Una parte importante de nuestra sociedad aboga por la igualdad, sea de forma consciente o sea por un llamado más o menos intuitivo que te indica que mereces ser tratado igual que al otro: igualdad entre ricos y pobres; hombres y mujeres; niños y niñas; perros y gatos… Mas pocas veces reflexionamos en las verdaderas consecuencias que tiene aquello que exigimos. Menos veces prestamos atención al método que empleamos, pese a que los resultados dependerán de esto.
Un sentido muy básico de igualdad busca la conformidad en naturaleza, forma, calidad o cantidad de una cosa o persona con otra. Busca correspondencia entre las partes que componen un todo (sociedad, familias, parejas, etc.). Un sentido que parte del principio de reconocer la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones. Pretende hacer equivalencias per se: todos somos iguales. No obstante, ¿Lo somos?
Dado que exigimos equivalencias, no existen suficientes y justificadas razones para negar que, frente a ese rubro, no hay por qué hacer distinciones básicas; porque, en tanto ciudadanos iguales, da lo mismo que aquel que gana seis mil pesos al mes –o menos– pague por el incremento de la gasolina (y todo lo que se viene con ella) en la misma proporción que el que gana 100 mil. De igual forma, da lo mismo que se agarre a palos al ciudadano que protesta pacíficamente que a aquel que recurre al vandalismo y la violencia: ¡Que nos agarren parejo, que somos iguales!
Si esto le parece injusto, entonces estará de acuerdo en que es una contradicción sostener una premisa que subraye que todos somos iguales, lo que implicaría que todos tenemos las mismas condiciones y necesidades, por lo que, por ende, merecemos el mismo trato. Por el contrario, la evidencia parece confirmar que somos diferentes, que tenemos necesidades particulares y que merecemos tratos de acuerdo a nuestras circunstancias.
Si somos diferentes y reconocemos que la pluralidad es una cuestión de hecho innegable, significa que el trato no puede ser el mismo para todos. La dificultad está, empero, en confundir que del hecho de no ser iguales se siga, de facto, que no valgamos lo mismo. Siendo el caso, el reto está en convencernos de que todos somos igualmente valiosos, ya nomás por ser diferentes; lo que comprende merecer el mismo grado de respeto y atención. Un error es jalar parejo.
Si somos distintos, pero igualmente valiosos, tenemos que exigir un trato justo y proporcional… Es así como, por el contrario, un sentido de equidad parte de una premisa que consiste en otorgar a cada quien lo que requiere en función de sus condiciones y necesidades, esto es hacerlo de forma proporcionada; lo que conlleva reconocer, también, que no podemos favorecer a una persona perjudicando a la otra. Frente a un sentido de igualdad, ésto es lo común y terrible. Permítame mostrar con el siguiente escenario la distinción.
Imagine a un grupo de individuos de diferente edad y tamaño que intentan ver un partido de béisbol, pero que se los impide una barda. El sentido de igualdad "soluciona" el problema dándoles a cada uno un banco del mismo tamaño para que puedan asomarse por encima. Sin embargo, las diferencias se imponen, por lo que el más grande se ve ampliamente favorecido, el mediano apenas logra asomar la cabeza y el chiquito, sigue quedando bajo la barda sin poder ver. El sentido de igualdad supone haber cumplido con su deber al asumir que todos deberían beneficiarse a través del mismo tipo de apoyos. Supone entonces que hizo bien, al tratar a todos por igual.
Imagine de nuevo el mismo escenario, pero con la operación de un sentido de igualdad más reflexivo. Ahora, cada individuo recibe diferentes formas de apoyos para hacerles posible tener el mismo tipo de acceso al juego. El grande no recibe nada, el mediano recibe dos bancos y el chiquito tres. Son tratados así de forma equitativa, por lo que todos logran asomar apenas sus cabezas desde el límite de la barda: siendo el caso, ahora "todos son lo mismo y están en igual de condiciones". El sentido de igualdad cree haber hecho justicia.
Finalmente imagine el mismo escenario, pero con la operación de un sentido de equidad en el que la toma de decisiones se concentra en las particularidades y necesidades de cada uno. Así, no pretende hacer iguales a cada uno de los individuos; lo que, en principio, es imposible e indeseable, sino eliminar las causas que fomentan la inequidad. De tal suerte, el sentido de equidad elimina la barda: ahora los tres individuos pueden ver el partido desde sus circunstancias, sin ningún "acomodo" innecesario, porque la causa principal del problema fue eliminada. La sistemática barrera que impedía la visualización ha sido removida, por lo que cada individuo, desde sí mismo, puede disfrutar del juego...
Dejo a la opinión personal cuál estrategia considera que es la más justa; no obstante, espero haber logrado el sencillo cometido de este artículo, que es hacernos más conscientes, o menos ingenuos, respecto a qué es lo que exigimos y cuál es la forma en la que lo hacemos; quedando claro que de esto dependerán, necesariamente, los resultados… Es posible que, después de todo, estemos exigiendo nuestros derechos no sólo de una manera inadecuada sino desde los valores incorrectos. ¿Será que esa es la razón por la que nos quieren jalar parejo? Pues ya decía la ilustre actriz y diputada mexicana Carmen Salinas desde la Cámara: "Quien tenga coche, que lo mantenga". Y eso es un verdadero sentido de igualdad ■
mona.conmetta@gmail.com y Twitter: @MonBelle1