educación, puede construir su cultura y su arte propios. De esto, que
no quede duda alguna. Existe cultura y arte burgués, porque la
burguesía era propietaria de riqueza económica y de una formación
superior al resto de las clases y sectores que integraron la sociedad
feudal. Aquellos que compartimos la idea de construir, algún día, el
socialismo, no nos pongamos a inventar o elucubrar en que el
proletariado sea capaz de crear una cultura y un arte proletarios. Ni
tiene la riqueza económica ni posee el nivel de conocimientos
acumulados para ello. Punto. De allí, que asimilando primero el legado
de la cultura y el arte burgués, su misión –desde el poder político- es
contribuir en todo para que sea creada la cultura y el arte
universales. Quienes quieran conocer profundamente de ese tema, sólo
deben ir al estudio de Trotsky y Lunacharsky sobre el mismo, y donde
descubrirán las dos posiciones enfrentadas y argumentadas. ¿Quién de
los dos tiene la razón o la verdad? No dudo, que Trotsky.
El día domingo 28 de enero, viendo y escuchando un programa de un humor
muy chabacano en la televisión mexicana, me quedé perplejo no sólo del
nivel de la educación en la ciudad más poblada del mundo, sino también
del nivel de indiferencia de la gente de pueblo hacia los programas de
información, debido a que las telenovelas han alienado tanto a la
mayoría de los televidentes que “La fea más bella” es
mucho más importante de concentrar la atención del público que el
fraude electoral que le hicieron a López Obrador, desviándole el cauce
de su destino. Ciertamente los grandes medios de la comunicación social
no educan, no forman, no informan mucho de cultura y arte, porque más
se ocupan de burlarse de la ignorancia de la gente de pueblo
obedeciendo a los intereses económicos del capitalismo. Escogieron un
campo de consulta como de diez personas para ser interrogadas midiendo
el conocimiento que tienen del famoso y enigmático artista y científico
Leonardo Da Vinci. Hasta hace unas pocas semanas su nombre y su apellido recorrieron el mundo en una obra escrita y hasta en una película que tiene por nombre “El código de Da Vinci”.
No hubo medio de comunicación que no opinara o informara sobre el libro
o sobre la película, especialmente, porque chocaba con la visión de la
Iglesia. No importa, para este caso, el sentido de la opinión, sino
simplemente el destacamiento que hicieron del personaje que venimos
tratando.
De las diez personas, nueve –es decir: el 90%- comentó que conocían al
futbolista Leonardo Da Vinci, que sí lo habían escuchado nombrar,
algunos dijeron que lo habían visto jugar en la Copa
de Europa, uno que lo vio jugar en México contra el América, los nueve
se opusieron a que fuera contratado por un equipo mexicano con un
sueldo más elevado que el de los jugadores nativos, los nueve
concluyeron que era un extraordinario jugador de fútbol italiano. Sólo
uno, con una breve sonrisa, respondió que Leonardo Da Vinci no era
futbolista, pero tampoco dijo que era un pintor. Me imagino que los protagonistas del programa disfrutaban a carcajadas
la terrible ignorancia del elevado porcentaje de los interrogados o
consultados. En verdad, no me reí. Sentí una profunda arrechera que en
pleno 2007, cuando estamos en un tiempo de dominio de la comunicación,
el capitalismo goce, eyacule y se burle de la ignorancia de nuestros
pueblos. Tal vez, o mejor dicho estoy seguro, que ese dato –que es una
realidad elevadísima en la sociedad mexicana y no dudemos de otras de
América Latina- pase en vano a la conciencia de la clase dominante, del
Estado dominante, del gobierno de turno, porque –sencillamente- nada
más importante que la esclavitud espiritual –ignorancia, desmemoria y resignación- sirve de piedra angular para mantener el régimen de esclavitud material del hombre por el hombre. Así actúa, y no de otra manera, el capitalismo salvaje.
Por suerte y para salir de la arrechera, al siguiente día -29 de enero-
miré y escuché a un niño cubano dictar una cátedra de conocimiento
sobre el prócer –por muchos reconocido como el apóstol-, poeta,
político y revolucionario don José Martí. Volví a entender con
satisfacción el por qué los niños estudiantes de Cuba se ganan el
primer premio en eventos de medición de conocimientos que tienen
carácter internacional. Aun así, los ideólogos del capitalismo y de la
burla critican a Cuba por eso de andar hablando y propagando el
socialismo.
Está demostrado, a despecho de los amos del capital que se gozan la
ignorancia de los pueblos manteniéndolos en esclavitud espiritual, que
sin el estudio de la dialéctica es imposible tener conocimiento de la
lógica de la evolución. La dialéctica, lo dicen incluso científicos
enemigos del socialismo, es indispensable para todas las
esferas del conocimiento humano, lo mismo que el almacén de una fábrica
proporciona instrumentos para todos los departamentos, tal como lo expuso el camarada León Trotsky. Este dice, además, que la dialéctica es el álgebra de una revolución.
¡Ah!, se me olvidaba decir, o mejor dicho copiar de Trotsky, que la dialéctica del proceso histórico ha castigado más de una vez cruelmente a los que se han burlado de ella.
¡Ay! Dios mío, olvidan muchos que cuando los pueblos se encrespan no
sólo aprenden que Leonardo Da Vinci fue un pintor, sino también se
llevan por delante y aplastan con sus brazos fuertes a todos los que se
han burlado de ellos.