Si la unidad de los revolucionarios pretende ser convertida en un acto de sumisión y obsecuencia que avale todas las lacras de este proceso que favorecen a fin de cuentas a los enemigos históricos de nuestra Venezuela, no cuenten con este que está aquí. Yo sí quiero unidad, se necesita unidad, es imprescindible la unidad del pueblo venezolano, pero debo dejar en claro a qué estoy unido, a qué no, por qué y para qué. No soy un yoyo con el cual juega un niño malcriado como esos hijos únicos que se creen la última limonada del desierto, sino el vástago menor de una familia trabajadora que me debo solo a mi clase, a mi pueblo y a mi Patria, sí señor, y a quien le guste, que con su pan se lo coma, y a quien no, que no se lo trague. Y aquí voy, pues, con el tema de la unidad.
Ya una vez tuve que discutir el asunto: unidad y unanimidad son dos cosas diferentes. Unidad es permanecer juntos por objetivos superiores, sin dejar por ello de reconocer y procesar nuestras diferencias. Es necesaria, y posible solo en esos términos. Unanimidad es estar todos de acuerdo en todo, lo cual es absolutamente imposible en este mundo del caos y de la incertidumbre, en esta sociedad compleja, y en medio de la eclosión de múltiples contradicciones, sobre lo cual escribí hace unos días. Creo en la unidad nacional en el terreno de la contradicción principal, la que nos enfrenta al imperialismo y sus aliados en defensa de nuestra soberanía. Unidad en el debate, debate en unidad. Por supuesto, en ese debate algunos tienen las ventajas del poder, otros tenemos el poder de la palabra. Nadie va a renunciar a su poder, tampoco yo. Todos usan su poder, también yo. Vámonos de catálogo.
Me uno al pueblo llano que anda pasando las de Caín para vivir (que es mucho más que sobrevivir), no al aprovechador que usa al "chavismo" para su beneficio individual sin importarle la suerte de los demás. Me uno al funcionario honesto que hace su trabajo con eficiencia y probidad, no al corrupto que roba en nombre de la Revolución. Me uno al funcionario que escucha al pueblo y se funde con él para alcanzar sus metas, no al burocrático empoderado que se encierra en su burbuja con sus amigotes y sus conmilitones. Me uno al ciudadano que trabaja en su comunidad para el beneficio común y no al jefecillo político local que anda tallando su futuro personal y soñando con cargos y prebendas. Me uno a cualquier hombre o mujer tolerante, sin reparar demasiado en sus creencias y que esté dispuesto a reconocer el pensamiento distinto del otro como un derecho y hasta una necesidad, y no al sectario que se cree dueño de la verdad y que está por encima de los otros en pensamiento y acción. Me uno a todo aquel que pondere como imprescindibles el conocimiento, la educación y la cultura, y no al que promueve la ignorancia y la ausencia de luces (en el sentido que uso el término El Libertador). Me uno al de mente abierta, al creativo, al imaginativo, y no al dogmático, al cabeza de ladrillo, al que vive de consignas e ideas fijas. Me uno al arte y a la poesía, no al pragmatismo y la tecnocracia. Me uno a quienes participan del debate dialéctico que surge de las inevitables contradicciones de todo tipo que existen en la sociedad en general y en el movimiento revolucionario en particular, y no a los conformistas y promotores del pensamiento único.
Me uno a los palestinos, a los sirios, a los catalanes, a los latinoamericanos, a todos los que luchan contra la hegemonía del imperialismo y sus aliados, y no a los traidores que piden la intervención imperial en las naciones soberanas. Unidad contra el imperialismo, lucha en todos los frentes internos y externos, batalla sin cuartel contra lo viejo y por lo nuevo, victoria si la construimos y nos la merecemos.