Respetado monseñor, por lo que sabrá al terminar de leer esto, no soy de esos, como usted les llamó, "seguidores que cuando critiquen o manifiesten sus desacuerdos con lo que le he dicho ni ofendan ni descalifiquen." Porque no soy seguidor de Maduro, tanto que pienso de la carta a Trump no debe ser él el remitente sino el pueblo de Venezuela y en ella debe quedar claro que se trata de un mensaje contra la injerencia, defensa de la soberanía, la paz y contra las maniobras económicas a contribuir a ahogarnos. En esa carta no debe haber ningún vestigio de respaldo a la gestión presidencial de Maduro, como tampoco condena para que podamos firmarla la mayoría de los nacionales. Lo sustancial, en mi humilde percepción de venezolano y maestro de escuela, es lo primero.
De manera que desde ya debe estar prevenido que en este espacio no hallará usted nada que le ofenda ni intente mancillar su dignidad. Es más, muchas de las cosas que usted dijo, como las calamidades que padecemos los venezolanos las comparto y hasta podrían formar parte de un documento que firmaría con usted y mucha gente.
Usted es un respetable señor, en primer término por su edad y el rol que desempeña en la sociedad venezolana. Es un pastor –creo que lo dije bien y si no, me perdona, pues como ya dije, lejos estoy con la intención de herirle – de la iglesia católica en la cual militan millones de venezolanos, quienes por cierto están con la oposición y el gobierno. Es pues un ciudadano que ha estado dedicado toda su vida a una noble labor. Quien le escribe también tiene sus cuantos años, hasta más que usted. Como usted, como decimos en mi tierra chica, Cumaná, venezolano por los cuatro costados. Hijo de cumaneses y nieto de cumaneses y de nacidos allí mismo en la costa de la península de Araya. Pero además fui, pues ya estoy jubilado, docente por casi cuarenta años. Suelo decir que los médicos, docentes, enfermeras y hasta los buenos pastores, están entre los mejores servidores de nuestra sociedad. Como usted, puedo someterme a cualquier examen e investigación en relación a mi conducta ciudadana y no se hallará forma de condenarme. Con todo lo anterior le quiero decir, con el debido respeto, sin ambages y sin duda alguna, me siento con toda la autoridad moral para decirle lo que diré, como la tiene usted para decirle a Maduro lo que le dijo.
Son verdades, como ya dije, muchas de las cosas que dijo. Aquí hay hambre por montón, tanto como para decir lo que dicen en mi pueblo en estos casos, que "está hasta pegada de los postes". Lo de las medicinas es tan cierto que yo mismo, paciente crónico de hipertensión arterial estoy pasando las de Caín porque no es que no hay medicinas, querido monseñor, hay bastante en el mercado, sucede que un pobre docente, egresado universitario, con cuarenta o más años de ejercicio profesional, no las puede comprar. El precio de ellas solo es propicio para los ricos y soy de los pobres. Tampoco tengo cerca, ni en la frontera porque no tengo frontera, a quien pedirle socorro. De los millones de pobres que hay en este país, que por mucha buena voluntad que haya en la "ayuda humanitaria", no recibirán esos beneficios, porque para que lo sepa, ni siquiera la caja de Clap recibo porque al parecer, por estar residenciado en eso que llaman eufemísticamente, urbanización de clase media", me inhabilita para recibir esa ayuda que tanto necesito. ¡Esas son vainas de ese genio de la planificación que tiene Maduro! El mismo tipo que a docentes como yo, o para mejor decirlo, todos los docentes, nos rebajó el sueldo, porque según ellos, en este país todos somos iguales. Aunque al decir esto, recuerdo una genial frase de Mario, un tocayo suyo, pero Moreno, alias Cantinflas, según la cual "en este mundo hay unos más iguales que otros". Justamente, en espacio en el cual, el gran comediante mexicano, trataba con su contertulio, el tema de la injusticia y la desigualdad.
Le he dicho todo lo anterior para darle una ligera idea de cuánto comparto sus reclamos. Pero lo que me dejó insatisfecho, querido monseñor, y el por qué he optado por escribirle, como lo notará, no es lo que dijo, sino lo que no dijo.
Primero, pasó por alto que la Cruz Roja Internacional y particularmente la que opera en Colombia, declaró que no participaba en ese intento de introducir esa "ayuda" a Venezuela porque no se ajustaba a los parámetros o exigencias de ese organismo; es decir, no tenía el carácter de humanitaria. Y usted y yo sabemos, por viejos y por diablos, dicho esto de la mejor manera, con todo respeto, que ese organismo es el pertinente para actuar en estos casos. No puede ser un país, unos países y sus agentes quien eso pongan en práctica sin contar con el consentimiento del destinatario, porque según la Cruz Roja, eso estaría impregnado de propósitos ajenos a lo que en esencia es la "ayuda humanitaria", como lo de fines políticos e inconfesables y hasta acompañándose de toda una fanfarria y movilización de fuerzas ajenas al área. Hasta el gobierno mismo, de llegar esa ayuda, debería estar excluido en la tarea de distribuirla entre quienes la necesitan, por la particularidad venezolana de ahora. Por eso, usted, junto conmigo, debería reclamar que sea la Cruz Roja Internacional quien en eso interceda y maneje sin injerencias ajenas y dañinas.
Segundo, querido monseñor, usted conoce de la historia de Colombia y por estar durante años en San Cristóbal, en el rol que ahora desempeña, sabe bien que ese pueblo, arrasado por las guerras intestinas, las acciones de grupos irregulares, unos grupos económicos por demás mezquinos sin comparación en nuestra América Latina y hasta el sucio negocio de la droga, ha sido condenado a la miseria y necesita tanta ayuda como el nuestro. Y ese cuadro que usted pinta de la Venezuela de ahora, que repito, comparto y podría firmar con usted, también es válido para muchas poblaciones del hermano país. Y para los pobres colombianos no estamos pidiendo esa ayuda humanitaria.
Le diré, en tercer lugar, y con esto quiero terminar, para no cansarle a usted y los lectores, que no dijo nada, por lo menos sustantivo, de cómo el capital internacional en pugna nos ha metido en el propio ojo del huracán por él desatado. Y esto del "capital", debe darle la exacta dimensión que tiene. Estamos metidos en medio de una guerra entre las grandes potencias del capitalismo por lo que usted sabe, nuestras riquezas, sobre lo cual no voy a decir lo que también los demás saben y EEUU nos cree su propiedad y se siente con el derecho de determinar debamos hacer lo que los grandes capitales de ese país quieren. Estamos en medio de una guerra por el futuro y la sobrevivencia de la especie humana y los egoístas, contrarios al mandato divino de Dios, quieren asegurarse el futuro llevándose a los pobres y débiles por delante y robándole lo que el Creador les dio para su protección. Usted nada de eso dijo y nada dijo cómo el señor Trump, quien no sólo amenaza, agrede y humilla a los mexicanos y pobres de Centroamérica, sino hasta a mucha gente de su propio país, tanto que, según se ha sabido, ha habido gestiones que fueron secretas, para destituirle por considerarle por demás incómodo y peligroso.
Si usted hubiese dicho algo de lo que no dijo, le hubiera apoyado totalmente. Espero no haberle ofendido y si en este texto hay algo irrespetuoso al hombre, servidor público y de Dios que ha sido usted, le pido mis perdones.
Como ya le expuse, mi currículo ciudadano y profesional, le agregaré lo que suelo decir con orgullo, soy lo que soy desde muchacho hasta mis 81 años, me casé con una muchachita de Río Caribe, casi paisana mía, cuando ella apenas tenía 18 años y yo 21. Sólo tengo dos hijas y lo son también de mi compañera y para remate, si volviese a nacer, con todas las dificultades que ahora paso, expuestas en su misiva al presidente, volvería a ser maestro, como estoy seguro que usted sería cura.