Maduro, sus petros y (certificados) de lingoticos de oro en oferta o una tabla de salvavidas

"Maduro, hasta se burla de nosotros. Con ese pírrico aguinaldo pidiéndonos que compremos petros y lingoticos de oro".

-"¿Cómo es posible que esa actitud la asuma un tipo que se auto define de izquierda y heredero de Chávez?"

Todo eso me lo largó, así como quien se quita una pesada carga de encima, un joven educador que se acercó donde estaba yo sentado en un banco de aquella plaza desolada, donde suelo ir por las mañanas. Es mi amigo y siente tanta confianza como para decirme aquello en el airado tono que usó.

-"Cálmate", le dije. "Dime que te agobia que yo no sepa".

Se sentó a mi lado, respiró hondo para recuperar las fuerzas perdidas en la larga caminata desde la escuela hasta donde ahora nos hallábamos, se deshizo del morral donde porta sus cosas y adoptó al fin una pose cómoda, la que permitía aquel estrecho banco.

-"Pues", comenzó a hablar de nuevo, "que Maduro no se cansa de decirnos que ahorremos comprando petros y lingoticos de oro, cuando el salario, este puesto dentro del programa que ellos llaman ilusamente de Recuperación Económica, es inferior, relativamente hablando, al de hace dos meses, sin contar que nos hizo trizas los beneficios de la contratación colectiva y no alcanza para comprar los alimentos que uno necesita para su familia. Ese tipo pareciera burlarse de nosotros."

-"Vamos a hablar sensatamente y poner las cosas en su sitio", dije a mi joven amigo para tranquilarle y ponernos en perfecta sintonía.

-"No creo que Maduro sea tan cruel, más bien me atrevería a pensar que es un iluso".

Y le dije, no olvides que quienes le rodean, gustan llamarle "presidente obrero", porque trabajó un breve tiempo como conductor de un autobús del metro. Es esa una manera de elogiarle, siendo eso parte de su pasado. Un obrero que llega a presidente. ¡Eso luce grandiosos! Le pone a uno a pensar en gente como Benito Juárez, quien según leí una vez aprendió a leer y escribir avanzada la adolescencia y en esos mismos días se puso su primer par de zapatos. Pero también, como por mampuesto, forma de pedirle a quienes mucho debemos exigirle, tomemos en cuentas sus limitaciones de origen y la obligación de adorar a quien pudo dar salto tan descomunal. ¡Hasta cansado debe estar! ¿Qué más pedirle?

-"La verdad", comuniqué a mi joven amigo, "la que yo creo", hice un paréntesis, me oprimí la nariz con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, y continué diciéndole que no trata de engañarnos ni de burlarse de nosotros.

- "No está para eso." "le veo más bien atrapado".

Cuando sus asesores, que deben estar en su entorno y tienen la misma angustia que él, pues intentan salvarse para la historia y si es posible prolongar este estados de cosas, que no sería más que un alargar el desenlace, le vendieron aquel plan que nadie entendió, pero si se dejó llevar y hasta se sintió impactado por las cifras, aquella de 1800 soberanos como salario mínimo, que él llamó dolarizar el salario, en vista que así estaban los precios, creyó alcanzar el socialismo y la igualdad en una simple operación matemática sesgada, pues ignoró la conducta de los precios y la realidad del mercado. Dicho de una manera que él debería gustarle, olvidó por completo aquellas lecciones infantiles que le dieron de la "lucha de clases"; tan infantiles que su gente la redujo sólo sacando unas cuentas. ¡Qué maravilla! Pudo haber dicho él. Con ese cálculo y el respaldo popular que traerá aparejado, hemos logrado no sólo la felicidad del común de los venezolanos sino la igualdad entre ellos. Tanto pensó así, que ordenó o le ordenaron, desde una oficina que maneja el Ministro Meléndez que llaman la ONAPRE, congelaran los contratos colectivos, porque logrando aquello, con esa simple fórmula, todos se sentirían felices porque vivirían bien, alcanzarían la igualdad y no habría motivos para que nadie se sintiera tentado como antes a pedir más, según los años de servicio, méritos académicos y etcétera. ¡Abajo los contratos colectivos que desigualan a la gente!

-"Sí, todo eso pensó él". La formula se la vendieron al presidente obrero unos togados cortesanos. Y él, quien nunca se ha puesto toga, por lo menos para cumplir un trámite académico, no le quedó otra cosa que creer aquel bello cuento de hadas. Además, necesitaba creerlo para quitarse tanto peso de encima.

-"El no se ríe de ti. Creyó ese cuento que le echaron". Nos lo echó a nosotros de la mejor buena fe. Y cuando sacó cuentas del costo de la vida o de la casta básica a mediados de agosto y comparó con este salario mínimo se admiró de todo cuanto creyó nos sobraría. Y si a eso le agregábamos el aguinaldo, habría motivos y fundamentos de sobra para que comprásemos petros y lingoticos de oro.

-"Él se creyó todo ese cuento". El venezolano común no sabía cómo asumir aquella realidad y las primeras horas sintió un goce.

Pero los precios, en las economías inflacionarias, siempre se suben en el ascensor mientras los salarios lo hacen por las escaleras, según se dijo siempre. Esta vez, los técnicos asesores de Maduro quisieron invertir la ecuación o el ejercicio. Montaron al salario en un ascensor y tres días estuvo por encima, hasta que con la boca abierta, una temprana mañana, cuando aun el recorrido era corto, por la ventanilla vieron los precios subir en un moderno cohete de esos que viajan al espacio. Y era lo esperado por cualquier sensato sin brollos y sandeces en la cabeza.

-"El no mintió". Eso dije y, agregué, la cosa es hasta peor que eso. "Creyó es lo que estaba ofreciendo".

Sus asesores, lo que hicieron fue cambiar la estrategia. Esa de los pequeños aumentos cada cierto tiempo y los bonos. Quisieron impactar al mercado y a la gente toda y al primero que en eso ensartaron fue al propio presidente. Él lo creyó. Tiene necesidad de hacerlo hasta como nosotros mismos. Lo otro sería como muy grave y hasta triste.

Y espera. Después que los últimos sueños o mejor estertores que derive el cobro de los aguinaldos vendrá otra jugada. Son piezas que se mueven, cuentos de hadas que intentan que la vida se prolongue y el final no se venga demasiado cruel. Sólo intentan esos asesores de alargar la historia esperando un milagro. Lo triste es que ellos, y menos él, no saben que esperan. Quizás una tabla gruesa y ancha, tanta como para soportar tanto peso, destinada a usarla de salvavidas.



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Armando Lafragua


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