Son los que antes, con los ojos ciegos, no veían lo que hacían al país, y son los mismos que ahora aprietan los ojos para que la luz de la verdad no les hiera en las pupilas; unos los cierran por tozudéz y otros por vergüenza, de estos últimos hay pocos, pero, aunque lo oculten, sienten vergüenza. Violentos o dóciles, conscientes o disociados, nuestra tarea será curarles esa ceguera; Rousseau bien lo decía: “El Hombre ha perdido mucho tiempo tratando de convencer, en lugar de conmover”, por eso con ellos se requiere paciencia.
Muchos han disfrutado por siglos los privilegios que les dio la riqueza; esos se creen aristócratas, y como aristócratas se hubieran destacado malamente, porque jamás ha habido en ellos los más altruistas sentimientos de amor a los hombres, como los que hicieron a Simón Bolívar compartir el gentilicio que fraguó de sus manos, como el de ser venezolanos como él, libertarios, capitanes de insurrectos, como lo calificaba heroicamente el serbio Vuk Karadzhik, valientes para defender la justicia y la paz y desprendidos ¡Hasta la última camisa!, para compartir con nuestros hermanos de Latinoamérica el pan nuestro de cada día, así como ellos lo han de compartir con nosotros. Qué mejor que emularlo “aristócratas”.
Son nuestros los que como ciudadanos (llanos, del común, como suelen llamar a los otros), se hubiesen podido elevar por encima de todas las dificultades y junto con ellos elevar la patria; pero no, nos estaban dejando un país de enanos; no tuvieron el cuidado de recordar que pertenecían a la estirpe que describió Bolívar en su brillante Carta de Jamaica y que como ciudadanos de verdad, debían saber que la soberanía es la patria y la patria es la madre y la hermana, y comenzaron a venderlas como truhanes de juzgado. Aún así sabemos que son nuestros.
Rabiosos, fraguaron la muerte del hermano y blandieron sus cuchillos contra los suyos propios; derramaron, de ese cáliz el zumo más sagrado y aún no aflojan los dientes, como perros rabiosos. Pero son nuestros.
Como políticos pudieron haberle dado vuelo al pensamiento latinoamericano, y desarrollar la tarea más gigantesca - un país que fuera desde el Río Bravo hasta la Patagonia, y entre tanto eso no fuese realidad, administrar pulcramente las riquezas de las generaciones futuras de su propio país. Desarrollar un nuevo pensamiento político con los preceptos del pensamiento autóctono y que como personas sensatas, entendieran de una vez, que para los que habitamos este planeta no existen ideologías ajenas – las alienígenas aún nos son desconocidas. Martí, Juárez, Sandino, Ché y los millones de luchadores que obligan al resto de los científicos sociales del mundo a mirar con respeto los nuevos modelos que aquí se construyen ¡sin ustedes! Aún así, los sabemos nuestros.
Es por ello que con todo el amor de un “izquierdista de segunda” les digo: En esta hora sagrada del sufragio ¡Entréguense señores, que son nuestros!
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