"La clase obrera va al paraíso", título de la película del italiano Elio Pietri, parece ajustado para hablar de la dirigencia obrera venezolana. En un trabajo crítico sobre la película se dice lo siguiente: "¿Existe el paraíso para la clase obrera? Lo más tenebroso es que seguramente no, que está condenada a un eterno purgatorio trabajando a destajo para conseguir apenas unos momentos de falsa felicidad."
Si bien lo que se dice en lo citado parece ser muy cierto, tanto que nuestro gobierno intentando llevarnos al "Paraíso", sin brújula, GPS y hasta sin intención de preguntar a nadie se halle en el camino, no obstante uno se siente como tentado a creer que la dirigencia sindical, no pareciera estar dentro de ese purgatorio. Y nos referimos a toda, como si los mencionásemos a todos, oficialistas y opositores. Por supuesto, en este caso como siempre, hay excepciones.
Pareciera ser que quienes esos gremios dirigen estuviesen en el paraíso, mientras sus simples afiliados, hundidos en el purgatorio y hasta el infierno. Y si no están en el paraíso, porque para entrar allí las reglas son estrictas, si parecieran estar en la luna o silbando iguanas, lo que siempre ha sido una manera de estar en el medio pero pasando desapercibido.
Pero el comentario citado sobre la película de Pietri, es todavía como muy comedido, pues habla de momentos de falsa felicidad, lo que entre los trabajadores venezolano eso no sucede, salvo que nos creamos el cuento que libramos una gran lucha por grandes conquistas que en algún momento nos pudieran instalar en la felicidad o el "el paraíso". En este caso estaríamos como reescribiendo a través de la historia venezolana, el discurso oficial y cierto sector político y sindical, una versión de "El Quijote".
Una oficina gubernamental que se llama ONAPRE, supongo que es "Oficina Nacional de Presupuesto", dependiente del Ministerio de Planificación, bajo el tutelaje de ese genial personaje que planifica todo lo relativo a la economía venezolana y cuyo mejor y destacado laurel es todo lo que vemos y sufrimos, optó por decidir lo que en la llamada "Reconversión Monetaria" debe ganar cada trabajador al servicio del Estado, sin importar la instancia, nivel, años de servicio, derechos del trabajador y menos los contratos colectivos. Cosa por cierto, según Mario Silva, que carece de importancia, dado el caso que "nuestra revolución" está como salvando al planeta y esto ya es suficiente para subliminar las calamidades, sintiéndonos libertadores. El planificador, más que eso, se está comportando como un toro de lidia que ya antes fue lidiado y se lleva por delante lo que sea, sin dejarse distraer por el capote. Tanto que los tabuladores salariales los ha vuelto astillas que se riegan por el redondel. Si alguna vez ha habido razón para acusar al gobierno de ponerse al margen de la Ley es ahora, cuando desconoce los contratos colectivos que están por encima de cualquier otra ley que regule el ingreso del trabajador. Lo más peligroso y anti obrero que puede hacerse en una sociedad capitalista u salvaje, es permitir al Estado asumir ese rol, por muy buena que sea la fe de quienes a este manejan y se crean estar al frente de una gesta como para reescribir El Quijote. Lo que quiere decir que hasta, desde la perspectiva de la izquierda, resulta como atentatorio contra la moral, en la realidad nuestra no una inventada, tomar acciones como esas.
Los gremios no oficiales, se limitan a reunirse con Aristóbulo, quien como buen torero, les dio un capotazo largo y en redondo y les mandó a reunirse con el jefe de la nómina del MPPE. Y este, cual fiel burócrata, en sintonía con lo que el ministro piensa, se limitó a manifestarle a los sindicalistas que los aumentos salariales se harían según lo decidido por la ONAPRE; lo que es lo mismo, les advirtió que su contrato no tenía valor alguno. Como si en verdad estuviésemos bajo un régimen autoritario y donde la Ley es la del más fuerte. Y los gremialistas opositores se pusieron a llorar y lamentarse porque el gobierno les trata de esa manera tan despreciativa y fueron a refugiarse en una soledad inventada. Tienen sus privilegios y no quieren por nada del mundo jugársela en una partida cerrada.
Del otro lado están los gremios del oficialismo, entre estos Sinafum y el sindicato de trabajadores del Estado, que confunden su status personal no sólo con el Paraíso, sino que se inventan que con ellos están los trabajadores todos, algo así como "la democracia representativa" y una interpretación sui géneris de aquel grito de guerra de "Los tres mosqueteros", "uno para todos y todos para uno".
En la época del puntofijismo no era extraño que los sindicalistas del gobierno de turno, adeco o copeyano, terminasen apoyando a la mayoría cuando era necesario llamar a una huelga por el sólo hecho de no quedarse solos y como contrarios al interés de clase. Aristóbulo sabe de esto más que uno.
A uno le dicen que gobierna la izquierda, los más obcecados, locos y mentirosos de la derecha, que estamos bajo el comunismo, banalizando y hasta vulgarizando los planteamientos de Marx. Y, quienes gobiernan, algo de eso dicen y hasta fundamentan con sus discursos enredados y oportunistas. Como que todos somos iguales en esta sociedad, de donde intentan hacernos creer que los empresarios que especulan y sobre explotan, son iguales a uno. En la sociedad capitalista el trabajador tiene como un arma para defender un poco de lo mucho que produce y esa es el contrato de trabajo, resultado de largos años de lucha. Sólo hay dos maneras de arrebatársela. La primera sería desapareciendo las causas materiales que lo justificaron o dieron nacimiento; es decir, que en el sueño se concretase una sociedad donde nadie se apropiase de la plusvalía y acumulase riquezas y la segunda sería, dentro del propio capitalismo, un régimen autoritario y al servicio del capital que así lo dispusiese.
Que sindicalistas que se dicen de izquierda, revolucionarios y hasta herederos de Chávez, se dejen arrebatar la contratación porque confían en el Estado, un ente capitalista, como un carro sin batería que necesita le empujen para no encunetarse y hasta volverse para atrás, parecieran más bien unas mojigangas y unos sacerdotes que buscan el paraíso comportándose de lo mejor, como muchachitos buenos.
Es triste ver a los sindicalistas opositores lamentándose porque la ONAPRE le metió los toros en el corral y más nada. Pero es deleznable, que quienes se autocalifican de chavistas y revolucionarios se muestren complacientes y en actitud de acompañar a unos burócratas que están negando el valor y significado de la contratación colectiva de los trabajadores en medio de una sociedad capitalista. Aristóbulo como Ministro de Educación, tal como individuo, atrapado en medio de grandes dificultades, asume el rol que no quiso Elías Jaua, y en nombre del Estado, trata de imponer la norma de la ONAPRE que es la del presidente de Venezuela y eso hasta pudiera entenderlo uno, pero no es admisible ni perdonable que los gremios clasistas confundan sus intereses con los del Estado y ayuden a enterrar un arma valioso de los trabajadores en esta sociedad capitalista. Pues los sindicatos oficialistas también se muestran como dispuestos a aceptar que el Estado imponga su voluntad. Unos se callan ante lo que acontece con los tabuladores salariales y otros optan por mentir.
Mientras unos hablan que se respetarán todas las cláusulas de los contratos, pasan por alto que se especificarán no de acuerdo con ellos, sino con las tablas de la ONAPRE. Mientras que Franklin Rondón, de los trabajadores públicos, sólo se limita a celebrar que el presidente haya decidido pagar semanalmente y le pide lo haga permanente. Y celebra además que al trabajador le hayan aumentado el salario, según su estimación, en 5 ó 6 mil por ciento perno no menciona que la inflación o mejor hiperinflación eso lo ha hecho chicha en horas.
Creo que la clase obrera está atorada en el propio infierno pero los sindicalistas del gobierno y oposición, se distribuyen, porque de todo hay en la viña del señor, entre el cielo, unos pocos "avispados ellos", como diría Cantinflas y unos más en el limbo por sonsos que creen en pajaritas preñadas. Lo que demuestra que pese el Papa anterior cerró el limbo, este sigue abierto y vivo, como que quienes venden carne al precio que les da la gana.