Exigencia de una nueva ética frente al orden vigente

Desde una perspectiva global o integral, los principios de libertad, corresponsabilidad, sociabilidad y subsidiaridad, aunados al de la defensa de la vida de las personas, debieran verse y declararse (como muchos suelen proclamarlos) como partes fundamentales de un nuevo modelo ético. Aunque éstos no sean una novedad en la historia humana, con muchas denominaciones distintas pero con metas similares, facilitaría a la humanidad deslastrarse de la crisis que la afecta (en un amplio sentido) y plantearse alternativas verdaderamente diferentes a la guerra y demás medidas coercitivas adoptadas regularmente para doblegar a quienes (sean individuos, naciones o grupos sociales) se consideran amenazas inminentes, rivales y/o enemigos; creando, en consecuencia, condiciones ideales que propicien su desarrollo y su consolidación. No obstante, los sectores dominantes utilizan tales principios en su propio beneficio, logrando muchas veces que los sectores populares los respalden, convencidos de lo inútil de sus propias acciones para cambiar la situación vigente; lo que se repite casi invariablemente en cualquier latitud del mundo.

De acuerdo a los análisis hechos por especialistas en materia política y económica, la tendencia actual es convertir a toda persona, a excepción de las minorías dominantes, en unidades de trabajo productivo que funcionen por sí mismas pero sin desprenderse del sistema capitalista neoliberal, cuestión que crea la ilusión en muchos emprendedores de ser autónomos o independientes, de ser exitosos por sí mismos, por lo que no sienten empatía alguna con quien aún se halla en la última escala social y económica. Los efectos secundarios de esta nueva realidad están a la vista de todos, con una asimetría cada día mayor en la distribución de ingresos y estilo de vida entre una minoría altamente privilegiada y una minoría altamente desprovista de derechos. Según ésta se consolida, no se considera necesario nada que sea corresponsabilidad, sociabilidad y subsidiaridad entre los seres humanos, generando en su lugar expresiones de discriminación, odio y racismo que se creían exclusivas de los estadounidenses y de los europeos que añoran el nazi-fascismo.

Aunque inicialmente no contemplara beneficios directos para la plebe, el magno proyecto liberal de la burguesía puesto en marcha con la primera Revolución Francesa (en el cual se contemplaba el respeto al constitucionalismo, la igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley y la división

del Estado en los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial) habría de convertirse en un común denominador en la mayoría de los regímenes democráticos del mundo, cuyas repercusiones no se hicieron esperar en ambas orillas del océano Atlántico, extendiéndose hasta nuestra era. El ciclo revolucionario así comenzado (incluyendo en éste la guerra de independencia de nuestra América) habría de enriquecerse con una diversidad de aportes de las luchas de los sectores populares, ya fuesen éstos de orígenes feministas, campesinos, indígenas, estudiantiles o proletarios; todos centrados en la ampliación y verdadero disfrute de los derechos constitucionalmente establecidos, cuestión que fuera siempre negada y reprimida por los sectores dominantes. En el tiempo presente, los diferentes movimientos civiles y/o sociales han logrado situar sus respectivas reivindicaciones en un primer plano, obligando a los gobiernos y las capas dominantes a prestarles la debida atención aunque «normalmente» tiendan a eliminar física y moralmente a sus dirigentes, como ocurre en México, Centroamérica y Colombia, de manera que éstas puedan postergarse, sin que se concreten a mediano o largo plazo.

A dicha situación se auna el poder imperial y/o supranacional ejercido por la clase gobernante de Estados Unidos y sus adeptos de nuestra América y de otras partes del mundo en su empeño por coartar los derechos soberanos que les corresponde asumir, de manera democrática e independiente, al resto de los pueblos. En vez de propiciar los ideales de la democracia y del respeto mutuo, planifican, deciden y ejecutan acciones que niegan sus supuestas buenas intenciones, convirtiéndose en meros piratas y terroristas que violentan sin pudor el derecho internacional. Para ello se valen de los avances tecnológicos en materia comunicacional para «crear» falsas noticias a partir de cualquier incidente que se produzca, magnificando su perspectiva y consecuencias. No existen moral ni ética en todas sus estrategias y tácticas, lo que implica el reto, más bien la exigencia, de un nuevo modelo que haga frente a las pretensiones de dominación absoluta por parte de quienes creen tener el mandato divino de hacerlo en beneficio de sus mezquinos intereses.

 

 



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Homar Garcés


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