Pareciera que cada mujer llamada María, tiene en el fondo de su corazón un secreto. O en cualquiera parte de su ser. Pero siempre lo he pensado. Tal vez por ello tengo dos hijas que, por iniciativa mía, se llaman María. Para mí, mis dos hijas, llamadas María, son especiales. No he llegado hasta el fondo para descubrir ese secreto que guardan, pero tengo el pálpito que alguna de ellas, un buen día, me hablará del secreto de su vida.
Por cierto, un hombre con mucho dinero y lujos por doquier, tenía como encargada de la limpieza y otros menesteres a una mujer llamada María. Un buen día el hombre la llamó a su despacho.
—¿María, cuántos años tienes trabajando para mí?
—En primer lugar, señor, yo no trabajo para usted, y, en segundo lugar, no sé cuántos años… Usted me paga, por lo tanto debe saberlo.
El hombre quedo gratamente sorprendido por la respuesta. En 10 años de tenerla con él, nunca la había llamado con la intención que lo hacía ahora. Y he allí una respuesta que nunca pensó pudiera salir de la boca de María
—Si no trabajas para mí, entonces, para quien trabajas?—Soltó el hombre con una sonrisa a flor de labios.
—Mire, señor, si la conversa es más larga, entonces, más despuesito, le amplío la frase de "yo no trabajo para usted", siga, por favor.
—María, me llama mucho la atención, que eres la única empleada que nunca me pide un aumento de salario, ni te quejas de tu trabajo, ni andas molesta… Siempre te veo de buen ánimo y con mucha alegría en tus ojos. Para mí, eres el ser más responsable que conozco.
—Gracias, señor, por fijarse en mí. Una humilde mujer que solo hace lo que tiene que hacer, y, que, por lo demás, me paga por eso. Mi comportamiento no tiene nada de raro, o excepcional. Solo hago lo que tengo que hacer, según sus lineamientos, más nada. Un pensador dijo: "La responsabilidad está intrínsecamente unida a la libertad, van de la mano. Para ser libre hay que ser responsable. En el fondo, cuando somos responsables somos arquitectos de nuestro propio destino". (El subrayado es de mi propiedad).
El hombre, casi pierde la respiración. Se movió de un lado a otro, sobre su sillón de cuero color negro. Se limpió el rostro con una toalla especialmente perfumada, sonrió, sin ver María, quien se mantenía parada, desde su llegada al acogedor despacho. Y soltó:
—Me impresionas, María. Siéntate por favor. Tenía una reunión pautada a esta hora, pero no voy a asistir, que la hagan sin mi presencia… Conque esa tenemos… ¿Te sientes libre?
—Sí, señor. Libre como el viento. Ahora mismo, si me diera la gana puedo irme. No estoy atada a nada ni a nadie. Soy libre de hacer lo que quiera, sin tener que pedirle permiso a nadie. Nunca olvido una frase del Papa Juan Pablo II, quien dijo: "La libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino tener el derecho de hacer lo que debemos.". En mi caso, señor, hago lo que debo hacer, y, además, creo que lo hago bien.
—¿Sabes por qué te llame?
—Imposible, señor, si usted no me lo dice…
—Porque creo que posees un secreto. Nadie que no tenga un secreto dentro de sí, puede expresarse como tú lo estás haciendo. Eso confirma que mi observación estaba en lo correcto. Quisiera, en esta conversación, escudriñar sobre ese secreto. Secreto que te hace diferente a los demás. Ayúdame, por favor…
—Que lo ayude a qué… señor. Usted pidiéndole ayuda a este ser humano insignificante… Otro mundo, señor. Usted piensa que guardo un secreto, de acuerdo a su observación. Mire, señor, le voy a ser franca, como el agua clara, y como siempre lo he sido. Yo, María, no guardo ningún secreto, como no sea el secreto de los libros. Confieso, señor, que he leído. Persigo los libros, me los robo, sin no tengo con que comprarlos, los pido prestado y no los devuelvo, me los apropio, como un tesoro. Pero son libros diferentes a esos que usted tiene aquí, en su despacho, y que me consumen la vida cuando tengo que limpiarlos del polvo. Estos libros están callados, con mucha pena que nadie los lea. Porque usted, señor, los tiene para exhibir su poder ante quienes lo visitan. Usted tal vez leyó cuando era joven y estudiaba. Luego el dinero frenó ese ímpetu por la lectura, sustituida por los libros de cuentas. Usted se enfocó en ellos, en sus números y, tal vez, guarden muchos secretos. Secretos que usted no le interesa recordar.
—Yo, por mi parte, sí he leído. Leeré hasta mi muerte, y mucho más allá de ella. Porque la lectura me lo ha dado todo en mi vida. No leo para acumular conocimiento y exhibirlos dentro de mí, como un "tesoro". No, no es así. Leo porque es mi pasión, desde cuando descubrí que otros, los escritores y pensadores, trabajaban para mí. No les pago, pero ellos me dan. Y eso vale oro. Parte de eso que usted llama secreto, se lo debo a los libros. Por eso los amo, profundamente. Y por eso puedo responderle como lo he hecho hoy. Por lo tanto no poseo ningún secreto. Soy como un libro abierto para quien desee leerme.
—Por cierto, hace rato me dijo que yo trabajaba para usted. Y he aquí me respuesta: No, rotundamente, no. Yo trabajo para mí. Eso se me metió en la cabeza desde que oí un susurro en mi oído izquierdo: "Tu no trabajas para nadie. Tú trabajas para ti. Alguien te contrata para que le trabajes, pero no es así. Tú buscas un trabajo, sea, donde sea, porque lo necesitas, y el otro te lo da porque necesita de tu trabajo. Ambos se necesitan. Te contratan para que te paguen, pero al final, tú recibes un dinero y lo usas en lo que quieras, eres dueña del dinero y del trabajo. Tú trabajo. No es de nadie sino tuyo, y tú lo dejas o lo conservas hasta cuando te sirva. Tú decides a cada instante lo que haces o no haces y, como consecuencia de ello, lo que obtienes o no obtienes. Lo que logras o no logras no depende de otros, sino de ti misma, de tus decisiones y, sobre todo, de tus acciones lo que no hagas por ti, probablemente, otros tampoco lo harán… Si no te haces cargo de tu vida, otros lo harán".
—Respecto a mi alegría —continuó María— Soy alegre por naturaleza. Vivo agradecida de Dios, pues, él me dio la vida y él me inyecta cada día una dosis de alegría. No tengo tiempo para andar triste. La vida no es triste, es alegre. Y vuelvo a lo del trabajo, para no perderme en galimatías. Yo no trabajo para usted, cuidadito si no es usted quien trabaja para mí. Es cuestión de pensarlo. Si sus ocupaciones le dejan un "clarito", por favor, reflexione sobre estas cosas. Mi secreto, si es que se puede llamar secreto, estriba en no quejarme por pendejadas, en no pedir un aumento sino lo considero oportuno, en trabajar con responsabilidad, y hacer lo que tengo que hacer, bien, como Dios manda, pues, usted no me paga con dinero falso. Ese es EL SECRETO DE MARIA.