La negación de la multiplicidad del mundo es un rasgo distintivo y dominante del pensamiento eurocentrista. El sentimiento de omnipotencia que embargó a la generalidad de Europa, en momentos en que empezó a tomar forma el colonialismo de lo que será luego América (enriqueciendo las arcas de las cortes y de la burguesía incipiente), el auge del capitalismo (desplazando al feudalismo, sin ser éste un acontecimiento inmediato y uniforme) y la influencia del racionalismo (desvinculado de la influencia del papado), originó no solamente el sojuzgamiento del resto de la humanidad sino que impuso una discriminación basada en la pigmentación de cada pueblo o cada persona, como si esta diferenciación fuera parte de un plan divino en el cual le correspondería a los europeos, primero, y a los estadounidenses, después, el papel preponderante.
En una era dominada por el anonimato, la falta de limitaciones sociales, la libertad, la ubicuidad y las variadas identidades que pueda adoptar cualquier persona a través de internet, se observa (no sin mucho escándalo) cómo ésto ha favorecido la difusión de expresiones y posiciones radicalizadas que refuerzan lo anteriormente expuesto. Por eso, en un continente como el nuestro, donde se manifestó el colonialismo europeo y, tras la independencia política de sus países, el neocolonialismo y/o imperialismo gringo, la lucha multidimensional emprendida por nuestros pueblos no puede ni debe obviar lo correspondiente al pensamiento colonial que aún sobrevive. En este caso, debe comprenderse -como ya lo han expuesto y demostrado diversidad de teóricos sociales- que el racismo es un fenómeno global, relacionado históricamente con el colonialismo. Y, con él, la modernidad como parte de la historia humana, siendo la base sobre la cual se han asentado el tipo de civilización vigente.
La decolonización del pensamiento social, especialmente en nuestra América. Ella representa un elemento fundamental para lograr una verdadera emancipación integral de nuestros pueblos, sin que esto se interprete como una regresión utópica a nuestros orígenes, descartando de antemano cualquier otro aporte sumado a lo que es la identidad cultural de cada uno, como algunos lo descalifican. Así, es necesaria la confrontación de ideas y propuestas que permita superar el dilema casi permanente en que se ha hallado nuestra América desde el momento que sus naciones accedieron al control directo de su soberanía. En ello hay que incluir las diversas identidades culturales y étnicas, de modo que todas puedan reconocerse y mantengan un equilibrio entre sí, dando forma a un proceso plurinacional de mejor contenido democrático y a un modelo de Estado y de sociedad en el cual no exista más discriminación ni desigualdad, independientemente de su causa u origen.