Acerca del excusado y los excusadores

En días recientes, leyendo el artículo de un viejo dirigente de izquierda y profesor universitario muy conocido en Oriente, sorprende cómo se continúa asumiendo sin mayor análisis «el movimiento de masas» que en 1998-1999 «se puso de pie en Venezuela bajo la bandera de la "participación"; […] que debió ser incorporada y poseer rango constitucional», supuestamente dejando atrás «la oligárquica democracia representativa manejada por los cogollos del bipartidismo».

Además, luego de breves pinceladas sobre los primeros años del gobierno Chávez, el veterano catedrático salta olímpicamente a que «ahora los aumentos de sueldo, la política social; la distribución de alimentos, medicamentos y gasolina se hace como "lo diga Nicolás"», y expresa angustiado: «con toda seguridad en las próximas horas ministros, gobernadores, alcaldes y cualquier funcionario público hará de ésta su filosofía».

Cuasi asombrado resalta que los actuales dirigentes del Gobierno-PSUV «exponen a su jerarca como expresión divina de sus deseos: "lo que diga Nicolás"»; y finaliza, a modo de balance, que: «Mayo termina con […] la muerte de la Democracia Participativa y el nacimiento del bonapartismo bolivariano.»

En, al menos, estas últimas décadas de la historia venezolana, no hay personaje más excusado que Hugo Chávez, a quien no le faltaban excusadores cuando estaba vivo y le siguen sobrando después de muerto.

Ojalá sólo fuese este honesto profesor –aparentemente con amnesia selectiva– el único excusador, pero no, se suma a una larga lista tanto de anónimos como de connotados excusadores, quienes sencillamente obvian o, peor aún, han pretendido justificar situaciones ocurridas durante la gestión de Chávez y actuaciones de él mismo, que entonces eran lamentablemente comunes y que lo siguen siendo; la única diferencia es la afinidad que se tiene con el «jerarca» de turno.

En esa lista se encuentran personajes como Alberto Müller Rojas o Lina Ron, quienes alegaban que los problemas y errores del gobierno eran porque a Chávez lo tenían aislado de la realidad; Héctor Navarro o Jorge Giordani, quienes muy críticos con la gestión de Maduro todavía hacen loas a la conducción de Chávez, aunque se haya reconocido que para ganar elecciones –de la muy consolidada democracia representativa y su actual versión bipartidista– se llevaban las finanzas de la República «a niveles extremos».

Asimismo, Antonio Aponte y su columna «Un grano de maíz», con la famosa consigna «Irreverencia en la discusión, lealtad en la acción», incluso cuando el mismo Chávez hizo notar su disgusto por ciertas críticas; o el impresentable Mario Silva, quien probó una dosis de su propia medicina cuando hace poco más de siete años se dio a conocer un revelador audio en el que, sobre los gobernadores Jorge García Carneiro y Francisco Rangel Gómez, señaló: «son los generales viejos, corruptos. Que Chávez los colocó allí porque Chávez podía dominarlos; pero corruptos, vinculados a Fariñas, Vielma Mora […]».

No pueden tampoco olvidarse consignas funestas que el «Comandante Supremo» aplaudía sin disimulo, como la del Frente Francisco de Miranda (FFM), desde su creación en 2003, «Comandante Chávez, ordene; ordene sobre este Frente»; la de «Así es que se gobierna», que coreaban funcionarios y muchedumbres en actos que se promocionaban como expresión de «democracia participativa», tan efectistas como los del posterior «Gobierno de calle»; la de afiches del Ministerio de Comunicación: «Con Chávez todo, sin Chávez nada», o la versión de las llamadas Fuerzas Bolivarianas de Liberación (FBL), «Con Chávez todo, sin Chávez plomo!».

Y menos todavía olvidar su insistente y lapidaria frase: «Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo. […] No soy un individuo, yo soy un pueblo, y al pueblo se respeta», que ningún margen dejaba para el disentimiento; puntual ejemplo de una prepotencia que le fue cada vez más característica y de un ego que llegó a sobrepasar la frontera de la megalomanía y el bonopartismo.

Por mucho que se pretenda ocultar o disimular, Chávez nunca se deslastró de sus concepciones y prácticas cuartelarias, de subordinación dócil y acrítica a un «ordeno y mando» indiscutible y unipersonal.

No es casual que como candidato presidencial, en 1998, visitara en su residencia de España a quien orgullosamente llamaba «Mi general Pérez Jiménez», y que no reivindicara el 23 de enero de 1958 hasta que en el 50º aniversario de esta gesta la oposición pretendió tomar la fecha como referente contra el Gobierno.

Así como tampoco es casual el nombre y el contenido de los escritos que denominó –sin medias tintas– «Las líneas de Chávez», iniciados el 22 de enero de 2009; una mala copia y sin parangón con las «Reflexiones del Comandante en Jefe», que empezó a escribir Fidel Castro el 28 de marzo de 2007 siendo todavía jefe de Estado, y que rebautizó como «Reflexiones del compañero Fidel», el 18 de febrero de 2008, al cesar en sus responsabilidades oficiales.

Hace poco, en otro artículo, concluía con una frase que tiene pertinencia para este tema: «[…] todos deben tener claro que la gestión gubernamental (sobre todo en política económica) de Chávez no es el referente o modelo para el futuro de Venezuela; tuvo cosas positivas que se suman al acumulado histórico del más que centenario proceso revolucionario venezolano, y el análisis crítico y desapasionado de este periodo también permitirá extraer otras importantes lecciones.»

De no ser así, será imposible que la izquierda venezolana –y una parte importante de la internacional– salgamos del laberinto en el que nos encontramos.



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Carlos Aquino G.

Dirigente del Partido Comunista de Venezuela PCV. Analista político. Periodista de investigación.

 caquino1959@gmail.com

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