Una contienda se disputa en todos los ámbitos; una Guerra de
Independencia debe cuidar más que ninguna otra vencer tanto en el
campo de las armas como en el del apoyo popular y en el de la razón,
ya que esta última es la que invoca para proceder a la fuerza. Los
absolutismos se legitimaban con argumentos religiosos y ultraterrenos:
los monarcas lo eran por Gracia de Dios; las colonias, conquistadas
para imponerles el Evangelio. Los insurgentes han de invocar una
legitimidad de nuevo tipo, que no viene de arriba, del Más Allá, sino
de abajo, del pueblo liberado de su condición de súbdito creyente y
reconocido como sujeto pensante de la voluntad popular. Pero para
invocar al pueblo hay ante todo que comprenderlo.
El Discurso que el Libertador Simón Bolívar dirige al Congreso
General de Venezuela en el acto de instalación el 15 de febrero de
1819 versa así sobre cuatro temas: la Soberanía Popular, base y
fundamento de la República; la Identidad del Pueblo titular de dicha
Soberanía, la crítica de los gobiernos anteriores, y el problema de
cómo crear instituciones adecuadas al carácter nacional. Es a la
vez un manifiesto de filosofía política, un estudio de lo que ahora
llamaríamos sociología, y una propuesta de proyecto constitucional.
De allí el fulgurante primer párrafo del Discurso que el
Libertador Simón Bolívar dirige al Congreso General de Venezuela en
el acto de instalación el 15 de febrero de 1819:
Señor:-¡ Dichoso el Ciudadano que baxo el escudo de las armas de su
mando ha convocado la Soberanía Nacional, para que exerza su voluntad
absoluta!. Yo, pues, me cuento entre los seres mas favorecidos de la
Divina Providencia, ya que he tenido el honor de reunir á los
Representantes del Pueblo de Venezuela en este Augusto Congreso,
fuente de la Autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y
árbitro del Destino de la Nacion. Al trasmitir á los Representantes
del Pueblo el Poder Supremo que se me habia confiado, colmo los votos
de mi corazon, los de mis ConCiudadanos y los de nuestras futuras
generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y
prudencia (Zea; 1986, 70-99. Todas las citas conservan la ortografía
de la época).
Por obra de la insurrección libertadora, la política ha cambiado
de eje. Los Representantes del Pueblo, reunidos en Congreso, ejercen
su "voluntad absoluta", son "fuente de la Autoridad legítima, depósito
de la voluntad soberana y árbitro del Destino de la Nacion". El texto
sigue la versión más avanzada para la época de la teoría de la
Soberanía: la de Juan Jacobo Rousseau, quien sostiene que la suprema
voluntad soberana reside siempre en el pueblo, y únicamente en él, sin
que sea válido ningún pacto para enajenarla, transferirla o
menoscabarla. Así, el filósofo ginebrino afirma en el Capítulo
Primero del Libro Segundo del Contrato Social: "Digo según esto, que
no siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general,
nunca se puede enajenar, y que el soberano, que es un ente colectivo,
sólo puede estar representado por sí mismo: el poder bien puede
transmitirse, pero la voluntad no" (Rousseau:27).
Ante la representación de la soberanía, con alivio, Bolívar
renuncia "al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de
la República", al que se había sometido por "la voluntad imperiosa
del Pueblo". Por tal motivo, afirma:
Quando cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad
que me agobiaba como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre
mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa unida á la
voluntad imperiosa del Pueblo me habria sometido al terrible y
peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. Pero ya
respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad
y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones mas
horrorosas que pueden afligir á un cuerpo social.
Puesto que la autoridad ilimitada de la soberanía pertenece al
pueblo, sólo de manera excepcional y provisoria puede alguien
ejercerla como Dictador Jefe Supremo de la República. Sostuvo Juan
Jacobo Rousseau que «el gobierno hace continuos esfuerzos contra la
soberanía». Para evitar tal situación, el Libertador se apresura a
renunciar a su investidura, considerando superior el título de buen
Ciudadano incluso al de Libertador y Pacificador:
Legisladores! Yo deposito en vuestras manos el mando Supremo de
Venezuela.- Vuestro es ahora el augusto deber de consagraros á la
felicidad de la República: en vuestras manos está la balanza de
nuestros destinos, la medida de nuestra gloria: ellas sellarán los
Decretos que fijen nuestra Libertad. En este momento el Gefe Supremo
de la República no es mas que un simple Ciudadano, y tal quiere quedar
hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas
miéntras haya enemigos en Venezuela.
Evitar la usurpación de la autoridad ha sido preocupación
constante del Libertador. Tras la Campaña Admirable, que arranca de la
Nueva Granada y en fulminante sucesión de triunfos libera la capital
de Venezuela, Bolívar se dirige el 2 de enero de 1814 a la Asamblea
reunida en el templo de San Francisco, la cual le suplica que siga
ejerciendo poderes extraordinarios para la feliz culminación de la
Independencia: "No usurparé una autoridad que no me toca. ¡Pueblos!
Ninguno puede poseer vuestra soberanía, sino violenta e
ilegítimamente. ¡Huid del país dónde uno solo ejerza todos los
poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis Libertador de la
república; yo nunca seré el opresor" (Blanco Fombona: 50).
Una segunda consideración mueve al prócer a considerar con alivio
su retiro del mando:
La continuacion de la autoridad en un mismo individuo freqüentemente
ha sido el término de los Gobiernos Democráticos. Las repetidas
elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es
tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo Ciudadano
el Poder. El Pueblo se acostumbra á obedecerle, y él se acostumbra á
mandarlo, de donde se origina la usurpacion y la tiranía. Un justo
celo es la garantía de la Libertad republicana, y nuestros Ciudadanos
deben temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha
mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.
Por otra parte, rasgo distintivo de la detestada monarquía
absolutista era la perpetuación en el poder del mismo mandatario.
Contra ella, el Discurso opone claramente la alternabilidad
republicana. Se articulan así de manera diáfana las ideas: La
soberanía, el supremo poder absoluto y perpetuo de un cuerpo político,
pertenece al pueblo. Éste lo expresa a través de sus representantes
mediante la sanción de normas de carácter general que «fijen nuestra
libertad». Resignar el mando ante una representación constituyente del
pueblo es reintegrarle la plenitud de la soberanía.