La libertad no se mendiga, se asume. La revolución socialista es un acto de libertad y de liberación en una pugna sostenida por conquistar nuevas relaciones sociales, para una convivencia armónica y justa, sin distinciones de clases. Y la resistencia al cambio está en su polo opuesto. El que está bien con su estatus de vida no quiere otra cosa – en principio el rico no quiere cambiar; el medroso teme a lo nuevo; el fatalista dice: ¿cambiar para que todo siga igual?; el vicioso se deja llevar; el poderoso cree tener el control de la misma muerte; al comerciante le da lo mismo, ve en todo una oportunidad de ganar algo; el arribista y el político oportunista hacen igual que el comerciante.
Por eso la revolución debe ser un acto racional y consciente, y de fe en lo que se propone y con los ojos bien abiertos. Arranca por el impulso de pocos valientes que se tienen que enfrentar a una población capaz de tener toda clase de reacciones emocionales casi que involuntarias y mil contradicciones; podríamos decir que su instinto – el de la revolución – la orienta hacia la búsqueda continua de una perfección dentro de la comunidad, dentro de las diferentes pasiones y sentimientos, para eso hay que estar despierto, ser valiente y creer en lo que se hace; hay que trabajar duro.
Una revolución se origina en el pensamiento; no es un simple ¡caracazo!, no es una poblada persiguiendo a un violador, no es una explosión social; es estimulada y dirigida, tiene una finalidad, una estrategia de lucha, contraria al impulso irracional o espontáneo de un estallido social; tampoco es el altruismo de las limosnas de alimentar la lastima y la autocompasión. Es un cálculo hecho desde una vanguardia consciente de la necesidad de transvalorar el orden social, político y moral, de darle vuelta a la tortilla.
A la vez esa vanguardia – cuando es una vanguardia verdadera – prefigura lo que sería la nueva sociedad por la conducta de sus integrantes, que ponen a prueba su control y entereza, su sentido de justicia, que se someten a la crítica, alientan los cuestionamientos y el debate entre la gente; la revolución socialista es una escuela de revolucionarios: crece la vanguardia, crece la revolución y se afianza el socialismo.
Sin una vanguardia verdaderamente revolucionaria no hay revolución verdadera, vívida, efectiva. De la calidad moral de los líderes depende la existencia misma de la revolución. Quienes entendieron que el evangelio de Cristo fue ser modelo de lo que debía ser el hombre y la mujer en la tierra, la conducta que había que tener frente a los demás, hicieron los cambios en los primeros cristianos. Los que trocaron el ejemplo en promesas y amenazas, en mentiras, se hicieron poderosos y dominaron al mundo, viviendo como reyes frente a la pobrea en nombre de Cristo…, hasta hoy.
Una revolución mundial será imposible mientras los que "todo lo pueden" dominen la consciencia de aquellos esclavos que creen que "todo lo pueden". Y constriñan a los que sabemos que es inútil buscar el poder en la misma dirección que lo hace todo el mundo: a través del dinero y la posesión de cosas materiales. Sin embargo la libertad se asume, viene junto con sus consecuencias, tiene un costo, no se mendiga ni se regala, se ejerce si queremos resultados.
El socialismo no se aleja del conflicto, lo quiere, lo busca, lo acepta y lo soluciona; no niega las disidencias, las aceptas como naturales y como retos, es un entorno social y político para la adaptación y el cambio. La razón se impone como consenso frente a las supercherías y falsificaciones; una historia escrupulosa se impone sobre la teología o la metafísica. Ser revolucionario y buscar en el conflicto la verdad y la perfección humanas es lo mismo.
Una cosa es esforzarse por cambiar yendo al origen de los problemas y otra es simularlo, dando a la vez rienda suelta a los instintos pequeñoburgueses de la adulación, la envidia, la codicia, el "vicio privado y la pública virtud": mentira y pacatería.
Ya basta de pusilánimes, de discursos hueros, necesitamos líderes verdaderos, comprometidos con sus palabras hasta la muerte; no arribistas acomplejados, que no pueden ver a un millonario porque se orinan. El presidente de un partido socialista no puede ser tan voluble, debe dar muestras de carácter, se debe esforzar más que los demás por trabajar, estudiar y aprender; por escuchar a la gente. Estamos rodeados de palabreros y pandilleros: vulgares pranes: ignorantes y violentos hacia dentro, aduladores y mansos hacia afuera.
Necesitamos despertar y hacer crecer dentro de nosotros a Bolívar, a otro Chávez, hablar con la verdad, ser valientes y hablar con la verdad… Mentir y creernos nuestras mentiras es lo que nos tiene sumidos en la pobreza presente. ¡Una revolución que miente y se miente no existe!…. Dice el filósofo, "Bienaventurados los adormilados, porque ellos se quedarán dormidos" ¡Debemos despertar! Esta es una oportunidad revolucionaria para tomar el "palacio de invierno" de Miraflores y sacar de ahí al Kerensky criollo, el que ha demorado los avances verdaderos con su traición a Chávez y al chavismo.