Me crié entre narradores natos. La mayor parte de nuestro tiempo, sobre todo en las noches, la pasábamos escuchando cuentos o "cachos". En mi barrio, la luz eléctrica llegaba a la seis de la tarde o siete de la noche, se iba a las diez. Esta circunstancia hacía que, salvo las noches que Pancho Pepe Cróquer y mi primo Foción Serrano, a quien luego llamaron en Maracay "El Tigre Mayor", transmitían el juego de beisbol de la liga profesional caraqueña, que malamente llamaban "Nacional o venezolana", por emisoras de la misma ciudad, dedicásemos nuestro tiempo escuchando a los portentosos narradores de mi barrio que no contaban cuentos de otros sino los creados por ellos mismos o escuchados a otros narradores de los mismos espacios. Era un poco eso que los "cultos" llaman la tradición oral. Salvo las noches de jugar la "Salúa", "el venado", "escondío", "muchacho y los bandidos", aquel de cuando uno decía "¡comán!" a quien agarrase desprevenido, igual que aquel de sorprender a alguien, previo acuerdo, sin las manos en los bolsillos, lo que le daba a uno derecho a despojarlo de cuanto tuviese en ellos, casi siempre estaba escuchando cuentos. De estos habían de distintos tipos, como los de terror de entonces que eran sobre el "Hombre Encapotao", "La Llorona", "Jinete sin cabeza" y los casi angelicales, no de hadas madrinas, ni "Cenicienta y los siete enanitos", porque en mi barrio cumanés los narradores eran como demasiados creativos y originales, sino sobre el "Abuelito del Mar". Tanta fue la influencia sobre mí que, acerca de este solitario y bello personaje, creado por los narradores y creativos nuestros, escribí acerca de él en un libro que se ganó el premio nacional de narrativa del IPAS-ME 2010. Además de las historias sobre perros de agua del rio Manzanares y delfines, toninas que rescataban náufragos allá lejos, más allá de aquella línea del horizonte donde del mar parecía quebrarse. Recuerdo al narrador, advirtiéndole a uno mientras contaba una de esas historias, "ya saben, si se ven montados sobre una tonina que llega a rescatarlos, después que el bote se haya hundido, no se les ocurra agarrarle las tetas". Y el pararse frente al mar, mirar al infinito, hasta donde el mar se vuelve como un lomo recto e imaginar lo que estaba allá atrás y, entre todo, ver venir a los amigos pescadores de uno con una carga enorme para que comiésemos todos.
Por eso me hice aficionado a la narrativa, me fascina y me distrae. No me sucede lo mismo con la poesía, de la cual suelo entender poco, más si trata de poetas que hacen lo posible para que la gente común como uno no les entienda. Algo de esto lo leí en unas declaraciones del muy irónico y gran poeta argentino Jorge Luis Borges.
Todo lo anterior viene a cuento – esta palabra la escogí de manera deliberada, no me saltó del teclado – por el asunto que encierran las cercas del nuevo "Cono Monetario", los "Precios Acordados" y la escala salarial. Que son, además de cercas, empalizadas y por tanto como endebles, en mi natural incredulidad, como cuentos o historias para pasar el tiempo o llamar al sueño.
He leído ahorita mismo un artículo que pareciera la repetición de uno que leí dos días atrás, pues ambos hacen comparaciones con el salario en dólares de los trabajadores de China y Vietnam. No sé si uno se copió del otro, eso es asunto que los respectivos autores deben dilucidar, pero si sé que parecen un bello cuento. Tan bello como el mismo que me he forjado, sin viajar a esos dos países asiáticos, como soñados para uno y hasta llenos de cuentos y fantasías, inspirado en los narradores de mi barrio, haciendo un cálculo matemático simple, como una regla de tres, entre lo que gano por pensión del seguro –la que logré después de haber trabajado más de 40 años y pagado más de 3 mil 500 cotizaciones – y lo que debería ganar partiendo del salario mínimo por mi jubilación de Docente V y ex-director, el mayor rango al cual podía llegar un docente no afecto a ninguno de los dos partidos del puntoifijismo, después de largas luchas del magisterio. A eso tendría que agregar otros beneficios inherentes al jubilado, distintos al salario. Después de esos cálculos llego a una cifra en Bolívares soberanos, que por vainas de viejo, siempre apegado al pasado, le agrego los cinco ceros que restó el nuevo cono monetario y tengo una cifra en Bolívares, aunque sea de los viejos, esos que llamaron fuertes, casi astronómica. Me pierdo entre tantos números y al final me siento como si hubiese pasado una larga noche de cuentos. Hay tantos ceros de por medio, redondos como la arepa, esa que "redondita hacía mi abuela", que termino enrollado.
Después de escuchar ese cuento, como cuando escuchaba los del "Abuelito del Mar" o los relativos a las habilidades de "Tío Conejo" y comparo con los "Precios Acordados", que uno no sabe entre quienes ni hasta cuándo, que hasta aquél se parecen, por lo esquivos y escurridizos, quedé embelesado pues. Como piensa Maduro me va a quedar para comprarme mensualmente unos cuantos gramitos de oro por correspondencia. Digo así, porque uno no va a recibir su oro, ese que pagó, sino un certificado, una carta pues; y por eso le llamo por correspondencia. Lo que es además como un sueño…….digámosle paralelo.
Ya escuché estos últimos cuentos, que pese les escucho ahora en mi vejez, me parecen tan lindos, subyugantes y hasta tranquilizantes como aquellos que contaban en mi barrio narradores sin par y con talento de sobra. Por eso, ahora voy a dormirme y dormiré las noches que siguen hasta que anuncien la manera aplicar las tablas salariales, lo que está en Ley y ver cómo se comportarán los precios y eso del anclaje del salario al valor del precio del petróleo, sin tomar mi media pastilla de Alpram o una de 0.5. Por ahora no me hace falta, es tanta mi tranquilidad que pareciera haber vuelto al pasado, allá a mi barrio pequeño y humilde de pescadores, donde nadie tenía mucho, sólo unas pocas cosas, como unas velas para las noches sin luz o un poco de aceite de coco para la lámpara, bastante jabón azul que fabricaban en el barrio mismo y lo poco era de todos. Eso sí, teníamos el mar abierto que era nuestro, sin empresarios de pesca que se robasen los productos que él nos prodigaba en abundancia o gobierno que organizase la pesca para que, en lugar que nosotros comiésemos abundantemente, se lo llevasen para venderlo al mejor postor. Y además teníamos al "Abuelito del Mar", que era exclusivamente nuestro y aquellos adorables, casi mágicos, creativos o mágicamente creativos e inagotables narradores.