Allí estaba el baúl desvencijado en medio de un cuarto de la casa vieja, repleto de fotos y papeles amarillentos que tanto me decían y recordaban. Ellos los papeles y las fotos también tienen sus momentos estelares, poseen un alma, por qué no atribuirles ese hálito vital que en unos casos pervive más que en otros en la medida que en alguien despierten el recuerdo, sin embargo, el flujo implacable del tiempo también orada el alma de las cosas, lo que tanto nos sugerían se va volviendo gris hasta borrarse. Entonces me dedique a hurgar entre fantasmas y pude darme cuenta que cumplían un ciclo y en ese orden fueron guardados; en el fondo fotos y con ellas algunas que otras cartas y poemas románticos que pertenecían a mi adolescencia, al hogar de los padres, la compañía de los viejos y los amados hermanos, después venían las vacaciones y las novias, el período de ensueño iba dando paso a la adultez , las fotos empezaron a escasear y creció el volumen de papeles formales, inscripciones, constancias, recibos, naderías, luego resurgieron las fotografías, la fiesta de mi boda, el nacimiento de las niñas , el colegio, graduaciones y matrimonio de las hijas , las imágenes de los nietos ; para después desaparecer dando lugar a papeles rutinarios, cuentas de supermercados por ejemplo , dignas de ser analizadas en un estudio sobre inflación , tarjetas de presentación de personas ya olvidadas, y de último en la parte de arriba del baúl, removida del fondo de los recuerdos juveniles, ¡la foto de ella!, mi Janis Joplin venezolana, fea y bella a la vez , desvergonzada y tierna, tan contradictoria; recordé aquel bolero que bailamos tanto, "ella, la que pudo haber sido y no fue mi consentida", o aquella inolvidable canción de los "Rolling Stones", "Angie" que te susurraba en el oído haciendo alterar nuestras hormonas.
En estas cavilaciones me encontraba, cuando el jefe del equipo de mudanza me llamó para preguntar por un trasto de la cocina, y en un descuido sus ayudantes se llevaron el baúl, lanzándolo en un nutrido fuego que ardía en el patio. No pude proferir una palabra, pero fue mejor así para sacarme los recuerdos de un jalón; algo me decía que esa era quizás mi última tarde en aquella casa solariega.
Tomado del libro de ensayos de César José Burelli Valero, "Realidades y Ficciones".