Antes del acelerado desarrollo del capitalismo venezolano, es decir, del capitalismo parasitario y rentista por excelencia, años 50, siglo pasado, los pobres no se morían de hambre. Por ejemplo, el Mercado Principal, del centro de Valencia, sito entre calles Comercio y Constitución, a dos cuadras de la Plaza Bolívar, operaba con tres horarios en materia de niveles de precios:
1.- Para los comerciantes al detalleo, con productos de primerísima calidad y sobre todo muy frescos porque todavía la tecnología de refrigeración no estaba al servicio del gran lucro comercial.
Las casillas comerciales internas y externas de ese mercado necesariamente debían realizar diaria y máximamente todo su inventario en materia de productos perecederos, verduras, carnes y afines.
Por supuesto, ese mercado, a pesar de sus cercanías a la zona urbana de Camoruco en las adyacencias de la Plaza bolívar no era visitado sino por comerciantes y los mensajeros de las familias, muchas de las cuales nacieron, crecieron y murieron si haber conocido ni pisado el sur, ni el este ni el oeste dicha Plaza.
2.- A las 11 a.am entraba el nivel de precios de remate. Tenía como clientes familias y comerciantes de bajo capital que debían conformarse con mercancías de segunda, cortadas, magulladas, feítas, etc., pero a precios accesibles, y
3.- A eso de la 12 merídiem arrancaba el nivel de bienes regalados para los indigentes en general o para una que otra gente tacaña que nunca ha faltado en estas sociedades.
Los niveles 2 y 3, como vemos, tenían como precio la humillación sufrida por ambas clientelas, una semisolvente y la otra insolvente, tal como la confronta el cliente de las carnicerías cuando pide "carne de la buena" que no es otra cosa que carne con la menor cantidad de proteínas por peso.
Se trata de carnes de tercera calidad procedente de ganado de bajo costo de crianza, con pastos nutricionalmente débiles, a diferencia de las carnes superior y óptima que son, respectivamente, carnes de segunda calidad y primera calidad.
Asimismo, las telas, los zapatos, la prensa, las revistas, los teatros, las comidas prefabricadas, los centros de estudio, los libros de texto, docentes, ambientes estudiantiles, transportes, etc.
Los servicios médicos, las medicinas, las enfermeras, las dietas alimentarias, etc. Es que todas las mercancías se dividen en de primera, segunda y tercera calidades y de allí que mientras más baratas sean, no es precisamente para llegarle hasta el último de los comensales, sino porque se trata de valores de uso de menor valor de fabricación, con las peores materias primas, peores maquinarias, etc. Todos esos usuarios, valga destacarlo, quedan connotados como personas inferiores porque así lo señalaría su bajo poder adquisitivo.
El precio de esas mercancías es la ingesta y/o uso de paupérrima calidad, de menor duración con lo cual deben ser rotadas más frecuentemente y con ello terminan saliéndoles más caras a sus usuarios, a sus compradores.
No en balde podemos repetir el prejuicio popular según el cual "lo barato sale caro".