Los musiús nos quieren gobernar

Los dos principales factores políticos en pugna en Venezuela le han facilitado a la administración Trump concretar finalmente los viejos planes intervencionistas elaborados por los diferentes gobiernos que le antecedieron. Cada uno a su modo.

En cuanto al chavismo, vale resaltar que, desde los tiempos iniciales de Chávez, se conoce al detalle la estrategia desarrollada por los gobiernos estadounidenses en su contra. Quizás a la minoría dominante de Estados Unidos no le llegó a molestar tanto la retórica revolucionaria del estamento gobernante venezolano si ésta no tuviera alguna repercusión importante en las naciones de nuestra América, contradiciendo lo que sería conocido posteriormente como el Nuevo Siglo Norteamericano, con un sistema capitalista neoliberal extendido a todo el planeta bajo la égida de los grandes consorcios transnacionales. Esta es una de las razones principales. Además del acercamiento con gobiernos considerados hostiles, como el de Cuba, Rusia y China, por lo que George Bush, Barack Obama y ahora Donald Trump emprendieran acciones de todo orden para doblegar al gobierno chavista y disponer -con una mayor confianza- de los yacimientos de hidrocarburos venezolanos. Cosa que ya no asombra a nadie. Especialmente al tomarse en cuenta los antecedentes de las guerras desatadas, con muy escasas variaciones, contra Irak, Libia y Siria.

Más que una violación del derecho internacional, constituye la ratificación de la antigua tradición gringa de considerar como el patio trasero de Estados Unidos a la vasta región latinoamericana y caribeña, haciendo valer su «destino manifiesto», la doctrina Monroe o el «gran garrote» esgrimido por Theodore Roosevelt. Especulando, posiblemente tal escenario no se habría presentado jamás, o al menos habría sido algo mínimo o remoto, si el conjunto general de la dirigencia chavista no se viera envuelta en evidentes delitos de corrupción administrativa, a lo que se añade su tendencia a obstaculizar y tutelar la organización autónoma de los sectores populares, en detrimento de los postulados de la democracia participativa y protagónica. Nada sorprendente, dada la singularidad que gran parte de esta dirigencia exhibe sin rubor alguno, lo que le ha conducido a lo que algunos vaticinan como una autodestrucción irreversible, con una población expuesta a una crisis económica cada día extrema, en la cual comienzan a percibirse los signos de una desilusión creciente.

En la acera contraria, la oposición invoca y hace suya la estrategia intervencionista de Estados Unidos como único modo de lograr su máxima meta de adueñarse del poder constituido. Para ello, cuenta con la audacia de Juan Guaidó, quien -con su autoproclamación como presidente «interino» de este país- cohesionó los factores opositores en torno suyo, instigado y respaldado abiertamente por Trump en reto a la hegemonía ejercida hasta ahora por el chavismo gobernante. Este nuevo «líder» antichavista es, así, luego de largo tiempo, el personaje político que mejor se ha ajustado a las pretensiones hegemónicas del imperialismo gringo. La vieja dirigencia partidista, al igual que aquella representada por Henrique Capriles o Leopoldo López, está siendo reemplazada por una generación de opositores derechistas con mayor vocación y disposición en llevar a cabo lo ordenado desde Washington.

El nuevo escenario de la confrontación política venezolana trasciende de esta forma el ámbito estrictamente local para convertirse en uno de carácter geopolítico al quedar envueltos en el mismo Rusia, China y Estados Unidos, enfrentados por la hegemonía mundial, lo cual induce a muchos analistas a concluir en que se desencadenaría en territorio venezolano -de no prosperar ninguna iniciativa que haga posible un consenso entre el gobierno de Nicolás Maduro y los factores opositores- un conflicto bélico más directo entre estas tres potencias.

Para Estados Unidos y sus siervos de la región, identificados todos con una postura política que muchos califican de fascistización, es la oportunidad de oro para deshacerse de la influencia alcanzada en las dos últimas décadas por las agrupaciones de izquierda y, de paso, del integracionismo autónomo que éstas fomentaron desde sus respectivas gestiones de gobierno, el cual impide concretar la integración del mercado (tipo ALCA) bajo el control directo de las grandes empresas capitalistas transnacionales. Es, por otra parte, el momento esperado por la clase gobernante estadounidense para contar con una dirigencia política que le abra las puertas de par en par al capital transnacional neoliberal, sin rémoras nacionalistas y, menos, revolucionarias que entorpezcan su avance. En esta jugada de Trump, junto a sus lacayos locales y regionales, lo más claro es su propósito nada disimulado de imponer un nuevo gobierno en Venezuela que responda sin titubear a sus dictados imperiales. Poco faltaría para hacerlo con un ciudadano estadounidense de presidente de Venezuela (como ocurrió con Nicaragua a finales del siglo XIX), de manera que la recolonización resulte indudable.

Por tal motivo, a fin de asegurarse la ampliación del apoyo gringo, más allá de lo que es un pronunciamiento oficial agresivo de la Casa Blanca, quienes adversan al chavismo gobernante hacen a un lado todo aquello que pudiera asociarlos con la simbología nacionalista manejada por este último, como la bandera tricolor o la imagen de Simón Bolívar. Quizás aspiren, como rasgo íntimo de la colonialidad de su pensamiento, parecerse físicamente a sus patrones del norte, lo que evidenciaría que los musiús -por encima de la mayoría étnicamente entremezclada- gobiernan a Venezuela.-



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Homar Garcés


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