Confesión de un Obispo (VIII)

Monseñor Baltazar Porras, varios días antes del 11 de Abril de 2002, estuvo muy activo en reuniones con los golpistas de Estado al Presidente Hugo Chávez, para dar sus últimas directrices; y decide dejarlo muy claro en su escrito. Es así como lo comenta.

"Al poco tiempo apareció uno de los militares de confianza, quien le indicó al Presidente que debía cambiarse la ropa militar. Nos trasladaron a una oficina cercana que tiene una habitación anexa. En ella habían colocado el maletín que traía el Presidente. Cuando entró a la habitación, los pocos militares que se encontraban allí preguntaron si habían revisado el equipaje, a lo que respondieron que no; en ese momento dieron orden al soldado que custodiaba la puerta de la habitación que la entreabriera y observara todos los movimientos que se dieran en la parte interna. Pasados unos minutos, salió el Presidente con un mono deportivo y botas nuevas de paseo. Luego, bajamos en otro ascensor. El Presidente se levantaba sobre la punta de los pies y nos decía: ¡me quedan bien, verdad! En esta oportunidad ya no vimos a ningún General. Seis o siete Coroneles o Tenientes Coroneles nos acompañaban. En contraste con la llegada, aquellos inmensos pasillos estaban vacíos. Salimos a otro lugar, un estacionamiento, donde lo esperaba un vehículo Toyota.

EL JUEVES 11 DE ABRIL

Una vez en la sede de la Conferencia me informaron sobre los acontecimientos de los últimos días. La situación era, por demás confusa y no se tenía más datos que los que todo el mundo manejaba, basados en lo que los medios trasmitían. Los despidos de altos directivos de PDVSA, en vivo y directo por TV, en forma por demás burlesca, exasperaron más los ánimos e hizo crecer la tensión social. En reunión con el Sr. Cardenal Velasco establecimos la conveniencia de convocar a los miembros de la Presidencia y a los de la Comisión Permanente para una reunión extraordinaria urgente, para el miércoles 10 de abril a fin de analizar la situación. Una buena parte de los convocados contestó inmediatamente. Algunos no consiguieron cupo en los aviones. Otros manifestaron la conveniencia de permanecer en sus sedes, pues la situación en el interior del país era reflejo de lo que estaba pasando en Caracas. La reunión se realizó con los miembros que pudieron llegar. En ella se analizó lo que sucedía no sólo en Caracas, sino también la tensión que se vivía en toda Venezuela. Se elaboró un comunicado que yo leería al día siguiente, 11 de abril, en horas del mediodía, en rueda de prensa desde la sede de la Conferencia. El día jueves 11, tuvo lugar la multitudinaria marcha que se dirigió desde distintas zonas de la ciudad hacia una zona céntrica de Caracas. El Cardenal Velasco me llamó en la mañana de ese día para solicitarme que lo representara en un encuentro-almuerzo con el fin de darle la bienvenida al nuevo embajador estadounidense. La reunión estaba convocada para las once de la mañana en una quinta del Country Club, propiedad del señor Gustavo Cisneros. Me dirigí a la cita. Dejé mi celular con las secretarias porque tenía previsto regresar inmediatamente para la rueda de prensa. Fue una ingenuidad de mi parte, pues quedé incomunicado. En el encuentro estaban representantes religiosos Judíos y Evangélicos, y mi persona. También, los directivos de los principales canales de televisión caraqueños. Entre los políticos, se encontraban el alcalde señor Alfredo Peña y el Dr. Luis Miquilena. El Embajador Shapiro, quien apenas tenía en el país menos de un mes, llegó con dos o tres asistentes.

En la sala principal, había una pantalla de televisión que era el centro de atención de todos los presentes, dada la magnitud de la manifestación popular. La preocupación comenzó cuando la marcha se dirigió hacia el centro de la ciudad. Se adelantó, entonces, el sentarnos a la mesa. El anfitrión dirigió unas palabras y luego todos fuimos invitados a decir algo. Prácticamente dijimos lo mismo, desde la perspectiva particular de cada quien: bienvenida, llega a un país en situación convulsa, necesidad de trabajar por la paz y armonía de los venezolanos. La comida fue servida con rapidez. Apenas la probé. Había tensión y se recomendó que cada uno regresara cuanto antes a su domicilio porque se tenía información de que se estaba activando el Plan Ávila. Los que no teníamos idea de qué se trataba, fuimos ilustrados de que estaba en acción el primer paso, la llamada operación laberinto: dar órdenes disímiles a cada organismo de seguridad o protección al ciudadano para impedir que la gente se trasladara de un lugar a otro, incluidas las entradas o salidas de la ciudad"



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José M. Ameliach N.


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