase esta nueva generación de dirigentes lo que queda es que pasemos de la dislocación actual a un proceso degenerativo que nos conduzca a caminos impredecibles de calamidad nacional. Ya hay síntomas en el ambiente, se respiran los humores putrefactos de un estado en camino de ser fallido. Es hora de dejar la polarización en el pasado y comenzar a gestar un país que tenga densidad y sentido de continuidad política e histórica, como decía nuestro querido Briceño-Iragorry. Es hora de que comencemos, es urgente después de dos siglos de engaños y fracasos.



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Nelson Suárez

Docente/Investigador Independiente (Literaratura, Ciencia, Tecnología y Sociedad)

 suarez.nelson2@gmail.com

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