Rómulo Betancourt, Ismael García, Felipe González, Lucio Gutiérrez, Luisa Ortega, José Antonio Páez, Rafael Ramírez, Andrés Velázquez… La lista es fatigosa. Omito nombres por el aprecio que les tuve y en casos tengo aún. Polvo cósmico. Son mis guías. En serio. ¿Me volví loco? No. Sí. Ya va.
Me señalan el rumbo que NO hay que seguir. Es dramático y triste. No sé si se sienten mal, pero sí sé que yo sí me sentiría pulverizado. Mil heroísmos despilfarrados, como si me alzara a mí mismo en peso, cual barón de Münchhausen, y me tirara a la basura. OK, hoteles cinco estrellas y restaurantes de tres, un Aston Martin, un desayuno en Tiffany’s, la prestancia de Carolina Herrera o de María Corona Machado, trajes a la medida y demás lujos que a esta edad no sé siquiera que existen, «a despecho de mis manos de marqués», cual decía el Divino Rubén, perlas de Ormuz incluidas, tan sublimes que ni existen. Naufragaron por esas destilaciones o por nuevorriquismos deprimentes, como un ajedrez de oro. Aunque casi siempre solo hay limosnas. De todos modos parece que vale la pena, a pesar de su ansiedad sin modales. Uno quisiera lanzarles un cordel a ver si emergen del charco, pero no se dejan. En las películas de mi infancia no había que menearse en la arena movediza porque el hundimiento se apuraba. Esas arenas ingenuas ya no existen, ahora son peores y sus víctimasse agitan más para hundirse más rápido.
En su genial obra Rinocerontes, Ionesco relata cómo la gente se va convirtiendo en rinocerontes, en una metáfora de cómo tanta gente fue zozobrando en el fascismo. Porque he terminado preguntándome cuándo me va a tocar a mí esa muerte en vida.
El salto de talanquera es de una espectacular tristeza. En Venezuela conocemos ese circo sórdido desde por lo menos el final de la Independencia. Uno pierde un tiempo precioso mientras discierne si hay salto o prudencia. Mi primera adolescencia estuvo enchumbada de la consternación de militantes de mi familia tratando de deslindar si Betancourt estaba dejando el partido en la estacada o evitando que lo tumbaran como a Rómulo Gallegos hace ya 70 años.
@NicolasMaduro declaró a la muerte de Chávez que había que conjurar el maleficio de la traición. No es mala idea.