En
verdad he estudiado algo de religión. Recuerdo haber leído que Lenin
casi sufre un infarto cuando le notificaron que Iarolavski había sido
designado para combatir, en nombre de la revolución y del marxismo, a
la religión. Lo que quiere decir que para ponerse a refutar a la
religión es necesario tener mucho conocimiento científico y, para
Lenin, Iarolavski no lo poseía. Por cierto, ni se me ocurre pensar que
yo pudiera alcanzar ese nivel de conocimiento. Esto no es subestimarme.
Es, en honor a la verdad, la realidad. Leí el libro de Kautsky “Los orígenes del cristianismo”. Según, notables marxistas, es la mejor obra escrita sobre religión. Pero eso no me da derecho para dar opinión
afirmativa o verificada de lo que no conozco o no domino.
Hace
pocos días un joven universitario insistió para que le aceptara un
documento y me comprometiera a leerlo. Tanto lo hizo que acepté. El
extenso documento trata sobre el hombre más poderoso en el mundo, es decir, del “Papa Negro”.
Lo introduje en el computador que poseo gracias a un militar amigo que
me lo regaló. Una de estas noches me propuse leerlo. Desde el comienzo
sentí una impresión como muy pocas veces causa una lectura. Había leído
algunas cosas sobre los jesuitas y, especialmente, sobre tropelías que
dicen cometieron en América Latina, pero nunca algo semejante a lo que
está descrito en ese documento. Había leído “Los protocolos de los eruditos ancianos de Sión”,
pero nada, absolutamente nada, me hizo sospechar de las cosas que
encontraría en la entrevista que se le hace a Eric Jon Phelps, autor de
“Los asesinos del vaticano”. Phelps jura y perjura que el libro mundialmente conocido como “Los protocolos de los sabios de Sión”
lo escribieron los jesuitas y lo publicaron los judíos que trabajaban
para el Papa con el objeto de calumniar a los mismos judíos. Cree que
el Papa Negro es un holandés, un tal Conde Hans
Kolvenhoof que reside en Roma en la llamada Iglesia de Jesu o sede de
los Caballeros de Malta, y cree además que forma parte del Vaticano.
Phelps dice que
el
General Jesuita, y los otros altos Generales Jesuitas, son hechiceros,
son luciferianos, y que adoran lo que ellos llaman Lucifer. Ellos no
creen en Satán. Ellos creen en Lucifer. Argumenta que los jesuitas
escribieron Los Protocolos, porque han llevado a la práctica cada protocolo de ese pequeño manual. Argumenta que lo dice Alberto Rivera quien fue jesuita. Dice que se denomina Negro por actividades malignas y ocultas y no se refiere a raza o color.
Phelps le atribuye, tomándolo de Edmond París –autor de El Vaticano contra Europa-
a los jesuitas la responsabilidad de las masacres de serbios y judíos,
y que el General Jesuita tiene el control de la comunidad internacional
de inteligencia, es decir, de la CIA, FBI, la KGB, el Mossad israelí,
el BND alemán, el SIS británico. ¡Dios Santo!: un hombre con ese poder, de ser cierto, es prácticamente dueño de la vida y de la muerte de la humanidad.
Para Phelps el General Jesuita es
el absoluto, completo, y total dictador y autócrata de la Orden. Cuando
él habla, sus provinciales se mueven. Los provinciales son sus más
altos subordinados. Hay alrededor de 83 provinciales justo ahora. Como
se sabe el creador de la Orden de los jesuitas fue Ignacio Loyola, un
soldado, un guerrero de primera línea que incluso herido fue respetado
por su enemigo y hasta trataron de curarlo y le dejaron en libertad.
Loyola se propuso recuperar lo que la Reforma le arrancó al Papado y
establecer un gobierno mundial para el Papa desde Jerusalén.
Son espeluznantes las cosas que se dicen en ese documento sobre el Hombre más poderoso en el mundo.
Entre algunas señalemos, por ejemplo: que el más poderoso cardenal de
Estados Unidos es el de New York –llamado por Phelps el Rey del Imperio
Americano-, y quien no siendo jesuita obedece ciegamente a las órdenes
del gobierno jesuita que opera desde Fordham bajo la mano de un
irlandés. Incluso sostiene, Phelps, que Bush –el Presidente más
poderoso y guerrerista que conozca la historia humana- se humilla ante
los pies del cardenal de New York.
Phelps
dice que los jesuitas maldijeron cada uno de los argumentos que los
reformadores predicaron. Que en la Ley llamada el Concilio de Trento,
la cuarta especialmente, está estampado el odio y el rechazo de los jesuitas a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, y a la libertad de conciencia.
Phelps
sostiene, además, que Harry Truman –reconózcanlo por haber ordenado
lanzar las bombas atómicas en Japón-, fue colocado en el Gobierno de
Estados Unidos por los jesuitas a través de la maquinaria demócrata
Pensergast en Missouri-. Con ese horrendo crimen de lesa humanidad el
señor Truman puso fin a la guerra y creó la llamada Guerra Fría. Agrega
Phelps que eso facilitó al Vaticano para golpear país tras país,
reemplazar líderes con dictadores subordinados al Papa, y que ese fue
el propósito de la Guerra Fría.
Otra
cosa denunciada por Phelps es que el asesinato de John Kennedy fue
ordenado por el General Jesuita, ejecutado por el Papa Pablo VI, y
llevado a cabo por el “Papa Americano”, Francis Cardenal Spellman, y
que éste a su vez utilizó a los Caballeros de Malta, Jefes Masones,
Caballeros de Colón, y los Dones de la Mafia –incluyendo el FBI y la
CIA- para hacer cumplir la orden desde el Vaticano. Agrega Phelps que la
razón por la que Kennedy fue asesinado fue que él quiso poner fin a la
Guerra de Vietnam, y al gobierno de la CIA. Dice Phelps que con la
guerra de Vietnam los jesuitas querían exterminar a los budistas,
porque éstos eran inconvertibles al catolicismo.
Llama
mucho la atención y los verdaderos especialistas y críticos científicos
sobre el cine deberían dar una explicación, es que Phelps sostiene que
la película –creo que se llama “La última pasión de Cristo” fue obra de los jesuitas, porque Costner cita a Ignacio Loyola cuando dice: “Hey, gente, nosotros debemos comenzar por pensar igual que la CIA. Negro es blanco y blanco es negro”. Y esto último es una de las
máximas de los ejercicios espirituales de los jesuitas, de que si el superior dice “negro es blanco y blanco es negro”, entonces es así y no de otra manera.
Más
grave aún que todas las anteriores es la acusación que hace Phelps al
Vaticano de que controla, desde Roma, todo el comercio de la droga
–toda la heroína, todo el opio, toda la cocaína, cada cosa que sucede
en Colombia-. Agrega que ésta tiene un concordato con el Papa. Que un
concordato es un tratado con el Papa. Que Hitler tuvo su concordato,
Mussolini tuvo su concordato, Franco tuvo su concordato, y por querer
un concordato fue que Ronald Reagan reconoció formalmente la soberanía
del Estado de la Ciudad del Vaticano en 1984. Dice Phelps que el negocio
entero de la droga está manejado por altas familias de la Mafia fuera
del país de Colombia, sujetas al General Jesuita. Y el General Jesuita
manejó el comercio del Opio, un par de siglos atrás, fuera de China.
Ellos manejaron el comercio de la seda, el comercio de perlas. La
película Shogun no es sino una leve remoción de la superficie sobre las "naves negras"
jesuitas que traficaban en todo eso, seda y perlas y oro y ópalos y
cada cosa que ellos pudieran extraer del Oriente, incluyendo el opio.
Mejor
aquí me detengo. Leer de un solo tirón el documento produce demasiado
escalofrío, una tembladera en manos y pies porque de creer en su
contenido estamos frente a una monstruosidad tan atroz como los
castigos del Diablo a las almas de revolucionarios que sufren, sin
descanso ni dormir, los rigores del fuego intenso metidos en ollas
llenas de agua hirviendo en llamas ligada con azufre y amoníaco.
Pero
en honor a la verdad también parece que la mente de Phelps no está bien
equilibrada del todo, porque lanza, por los menos, dos perlas que
resultan increíbles hasta para el olfato de la inocencia de cualquier
niño de la calle. Dice que Fidel Castro es nazi, mientras que a Kennedy
lo tilda de socialista y comunista, y él –Phelps- se cree inmortal por
ser calvinista y bautista. ¡Sálvenos Dios de tamaña falacia!