El 4 de febrero de 1992 dividió la historia contemporánea venezolana en un antes y en un después que se mantiene en el tiempo y el espacio. No fue simplemente la insurgencia justificada de un grupo de patriotas civiles y militares en contra de un régimen representativo que acabó por deslegitimarse a si mismo mediante el fraude, la represión sistematizada, la corrupción administrativa, la red de complicidades partidistas y la impunidad más descarada. Para entonces, las ofertas engañosas de los partidos políticos tradicionales, sumadas a la aparente desorientación de quienes se ubicaban en la izquierda, originaron en las masas frustración y desencanto, lo que -a la larga- les hiciera anhelar la aparición de un vengador social que castigara a aquellos que, desde las cúpulas, usufructuaron el poder, sin que ello resultara beneficioso para el pueblo en modo alguno. Las masas se hallaban, por tanto, predispuestas para apoyar cualquier acción en este sentido, sobre todo, luego de la insurrección popular del 27 de febrero de 1989, la cual fuera reprimida a sangre y fuego por el régimen adeco de turno y cuyo saldo real de muertes aún se desconoce con exactitud.
Pero la rebelión cívico-militar del 4 de febrero no fue producto del azar. Ello respondió a un esquema desarrollado en el seno del Partido de la Revolución Venezolana (PRV), escisión del Partido Comunista durante la época de las guerrillas, y de su brazo legalizado, el Movimiento Político Ruptura, dirigido a la captación de militares activos y penetración de las Fuerzas Armadas con el objeto de producir una situación revolucionaria en Venezuela. En el PRV-Ruptura se daba paso a un rompimiento parcial con el marxismo-leninismo, adoptándose ideas fundamentales de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. A falta de una concepción bien definida de lo que sería el Estado, se asumió la insurrección cívico-militar-religiosa como idea clave para hacer la revolución. Así, el Frente Militar de Carrera, cuyo génesis podría rastrearse a finales de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, tuvo una importancia de primer orden y con mayor énfasis a partir de 1977. Uno de los primeros militares contactados fue William Izarra, de la Aviación Militar , quien funda el R-83 (Revolución 83) y, más tarde, ARMA (Alianza Revolucionaria de Militares Activos). Para aquellos momentos, se crea igualmente el Comité de Militares Patriotas, Bolivarianos y Revolucionarios, antecedente inmediato del MBR-200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario 200), denominado de esta forma por Hugo Chávez Frías. Paralelamente, otros grupos y células militares y cívico-militares discutían planes tendentes a cambiar la situación degradante en que se encontraba la democracia representativa. Todos coincidían que en el país se fraguaba una gran crisis que obligaría a las elites gobernantes a aplicar el recetario neoliberal del Fondo Monetario Internacional, lo que marcaría el punto crítico y la ruptura creadora que se esperaba.
El planteamiento inicial era que se debían crear las bases de una sociedad de nuevo tipo que rompiera con los paradigmas del pasado y los modelos existentes, basándose en el ejercicio de la democracia directa y en la ruptura con el fundamento de la civilización capitalista, de una manera autogestionaria y libertaria. Se trataba de inventar o de errar, como lo consignara el Maestro Simón Rodríguez. Para ello era necesario proponerse la nacionalización del pensamiento revolucionario, partiendo de la realidad específica venezolana, sin que esto significara desconocer los aportes ideológicos y las experiencias revolucionarias originados en otras épocas y en otras naciones.
Quince años después, venciendo todas las resistencias, el proceso revolucionario bolivariano se afianza cada día con mayor fuerza con el respaldo decidido de las masas populares, identificadas con la propuesta socialista enarbolada por el Presidente Hugo Chávez. Esto convierte al 4 de febrero en motivo de reflexión y de punto de partida respecto a los cambios políticos, sociales, económicos y culturales que se forjan actualmente en el país. Por ello, quince años después, se comprende la trascendencia del 4 de febrero y el por qué sigue esparciendo su espíritu reivindicador, rebelde y revolucionario sobre los corazones de quienes confían en el Presidente Chávez y en la buena marcha del proceso revolucionario bolivariano.-
HOMAR GARCÉS
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