Es en el campo de las batallas políticas, económicas y sociales donde se define la esencia y la naturaleza de las democracias. Algunas apenas logran arrastrarse en las trincheras de sus propias frustraciones, sin posibilidad de avanzar hacia ninguna parte porque, precisamente, les pesa todo el aparataje de chatarra. Estas palabras iniciales sirven perfectamente para describir lo que le está sucediendo a muchas democracias en América Latina y en algunos países del mundo, donde una vez roto el cristal de las apariencias, se ha podido comprobar que detrás de los vidrios rotos había una realidad oculta que no aguantó los primeros soplos de la pandemia.
De repente, todo se vino abajo y el coronavirus desmontó las falsas concepciones de la "democracia liberal", "la democracia burguesa", "la democracia capitalista". Con lo de la pandemia todas quedaron descubiertas y más que constructos vitales y llenos de fortaleza, en realidad eran referentes maquillados para no dejar ver arrugas, pero que quedaron al descubierto con todo su esplendor. No obstante, creando anticuerpos y con las ganas inmensas de seguir el instinto de las sanguijuelas, esos tipos de democracia han mutado hacia otras formas mas degradadas como lo son la Covidemocracia y la Pandemocracia, donde el hambre, la miseria, la pobreza y la explotación, siguen su curso legal, porque la maquinaria del capitalismo no se puede parar y mucho menos tener pérdidas, así tengan que morir unas cien o doscientas mil personas. Eso no es importante, han dicho seres tan miserables como Sebastián Piñera, actual presidente de Chile; Donald Trump (EEUU), Jair Bolsonaro (Brasil) y el narcopresidente de Colombia, Iván Duque.
De verdad, importaría muy poco lo que dijeran o dejaran de hacer esos seres miserables, sino que son los pueblos las victimas de sus propios gobiernos y gobernantes que, en vez de ser los garantes de la seguridad y protección de las sociedades, son sus propios verdugos que los dejan abandonados, tirados en la mengua de la indolencia, tal es el caso de Perú, Bolivia y Ecuador. En tanto, otras flamantes democracias incitan a sus ciudadanos a que vayan al encuentro con la muerte al permitirle, sugerirle y hasta obligarlos a que vayan a trabajar, a pesar que se pueden contaminar; convirtiéndose de esa manera el capitalismo en un laberinto de la muerte.
Esos tipos de democracia no aguantaron los primeros estornudos de la pandemia, no sólo porque los agarró de sorpresa, sino porque sus verdades eran medias verdades, su opulencia era de terciopelo y lana, pero solo disponible para unos pocos. Así mismo lo es la salud, el lujo, los yates, las mansiones, los vehículos blindados, los trajes y corbatas; es decir, todo era, es y seguirá siendo para unos pocos (3%), mientras el resto de personas (97%) seguirán o seguiremos recogiendo las migajas que van dejando esa casta privilegiada. Esa es la verdad.
Para esos mundos, la covidemocracia y la pandemocracia será la nueva máscara, el nuevo rostro de la clase gobernante y de esas sociedades que, seguramente, se colocarán el traje de la indiferencia y el olvido para seguir ellos en su miserable vida de ricos, sin importarles la exclusión y explotación de millones de seres humanos, que no sólo seguirán sufriendo las secuelas y daños colaterales del coronavirus sino que, desgraciadamente, seguirán viendo el hambre y la miseria en el rostro de todos los días. Eso no sería sorpresa para nadie, porque a muchos incautos, millones de millones de personas, le venden la idea del "sueño americano", y que también, los pueblos, las familias y hasta sociedades enteras pueden llegar a vivir como ellos y al final, esos millones de explotados y excluidos, terminan justificando el modelo político capitalista y explotador, cuyas proporciones de desigualdad es el equivalente al tres por ciento de ricos y noventa y siete por ciento de pobres, estos últimos con necesidades crecientes y sin posibilidades de salir de esos umbrales.
Entonces, lo importante es empezar a cambiar el discurso, a cambiar el relato y el correlato, porque después que pase todo esto y hayamos erradicado el coronavirus, la anatomía de las democracias que deben surgir en América Latina y el resto del mundo, tienen que mostrar un rostro diferente con una clara tendencia no solo irreversible, sino también fulgurante hacia las democracias revolucionarias. Inevitablemente, tienen que abrirse los caminos para que sean las mismas sociedades quienes construyan su presente y su futuro en los propios escenarios de la verdad y la realidad. De allí que es importante la definición de proyectos y la fortaleza del sistema político y la claridad de propósitos y objetivos de los respectivos gobiernos en la búsqueda de soluciones revolucionarias para garantizar el bienestar colectivo.
Atrás tienen que quedar las falsas democracias y que esas mutaciones de la covidemocracia y pandemocracia sean aniquiladas y que sean las nuevas realidades de los pueblos que las mate bien muertas. De esa manera estaríamos matando las cepas malignas y evitando que el concepto mismo se vaya degradando y mutando hasta lo peor, que desangra la piel del rostro marchito, originando brotes en el cuerpo de la maldad. Esos tipos de democracias tienen un gen peligroso que se desprende de su estructura de ADN, para causar el mayor daño. Hay que evitar que sigan mutando y en algún momento hasta puedan autoproclamarse. Mientras tanto, nosotros seguimos en el laboratorio de la política y en un próximo informe develaremos el nombre de esa posible metamorfosis y sus consecuencias perversas para la salud de las democracias revolucionarias.