De resultados del domingo hay muchas lecturas que hacer, más que las que dice Rosales. Podemos, por ejemplo, mencionar que, aparte de la rotunda diferencia que hubo entre los candidatos, fue noticia que el perdedor de la contienda reconociera su derrota. En toda confrontación, lo natural, lo legítimo, lo honroso, es que quien no llega de primero admita su fracaso. Pero los rumores de conflicto y amenazas eran tantos, que el gesto de Rosales pasó a ser, más que normal, extraordinario.
Otra de las lecturas que se pueden hacer de los resultados es el claro y notorio sesgo "clasista". Un simple vistazo a la página del CNE arroja la nada alentadora visión de que el país está, en efecto, fracturado en dos bloques sociales claramente identificados con dos tendencias distintas. Quien quiera argumentar que ésta no es una lucha de clases, lo invito a consultar los resultados y validar que en todas las urbanizaciones de clase media y alta de todas las ciudades del país, el candidato opositor prácticamente arrolló al Presidente y en las barriadas populares sucedió lo contrario.
Un elemento que se le pasó a Rosales mencionar tiene que ver con la base de datos que supuestamente destruyeron y que tenía los nombres de quienes aspiraban a tener la tarjeta "Mi Negra". Según el gobernador del Zulia, en esa lista se anotaron cerca de cuatro millones de personas. ¿Dónde vivirán esas personas? Probablemente tres cuartas partes de ellas pertenecen a esas clases sociales privilegiadas. Y si sólo un cuarto, cuando mucho, vive en los sectores populares, quiere decir que al menos seis millones de venezolanos pobres no se dejaron comprar por la promesa que los iba "a sacar de abajo".
La oposición sigue sin encontrar cómo hablarle a la masa que se mantiene fiel al liderazgo que ha vapuleado mediáticamente en los últimos siete años.
Ese populacho que desprecian los que derrochan fascismo en sus editoriales, en sus correos electrónicos y en sus mensajitos anónimos, ha adquirido conciencia política, ha madurado, está claro, no se deja engañar por el veneno televisivo que le corroe el alma a los otros, y, por sobre todas las cosas, tiene una enorme dignidad.
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