Los procesos electorales tienen entre sus características formales un ámbito de acción, que se define por un espacio concreto y un tiempo de realización, que se convoca, coordina y se responsabiliza bajo un sustento de legalidad, determinada por unas competencias establecidas en el ordenamiento jurídico sobre la administración electoral de unos procesos políticos que giran alrededor del voto…
Las campañas electorales se convierten en espacios motivadores para que las personas que se convierten en electoras y electores, ejerzan el derecho al sufragio a favor de las candidaturas que se presentan y desean obtener más votos que las y los demás competidores y obtener el cargo de elección popular que estaba en disputa…
El hecho es que la realidad política electoral genera tendencias, simpatías y antipatías en el imaginario colectivo, que en algunos casos produce dos perspectiva totalmente antagónica: el triunfalismo y el derrotismo que tienen ciertas especificidades, pero que tienen en común en que generan una subestimación del voto, que producen una alta posibilidad de generar una abstención activa, cuando se deja de creer en el valor del voto, cuando aseguran y creen que la totalización de los votos van a tener unos resultados determinados…
El triunfalismo se caracteriza por una posición exageradamente optimista en que el triunfo es solo una formalidad porque ya se ganó y que no existe ningún escenario posible en que se pueda perder y ésta "atmosfera ganadora" logra minar el interés por votar en aquellos sectores considerados como "los votos no duros" y los hacen decir: "para que voy a ir a votar, mi voto no hace falta, mi candidato no pierde, ni que le hagan trampas", "mi candidato está demasiado cómodo en las encuestas, no le hace falta mi voto"…
El derrotismo implica toda una posición exageradamente pesimista, es no creer que tu candidata o candidato a un cargo de elección popular tenga posibilidades reales de ganar, es considerar: "para que voy a votar, si ya el mío perdió", "el otro candidato no pierde con nadie" y genera una abstención y abandono a no involucrarse en la batalla electoral para no participar el día de la votación, o que también se dan algunos casos en que se presentan a su centro de votación pero votan nulo de manera ex profesa…
Todo conduce a realizar una reflexión sobre el comportamiento electoral basado en una supuesta percepción sobre la creencia de que van a ocurrir unos determinados resultados irreversibles, cuando aun no ha llegado el día de las elecciones, ni tampoco se han dado los resultados oficiales por parte de los organismos electorales competentes, por lo tanto, la emocionalidad siempre será un elemento estratégicamente clave para visualizar las conductas y tendencias de las electoras y electores, que actúan de acuerdo a expectativas y no sobre realidades concretas…
En Venezuela, el voto no es obligatorio, lo que nos permite crear 2 categorías: "el voto dogmático" es el ejercicio del derecho al sufragio sin importar expectativas y percepciones, lo cual se conoce como el voto duro y comprometido, que nunca dejan de votar, independientemente de la oferta electoral…situación que es difícil hacer ésta clasificación en los países en que el sufragio es un deber…y por el otro lado, está "el voto pragmático", es aquel que se caracteriza por una ausencia de lealtades políticas, que en algunos casos pueden votar por cualquiera, y son aquellas personas que cuando una encuestadora le preguntan si van a ir a votar o por quien van a votar , quedan en el grupo de "no saben, no responden", además, de no sentirse políticamente comprometidos y subestiman el valor de sus votos…
El voto es una opinión política y el comportamiento electoral universal siempre se ha balanceado en un péndulo entre la racionalidad y la emocionalidad.
