La muerte

La muerte es el asunto principal de la vida. Fausto es una obra de Goethe. La empezó a los 18 años y la terminó a los 81: una sugerencia extraordinaria, ésta, sobre la importancia que tuvo para muchos seres humanos del pasado la actividad intelectual. Hoy día, con un intelecto de mosquito, cualquiera puede escribir tres libros en un mes, y uno de ellos, ser el más vendido…

Fausto es un erudito que está insatisfecho con su vida y sus conocimientos. Y hace un pacto con el diablo, que en la obra es Mefistófeles. Según el pacto, Mefistófeles se encarga de proporcionar a Fausto la felicidad a cambio de entregarle Fausto su alma. Este es el asunto central en torno al que giran los temas del ideal, del eterno insatisfecho, la juventud eterna, la libertad, la salvación a través del eterno femenino (representado sobre todo por Margarita al final de la obra), las relaciones entre el bien y el mal, la moral, los límites de la naturaleza humana, etc., glorificado todo ello a su vez por el romanticismo, como figura universal de la búsqueda de un conocimiento al que estamos condenados a no alcanzar jamás...

El titular de este escrito es "La muerte", pero he hablado hasta ahora sólo de la vida de un personaje de ficción inmortalizada en una obra literaria inmortal...

Ahora hablaré de mí, de momento todavía en vida, y de mi drama personal.

Yo ahora soy un Fausto de este milenio. Un Fausto de 85 años al que le han diagnosticado leucemia, anunciada hace más de dos años y diagnosticada como tal hace un mes. Sin embargo, el único síntoma, por ahora, es la fatiga causada por un decreciente número muy bajo de hematíes y por una decreciente hemoglobina. Sólo superables ambos datos por la transfusión, con límites de ésta por ahora indeterminados. Por lo demás, hago una vida normal atento a no excederme en nada. La cuestión es que al fondo de la escena de mi vida está la muerte próxima. Pero, y esto no lo comprenden bien los médicos ni a la Medicina le interesa, la idea de la muerte, lejos de sobrecogerme, me produce bienestar e incluso alegría pese a que ya disfruto de ambos con mi esposa, de 81, con la que convivo hace 62 años el próximo octubre, si vivo.

Saber que la muerte es inevitable, que la mayoría de mis amigos y conocidos han muerto ya, el dejá vue, no insatisfecho con mis conocimientos, como Fausto, pero harto de saber que todo es mentira o una verdad a medias y pasajera, la visión de una Naturaleza que se muere, la hostilidad y agresividad de una sociedad que ha cambiado bruscamente todos los patrones estéticos y los paradigmas éticos respecto a los de mi generación, tan alejados ambos de los míos, no me invitan a desear vivir más, y menos a desear una existencia vegetativa. Vivir es mucho más que existir…

La cuestión es que hasta los ochenta, edad a la que es muy raro que el médico ejerza su oficio, y por eso es problemático tratar con él con otra óptica que no sea su empeño y celo por sanar al paciente aunque la patología sea incurable, como es la leucemia de mi caso, el ser humano en general no piensa ni quiere pensar en la muerte, ni como Fausto, ni como el don nadie. El principio generatriz de la vida es vivir como si nunca fuésemos a morir, como si fuésemos a ser eternos. Y así vivimos más o menos hasta los ochenta, si no hemos contraído una enfermedad grave o terminal. Sin embargo, si a pesar de tan avanzada edad uno conserva la lucidez en mi caso redoblada quizá por el mismo trance de la cercanía del desenlace, uno se percata de aspectos que a otras edades, pero también si se aferra uno tercamente a la vida, no le son manifiestos. Porque a partir de los 80, la visión de todo cambia radicalmente. Por ejemplo, observando el maniobrar del médico, las sucesivas pruebas clínicas que prescribe, sin darlas nunca por terminadas, su esfuerzo por animar al paciente para hacerle pensar que va vivir mucho más sin razonarlo, se da uno cuenta de que no se sabe dónde empieza ese noble interés del médico en curar al paciente o mantenerle vivo, sea cual sea su edad, y dónde termina su empeño en investigar el proceso, causas y pormenores de la patología de cuyo tratamiento se ocupa.

Por mi parte, después de haber tenido toda mi vida la independencia y libertad en buena medida puestas al servicio de causas perdidas, en estos últimos dos años, desde que tuve los primeros síntomas de mi enfermedad, he terminado de revisar tres veces mis casi 5 mil escritos entre ensayos, disertaciones, artículos, discursos y crónicas... de los que me he negado a hacer uno o varios libros. A España no le interesa la lectura de lo que no sea inmediato, fácil y superficial. Y esa autoedición frecuente no hace más que obligar a los amigos a que te compren el dichoso libro que jamás lo leerán… Soy miembro 123.327 de Dignitas, una Asociación suiza para el suicidio asistido, llegado el caso de que el sufrimiento moral, más allá del dolor y la posibilidad de una muerte repentina por infarto, me supere. Todo lo que me conduce dulcemente a sentir bienestar, casi alegría, ante la idea de la muerte. Todo lo contrario, un contraste brutal, del estremecimiento que en general en una persona sana la idea de la muerte le acompaña toda su vida y por eso no piensa en ella. Es ahora, en las franjas de mi edad… es entonces, sólo entonces, cuando cobra todo su sentido lo que decía Cioran, el escritor rumano: "todo en la vida es para nada", y sólo ahora es cuando percibimos vivamente que la muerte es un una liberación, un descanso inefable…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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