No me extrañaría que a estas alturas más de uno quiera pretender, o pretenderá, buscarle una hipócrita consecuencia política al doloroso acontecimiento sucedido el pasado 23 de diciembre en Maracaibo. Como se recordará en el sector conocido como “Los Plataneros”, en el populoso y folclorizado “Mercado de las Pulgas”, ocurrió una catastrófica explosión por el presunto mal manejo de FUEGOS PIROTÉCNICOS. Según autoridades más de cuatro hectáreas donde, con permiso del DARFA y los Bomberos del Municipio Maracaibo, se almacenaban una cantidad pretendidamente determinada de fuegos “artificiales” (léase POLVORA BLANCA).
Lo sucedido, y sin evadir las correspondientes consecuencias de nuestros actos, debe ser la oportunidad dolorosamente definitiva para reencontrarnos con la ineludible tarea de reconstruir o sanear una sociedad enferma por la descabellada batalla por capitalizar riquezas de manera inmediata e irracional, y por lo general al precio de seriamente exponer peligrosamente todo cuanto nos rodea. Para nadie es un secreto que el negocio de los FUEGOS PIROTÉCNICOS es uno de los más rentables y de poca inversión; sus márgenes de ganancias son uno de los más insólitamente altos en el comercio, superando incluso al del mismo licor. Al tiempo es de destacar que es el más gratuitamente publicitado, no existe actividad televisada o no, cuando lo pomposamente colorido, en el clímax de la emoción, no se resuelva mágica y explosivamente por medio de esta fulgurante actividad de fuegos nada artificiales en su peligrosidad. Respuesta silente y subliminal que muy en el fondo deviene a consecuencia de la necesidad que tiene una forma específica de pensamiento ideológico, capitalista, el cual pretende condicionar la cotidianidad, no sólo festiva, de toda la sociedad a través manifestaciones compulsivamente violentas, dizque controladas, expresadas en la proposición que sólo mediante y por medio de las explosiones de estos fuegos pirotécnicos, o de cualquier artículo ofertados por estos verdaderamente laboratorios de la moda, solo se puede encontrar una verdadera y garantizada satisfacción festiva e, incluso, fetichista. Una sociedad donde todo lo que no es para el realce y el disfrute del “yo” requiere de ser DESPRECIADOS y hasta combatidos.
A estas alturas de la tragedia más de uno “inocentemente” estará convenciéndose en la necesidad de encontrar culpables mientras, bajo la locura del fin de año, deja a sus hijos buscar la posibilidad de encontrar la mutilación precisamente con los mismo artefactos que tanto dolor, indignación y perdida han llenado ya a un sin números de hogares zulianos. Detrás de la venta de los fuegos artificiales hay demasiada tela que cortar, al igual que otras actividades del comercio en este mercado, existen verdaderas mafias que de manera premeditada, y con el protagonismo del crimen organizado nacional e internacional, realmente orientan y promueven el caos y la anarquía de este lugar. Convendría destacar que, por actividades propias de mis funciones, asiste unas semanas antes de la tragedia a una reunión con el sector informal o buhonero, ya que el mismo de manera irracional y frenética había invadido como nunca antes los espacios que se tenían dedicados al necesario y obligado tránsito vehicular y peatonal. Lo primero y último que dijeron en esta reunión fue “primero muertos nos sacan de aquí, (...) después de diciembre hablamos”.
Querer abanderarse de una moral consecuente con la realidad sería aceptar de modo responsable que bajo cuarenta años nuestra sociedad fue sometida a toda una forma de sometimiento en que el individualismo y el aprovechamiento oportunistas de las ventajas estaba signado bajo la pretendida ley del más vivo y del más apto, una sociedad prácticamente para y de depredadores. Esto evidentemente se correspondía al impulso de una expresión eminentemente ideológica, sin otro afán que la de combatir toda forma de responsabilidad y de exoestima que procurara en esta formas de organización ciudadana que exaltara los sentimientos de solidaridad, complementariedad y de corresponsabilidad con el Estado.
Bajo las consecuencias de lo anterior, ya me parece estar oyendo a más de uno de estos destacados y “concientes ciudadanos” cuestionar el “porqué precisamente se le otorgó los permisos para que esas personas vendieran su peligrosa mercancía en ese lugar tan populosamente frecuentado”. A estos amigos, verdaderamente mal informados, les refiero con bastante honestidad que cualquier hubiese sido el mecanismo o el propósito que hubiera pretendido sacar de ese lugar el acopio de estos fuegos pirotécnicos, al menos en la temporada de diciembre, hubiese encontrado un polvorín y una desgracia en vidas mayor al que desgraciadamente ocasionó la explosión. Con todo y lo peligroso de esta actividad todo los que allí laboraban sólo encontraba razón para pensar lo que se podrían ganar, aun a costa de lo que fuese. Tan cruda pretende ser la advertencia de lo que me refiero que a la hora de los sucesos, mientras bomberos y funcionarios de la Alcaldía de Maracaibo (incluido el propio Alcalde y Director General) trataban de socorrer a los atrapados y heridos, había unos cuantos que, aprovechándose de la situación, comenzaron a saquear los locales vecinos; de ahí que las pérdidas sean tan multimillonarias. Seguramente sería conveniente referir que nuestro flamante Gobernador del Estado, Manuel Rosales, brillaba, desde Miami, por su visible ausencia.
Lo que ahora queda, mucho más haya que obviamente lamentar lo sucedido, es tomar conciencia de lo que realmente no puede seguirse tolerando. La población zuliana (venezolana y, por qué no, mundial) verdaderamente debe tomar escarnio sobre lo imprescindible que resulta el reconocer que el derecho de unos acaba cuando empieza el derecho de los demás. Y que el problema generado por el comercio informal ha de ser abordado de manera integra por toda la sociedad, para que algunos no pretendan manipularlos y promoverlos de manera hipócritamente política.
waldo.munizaga@corpomaracaibo.net