Pablo Morillo, un pacificador español derrotado (I)

En febrero de 1815 parte de Cádiz, España, una expedición militar rumbo a América del Sur, su objetivo inmediato y único era dominar a los rebeldes patriotas locales y recuperar para la corona española las colonias en subversión. Ese numeroso contingente de tropas estaba al mando del Teniente General Pablo Morillo, un militar no de academia sino que venía de abajo, de ser sargento, y que había ascendido por méritos propios en batalla, en lo que se llamó la Guerra de Independencia de España. Morillo contaba al momento de salir hacia el nuevo continente con 37 años de edad, un tanto maduro para la época, con la experiencia más que suficiente para comandar aquel ejército, muy grande en relación con los que se agrupaban en ese tiempo en Nueva Granada y Venezuela. Este Teniente General había nacido en 1778 en la localidad de Fuentesecas, cerca de la población del Toro, en la provincia de Zamora, España, tuvo una educación precaria y fue pastor en su adolescencia, hasta que envuelto en un hecho no muy claro se fue a Toro, donde sentó plaza en el Real Cuerpo de Marina. Bajo esa bandería participó en combate en varias ocasiones, hasta que resultó herido, destacando en la Batalla de Trafalgar al obtener el grado más alto posible para un suboficial, el de sargento. Más de veinte años pasó inmerso en la milicia, tiempo durante el cual se casó y enviudó. Su destino parecía ser el de ser un oscuro sargento, hasta que a Napoleón se le ocurrió invadir España, lo cual provocó una guerra de independencia y la oportunidad de Morillo avanzar en su carrera militar.

Si bien Morillo había tocado el nuevo mundo en la isla de Margarita, donde ganó una pequeña escaramuza, se dirige a Nueva Granada para venir de allá a Venezuela arrasando a su paso. El recorrido dio buenos resultados y logra llegar a dominar parte el territorio venezolano, más no del todo, porque los patriotas venezolanos peleaban a veces como animales feroces, sin respetar las reglas básicas y así, más que todo, lo hacían los llaneros montando en pelo, semidesnudos, siendo bastante eficientes con una lanza en la mano. De los buenos recuerdos, Pablo Morillo se llevaba en su haber sentimental a Valencia, Venezuela, la ciudad donde recuperó su vida, cuando dirigiendo la Batalla de La Puerta con un claro triunfo sobre las huestes de Bolívar, le llega la mala hora al recibir un peligroso lanzazo en su vientre. Los conocedores de heridas de lanza le aconsejaron tener una temporada de recuperación, pues una herida producida por una lanza no se curaba rápidamente, y es por eso que permanece un tiempo en aquella ciudad, la más grande de los alrededores; donde establece su cuartel general. En verdad que los médicos hicieron un buen trabajo mientras él dirigía la guerra desde su puesto de convaleciente. A Valencia le dejaba una torre en la Catedral y un puente que la gente comenzó a llamar con su nombre: Puente Morillo. "No está mal para un guerrero. En verdad los que construyeron aquel puente eran presos de la guerra, casi todos criollos, y uno que otro extranjero como aquel Uslar, de Hannover, Alemania, pero fue bajo mis órdenes que se levantó como una señal de progreso"

Lo cierto era que se iba, meditaba el español, traspasando el mando al otro español, De La Torre. Las cosas no habían salido muy bien y dejaba el territorio venezolano, pero sospechando que la guerra podía empeorar. "Desde que conocí en persona a Bolívar, supe que en verdad era un líder. Claro que tenía que ser así luego de guerrear durante diez años, curtiéndose como dirigente militar" De esa manera se había formado él mismo en la guerra contra los franceses en España. "Cuando hablé con Bolívar, en menos de 24 horas cambié de opinión sobre el enemigo, en el momento en que llegó a Santa Ana montado en una mula, con casaca y sombrero militar, con apenas diez oficiales; me impactó. Al principio pensé que me había equivocado de rival, que aquel hombre pequeño no calzaba las botas de General, pero luego de los abrazos y de conversar con él por algunas horas, capté que era en verdad un jefe. Bebimos, comimos, hablamos y dormimos bajo el mismo techo. Luego se fue y nunca lo volví a ver" La verdad es que tuvo que encontrarse con aquel líder rebelde, casi contra su voluntad, por orden del Rey, y como se sabe, un mandato de Su Majestad nunca se puede desobedecer. La culpa de todo aquel asunto la tuvo el comandante Riego que se negó a traer nuevas tropas a pesar de que la Santa Alianza invirtió una buena cantidad para financiar la expedición. Riego estaba al mando del batallón Asturias y en vez de salir con aquella expedición hacia la colonia, se alzó contra el Rey y lo obligó a asumir la Constitución de 1812. Los barcos nunca salieron y el General Pablo Morillo se vio obligado a pactar una tregua que no fue tal, y a firmar un tratado de regularización de la guerra que nunca se cumplió. Bolívar y él sabían muy bien que en la guerra no valen papeles ni firmas, lo que vale es quién gana las batallas y quién controla el territorio. "De La Torre se va a llevar una sorpresa cuando vea cómo pelea esta gente, veremos que hace, aunque ese ya no es mi problema", se dijo el hombre para luego girar la mirada en sentido contrario, como lo hace un General en retirada. Allá estaba Europa, la civilización y su querida España.

Diciembre de 2018

 

 



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José M. Ameliach N.


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