-Imploro que nadie entienda esto como una falacia contra la religión-

¡Por Dios!: sólo sé que no se nada

No es el idealismo de Sócrates lo que tiene vigencia actual de su filosofía. Es su célebre frase “Sólo sé que no se nada” la que, por lo menos para una persona que le guste indagar, penetra ¡de pronto! en la cabeza y encuentra espacios vacíos de conocimientos que la misma persona –aparentemente- no era capaz de descubrir, y que son necesarios de rellenar, pero con la verdad verdadera.

En verdad he estudiado algo de religión. Recuerdo haber leído que Lenin casi sufre un infarto cuando le notificaron que Iarolavski había sido designado para combatir, en nombre de la revolución y del marxismo, a la religión. Lo que quiere decir que para ponerse a refutar a la religión es necesario tener mucho conocimiento científico y, para Lenin, Iarolavski no lo poseía. Por cierto, ni se me ocurre pensar que yo pudiera alcanzar ese nivel de conocimiento. Esto no es subestimarme. Es, en honor a la verdad, la realidad. Leí el libro de Kautsky “Los orígenes del cristianismo”. Según, notables marxistas, es la mejor obra escrita sobre religión. Pero eso no me da derecho para dar opinión afirmativa o verificada de lo que no conozco o no domino.

Hace pocos días un joven universitario insistió para que le aceptara un documento y me comprometiera a leerlo. Tanto lo hizo que acepté. El extenso documento trata sobre el hombre más poderoso en el mundo, es decir, del “Papa Negro”. Lo introduje en el computador que poseo gracias a un militar amigo que me lo regaló. Una de estas noches me propuse leerlo. Desde el comienzo sentí una impresión como muy pocas veces causa una lectura. Había leído algunas cosas sobre los jesuitas y, especialmente, sobre tropelías que dicen cometieron en América Latina, pero nunca algo semejante a lo que está descrito en ese documento. Había leído “Los protocolos de los eruditos ancianos  de Sión”, pero nada, absolutamente nada, me hizo sospechar de las cosas que encontraría en la entrevista que se le hace a Eric Jon Phelps, autor de “Los asesinos del vaticano”. Phelps jura y perjura que el libro mundialmente conocido como “Los protocolos de los sabios de Sión” lo escribieron los jesuitas y lo publicaron los judíos que trabajaban para el Papa con el objeto de calumniar a los mismos judíos. Cree que el Papa Negro es un holandés, un tal Conde Hans Kolvenhoof que reside en Roma en la llamada Iglesia de Jesu o sede de los Caballeros de Malta, y cree además que forma parte del Vaticano.

Phelps dice que el General Jesuita, y los otros altos Generales Jesuitas, son hechiceros, son luciferianos, y que adoran lo que ellos llaman Lucifer. Ellos no creen en Satán. Ellos creen en Lucifer. Argumenta que los jesuitas escribieron Los Protocolos, porque han llevado a la práctica cada protocolo de ese pequeño manual. Argumenta que lo dice Alberto Rivera quien fue jesuita. Dice que se denomina Negro por actividades malignas y ocultas y no se refiere a raza o color.

Phelps le atribuye, tomándolo de Edmond París –autor de El Vaticano contra Europa- a los jesuitas la responsabilidad de las masacres de serbios y judíos, y que el General Jesuita tiene el control de la comunidad internacional de inteligencia, es decir, de la CIA, FBI, la KGB, el Mossad israelí, el BND alemán, el SIS británico. ¡Dios Santo!: un hombre con ese poder, de ser cierto, es prácticamente dueño de la vida y de la muerte de la humanidad.

Para Phelps el General Jesuita es el absoluto, completo, y total dictador y autócrata de la Orden. Cuando él habla, sus provinciales se mueven. Los provinciales son sus más altos subordinados. Hay alrededor de 83 provinciales justo ahora. Como se sabe el creador de la Orden de los jesuitas fue Ignacio Loyola, un soldado, un guerrero de primera línea que incluso herido fue respetado por su enemigo y hasta trataron de curarlo y le dejaron en libertad. Loyola se propuso recuperar lo que la Reforma le arrancó al Papado y establecer un gobierno mundial para el Papa desde Jerusalén.

Son espeluznantes las cosas que se dicen en ese documento sobre el Hombre más poderoso en el mundo. Entre algunas señalemos, por ejemplo: que el más poderoso cardenal de Estados Unidos es el de New York –llamado por Phelps el Rey del Imperio Americano-, y quien no siendo jesuita obedece ciegamente a las órdenes del gobierno jesuita que opera desde Fordham bajo la mano de un irlandés. Incluso sostiene, Phelps, que Bush –el Presidente más poderoso y guerrerista que conozca la historia humana- se humilla ante los pies del cardenal de New York.

Phelps dice que los jesuitas maldijeron cada uno de los argumentos que los reformadores predicaron. Que en la Ley llamada el Concilio de Trento, la cuarta especialmente, está estampado el odio y el rechazo de los jesuitas a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, y a la libertad de conciencia.

Phelps sostiene, además, que Harry Truman –reconózcanlo por haber ordenado lanzar las bombas atómicas en Japón-, fue colocado en el Gobierno de Estados Unidos por los jesuitas a través de la maquinaria demócrata Pensergast en Missouri-. Con ese horrendo crimen de lesa humanidad el señor Truman puso fin a la guerra y creó la llamada Guerra Fría. Agrega Phelps que eso facilitó al Vaticano para golpear país tras país, reemplazar líderes con dictadores subordinados al Papa, y que ese fue el propósito de la Guerra Fría.

Otra cosa denunciada por Phelps es que el asesinato de John Kennedy fue ordenado por el General Jesuita, ejecutado por el Papa Pablo VI, y llevado a cabo por el “Papa Americano”, Francis Cardenal Spellman, y que éste a su vez utilizó a los Caballeros de Malta, Jefes Masones, Caballeros de Colón, y los Dones de la Mafia –incluyendo el FBI y la CIA- para hacer cumplir la orden desde el Vaticano. Agrega Phelps que la razón por la que Kennedy fue asesinado fue que él quiso poner fin a la Guerra de Vietnam, y al gobierno de la CIA. Dice Phelps que con la guerra de Vietnam los jesuitas querían exterminar a los budistas, porque éstos eran inconvertibles al catolicismo.

Llama mucho la atención y los verdaderos especialistas y críticos científicos sobre el cine deberían dar una explicación, es que Phelps sostiene que la película –creo que se llama “La última pasión de Cristo” fue obra de los jesuitas, porque Costner cita a Ignacio Loyola cuando dice: “Hey, gente, nosotros debemos comenzar por pensar igual que la CIA. Negro es blanco y blanco es negro”. Y esto último es una de las máximas de los ejercicios espirituales de los jesuitas, de que si el superior dice “negro es blanco y blanco es negro”, entonces es así y no de otra manera.

Más grave aún que todas las anteriores es la acusación que hace Phelps al Vaticano de que controla, desde Roma, todo el comercio de la droga –toda la heroína, todo el opio, toda la cocaína, cada cosa que sucede en Colombia-. Agrega que ésta tiene un concordato con el Papa. Que un concordato es un tratado con el Papa. Que Hitler tuvo su concordato, Mussolini tuvo su concordato, Franco tuvo su concordato, y por querer un concordato fue que Ronald Reagan reconoció formalmente la soberanía del Estado de la Ciudad del Vaticano en 1984. Dice Phelps que el negocio entero de la droga está manejado por altas familias de la Mafia fuera del país de Colombia, sujetas al General Jesuita. Y el General Jesuita manejó el comercio del Opio, un par de siglos atrás, fuera de China. Ellos manejaron el comercio de la seda, el comercio de perlas. La película Shogun no es sino una leve remoción de la superficie sobre las "naves negras" jesuitas que traficaban en todo eso, seda y perlas y oro y ópalos y cada cosa que ellos pudieran extraer del Oriente, incluyendo el opio.

Mejor aquí me detengo. Leer de un solo tirón el documento produce demasiado escalofrío, una tembladera en manos y pies porque de creer en su contenido estamos frente a una monstruosidad tan atroz como los castigos del Diablo a las almas de revolucionarios que sufren, sin descanso ni dormir, los rigores del fuego intenso metidos en ollas llenas de agua hirviendo en llamas ligada con azufre y amoníaco.

Pero en honor a la verdad también parece que la mente de Phelps no está bien equilibrada del todo, porque lanza, por los menos, dos perlas que resultan increíbles hasta para el olfato de la inocencia de cualquier niño de la calle. Dice que Fidel Castro es nazi, mientras que a Kennedy lo tilda de socialista y comunista, y él –Phelps- se cree inmortal por ser calvinista y bautista. ¡Sálvenos Dios de tamaña falacia!


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Freddy Yépez


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