Cualquier socialista, moderado o no; qué digo, cualquier humanista sabe hasta qué punto en sociedades moralmente atrasadas, atrasadas en moral civil, trufadas de hipocresía y de ideas religiosas prostituidas, como son el caso de España y Venezuela, es difícil llevar a cabo programas y planes de justicia social que arrinconen el efecto de la caridad sólo justificada para tiempos de guerra, de postguerra o de desvertebración de la sociedad. Con otros ingredientes pero el mismo cocinado es lo que intentaron otros vigilantes del proceso revolucionario perseguido por Nicolás Maduro en Venezuela, como Hussein en Irak o Gadaffi en Libia, y ya vimos los resultados. Confiemos en que no acabe de la misma manera Maduro...
Porque ahora Maduro, respetando las libertades públicas como se ve palpablemente al no haber encarcelado inmediatamente a ese títere payaso que se ha erigido presidente, dirige otro proceso social revolucionario que contra viento y marea intenta proseguir el iniciado por su predecesor Chávez. Un proceso que pertenece al socialismo sin ambages, por oposición al individualismo más execrable, cuya palabra evitó Maduro en el transcurso de la entrevista que le hizo ayer un periodista español revelado como bastante más miserable de lo que pudiera suponerse. Y seguramente la evitó, porque la palabra "socialismo" está desvirtuada desde que sus ideólogos la transmutaron en"socialdemocracia", y al desnaturalizarse su significado primigenio, está convergiendo poco a poco en la praxis con su contraria: la ideología de la privatización de lo público y hasta del aire que respiramos.
En todo caso, un proceso revolucionario que cuenta con la cerval enemiga del orbe neofascista tanto porque a toda costa quiere el petróleo de Venezuela como porque si triunfase medianamente le pondría en evidencia. Un limbo, el neofascista, envainado en la funda neoliberal a su vez alojada en la franja geopolítica que va desde Washington hasta Madrid, pasando por Londres, Bonn y París, capitales de esos países donde bulle y medra el más extremo individualismo de los ricos más miserables, con su cortejo de acomodados que en estos tiempos críticos pueden considerarse ricos de segunda fila. Un individualismo que arrastra a otros países del continente que, por su menor rango y extensión, son sus subordinados y formando entre todos una argamasa heterogénea a la que en estos momentos llaman pomposamente "Europa": la Europa que exige sin condiciones a Maduro elecciones presidenciales... y si no la guerra.
Pero hablando del periodista que entrevistó ayer a Maduro, puede decirse que hasta el menos avisado de los ciudadanos sabe hasta qué punto el entrevistador puede o no ayudar a lucirse o a fracasar la posición del entrevistado. No se puede decir que Maduro fracasase, pues recibió cancha para extenderse en la exposición urbi et orbe de su intensa y extensa gama de programas políticos en todas direcciones. Sin embargo el entrevistador de ayer, que no ocultaba su impaciencia disparando ansiosamente pregunta tras pregunta, estaba visto que iba preparado tanto para no ayudarle como para complacer a todos los enemigos de Maduro que en España y en Europa aullan pidiendo sangre: desde sus jefes y propietarios de La Sexta, pasando por el presidente español y los barones de su partido que son los que mandan realmente en el partido y en el gobierno, hasta esos periodistas despreciables que emporquecen años y años los platós y trabajan frenéticamente a favor de "lo neoliberal" que no consiste en otra cosa que trocear la propiedad y los servicios públicos para que la propiedad colectiva desaparezca y ahora para que Estados Unidos y "Europa" se apropien del petróleo y riquezas de Venezuela.
Este periodista de ayer, que empezó hace muchos años como fingido bronquista y se ha convertido en entrevistador estrella, se lo ha jugado todo a una carta, ha hecho números y, sabiendo que hasta el líder de la izquierda universitaria ha traicionado a Maduro y a su "causa", ha calculado que el éxito de la entrevista estaba asegurada en una España que no tiene remedio. En una España donde (salvo las excepciones de siempre) si la mitad de los políticos y de los periodistas debieran estar en la cárcel; unos por ladrones, otros por impostores y otros por libelistas continuados, la otra mitad (salvo las excepciones de siempre) debieran estar en un manicomio; unos por tornadizos, otros por esquizoides y otros por miedo patológico a la "superioridad" que son los dueños financieros del mundo...