No cabe duda que Aristóbulo Istúriz Almeida está llegando al final de su carrera política. Y no por la edad, pues todavía le sobran energías físicas y suficientes agallas. Lo que parece haber acontecido con él es que se le ve disminuido, descalificado en su proceder, valoración de sí mismo y cómo los demás, esos que tiene por encima, le evalúan. Aristóbulo parece haber olvidado el compromiso colectivo, ese que hace que los jóvenes asuman la vida hasta con sentido poético y mucho de héroe. Privilegia en demasía sus particulares intereses y los del pequeño y bajo grupo que le sigue. Salió de las filas de los maestros de escuela y pese haber estado poco tiempo en las aulas, pues viene de esa generación que se hizo dirigente sindical y no verdadero maestro, se hizo dirigente sindical del sector.
Una cosa es Simón Rodríguez, viniendo de allá de los tiempos coloniales o Luis Beltrán Prieto, Paulo Friere, quienes fueron en esencia educadores y nunca dejaron de luchar por los maestros y la educación y otra esa clase nacida con el puntofijismo venezolano, que se dedicó no a la educación o al maestro propiamente dichos, sino a la lucha sindical, lo que es un nivel diferente y una visión exageradamente cuantitativa de aquel universo complicado y hermoso.
Aristóbulo no tuvo en esencia como maestros a Rodríguez, Freire o Prieto, sino a Isaac Olivera. Lo que decirlo no es nada peyorativo, sino como corresponde. Cuando Aristóbulo abandonó a AD no se fue para el MIR, aquel partido de soñadores y poetas, primero porque es de una generación posterior, sino al MEP pero con una visión del maestro y de la educación inherente al sindicalismo. Es de aquella escuela que cambió los fines y procederes elevadísimo y trascendentes de la histórica Federación Venezolana de Maestros, centrada en la lucha por la educación (alumno, maestro y escuela) por lo pecuniario de la lucha sindical. Se perdió el sentido completo de la ecuación y la grandeza.
Luego, dando saltos de aquí a allá, buscando como ascender en ese cuadrilátero que es la lucha política, fue a parar en aquella como banda de luchadores que terminó acaudillando Andrés Velásquez. Y si uno vuelve sobre Prieto, de quien Aristóbulo estuvo bastante cerca, podrá entender pese todo, como que fue un descenso brusco.
Como gobernador de Anzoátegui, Aristóbulo se halló frente a una realidad para él impensable. De cuando el gobierno regional de Ovidio González, primer gobernador electo por ese Estado, un médico político de las filas justamente del MEP y por el esfuerzo y hasta el riesgo del maestro Virgilio Heredia, entonces Director de Educación, los maestros alcanzaron el nivel de ingreso más alto de toda Venezuela. Ese contrato que Heredia, quien venía de las filas del sindicalismo, firmó a los trabajadores casi le cuesta el cargo y hasta su amistad con el gobernador. Este humilde maestro hizo las veces de representante del gobierno y al mismo tiempo de los trabajadores. Supo ser coherente con su prédica de toda la vida. Pues fue y sigue siendo un humilde hombre entregado a servir a sus colegas y la escuela venezolana, pues quien aísla al maestro y sus calamidades de la escuela comete un garrafal error y se pone en contra del futuro.
Aristóbulo, no sé si por Heredia, a quien bien conoce o por esa indisposición que en él comenzó a desarrollarse contra el magisterio - ¡vaya a saber uno por qué! – al parecer se planteó voltear aquella realidad que le pareció insultante. Y mientras fue gobernador de Anzoátegui se propuso deprimir el ingreso de esos trabajadores y no para igualarlo con los nacionales sino hasta ponerlo por debajo. Se negó rotundamente a discutir el contrato de trabajo, como ya lo había hecho siendo ministro de educación con los nacionales, y a pagar los aumentos salariales derivados de las decisiones presidenciales. Cuando se fue de la gobernación dejó una deuda inmensa con ese sector, por cierto ya muy devaluada, que su sustituto, Nelson Moreno, optó por reconocer y pagar.
Lo que acaba de suceder en torno a Aristóbulo y su inesperado regreso al despacho de la esquina de Salas, es muy significativo. El presidente ha promulgado un aumento salarial bajo un esquema que pasa por desconocer los tabuladores salariales y por ello, de hecho, aquello se traduce en una rebaja del salario del docente. Para entender esto basta el siguiente ejercicio. Antes del aumento el ingreso del maestro equivalía a entre cinco y siete salarios mínimos con esa medida de Maduro, dentro del llamado "Programa de Recuperación y Prosperidad Económica" descendió a 1.4 ó 1.5. Como la cesta básica y todos lo que el docente como humano debe adquirir para la subsistencia subió, de manera pertinente o no, en proporción y hasta en desproporción, el salario del docente terminó sustancialmente devaluado.
Elías Jaua, cuyo prestigio estaba siendo demasiado erosionado y devaluada su imagen de "dirigente revolucionario", comprendió que dejar de cumplir el contrato que él mismo había firmado con los maestros constituiría un acto de poca nobleza y falta de consecuencia con los trabajadores, pareció manifestarse aunque fuese muy privadamente contra aquel atropello en ciernes. Por esto le destituyeron. Pero había que llevar allí a alguien con experiencia en eso del manejo de las tribus sindicales y con las agallas dispuestas para engullirse a quien sea con tal de cumplir la tarea encomendada. ¿Y quién mejor que Aristóbulo, el mismo que en una oportunidad siendo ministro le impuso al magisterio un contrato, aprovechándose de una inhibición por razones fútiles del movimiento sindical, que optó por conspirar en lugar de ocuparse de su deber, en condiciones supremamente desventajosas para aquél? ¿Acaso no hizo lo mismo a los trabajadores del mismo ramo en Anzoátegui?
Y es que Aristóbulo en esa lucha por la permanencia parece haber derivado hacia la actitud de asumir los trabajos que nadie quiere. Según quienes de eso saben, en ese querer permanecer arriba se ha rodeado de una relativamente numerosa corte exigente y a la que debe complacer. Por eso mismo, él que viene de las filas del magisterio, lo que parece ser como una maldición, nada mejor para hacer el trabajo que ahora hace. Mientras Elías Jaua se manifestó indispuesto y hasta contrario a desconocer el contrato que recién había firmado a los docentes, a Aristóbulo no se le aguó el ojo y asumió esa tarea. Son vainas de los políticos cuando en ese afán de volar demasiado alto y por excesivo tiempo, no saben reconocer le llegó su cuarto de hora y empiezan a hacer concesiones a quienes le rodean y deben tasar su conducta para que a ellos nada les falta y a él no le abandonen.