1 El pueblo crea toda riqueza y toda cultura.
Para oprimirlo hay que separarlo del fruto de su creación. Esto se logra arrebatándole el control sobre los medios de producción y sobre lo producido. Para crear y divulgar el fruto de su conciencia, necesita el intelectual tiempo, remuneración, medios. La clase dominante le ofrece medios, remuneraciones y tiempo a cambio de que renuncie a ejercer la conciencia sobre su propia obra.
La mercancía anónima y el arte no comprometido son los resultados de este pacto.
2 El intelectual que quiera ejercer su conciencia sobre su creación debe procurarse por sí mismo medios de vida, tiempo y medios de difusión. Aparatos culturales, económicos y políticos, cuando no policíacos, le interponen un veto inapelable. Sólo compran su obra como fetiche prestigioso si la expurga de pronunciamientos ideológicos.
Rockefeller encargó un mural a Diego Rivera, y lo destruyó cuando éste se negó a borrarle el rostro de Lenin. La doble jornada, la lista negra y la ley del silencio son el patrimonio del intelectual contestatario. Sigue habiéndolos porque la venta de la conciencia es la del alma. ¿Cómo tentarlos?
3 Mefistófeles compra intelectuales ofreciéndoles tiempo, remuneración y medios disfrazados de una simulación de autonomía.
La estrategia del diablo consiste en negar su propia existencia. La CIA disfraza a sus agentes y subsidiados de entes ideales puros. Observemos cómo María Eugenia Mudrovic describe este camuflaje en su incisivo libro Mundo Nuevo, cultura y Guerra Fría en la década del 60 (Beatriz Viterbo Editora; Buenos Aires, 1997).
4 En 1950, en plena Guerra Fría, el agente de la CIA estoniano Michael Josselson funda con fondos de la Agencia uno de estos paraísos desideologizados: el Congreso por la Libertad de la Cultura. Desde su Comité Ejecutivo en París, financiaba 35 sedes nacionales en todo el mundo, y numerosas revistas de "notre grande famille", entre ellas Encounter (Inglaterra), Preuves (Francia), Cuadernos (América Latina), Forum (Austria) Tempo Presente (Italia) Queso (India) Der Monat (Alemania) y Quadrant (Australia). Denuncia Frances Stonor Saunders que a través de estas redes recibieron fondos de la CIA paradigmas de la desideologización como Raymond Aron, Hannah Arendt, Daniel Bell, Isaiah Berlin, Mary McCarty, Sydney Hook, Irving Kristoll, Melvin Lasky, Stephen Spender. Según Saunders, "se esperaba que los individuos y las instituciones subvencionadas por la CIA actuaran como parte... de una guerra de propaganda". El cáustico Tom Braden sostiene que todos sabían quién pagaba sus honorarios. Apoyados por embajadas que financiaban tumultuosas giras de los mismos artistas negros que eran discriminados y linchados en su país, rompieron el frente cultural de la izquierda europea, hasta que en 1966 el New York Times denunció las vinculaciones entre la CIA y el Congreso por la Libertad de la Cultura. Desenmascarado, Josselson renunció en 1967; el ente trató de disfrazarse como Asociación Internacional por la Libertad de la Cultura, financiada por el Congreso de Estados Unidos mediante la fundación Ford, para desaparecer en 1997.
5 A fines de 1965 el crítico chileno Emir Rodríguez Monegal anunciaba que dirigiría una revista literaria. Se editaba en París, para América Latina, y pagaba honorarios espléndidos. La torre de marfil era casi perfecta. Sólo ocultaba sus cimientos: la financiaban el Congreso por la Libertad de la Cultura, y luego la Fundación Ford. Con semejante aval de pureza ideológica, asumió la misión de atacar al intelectual comprometido propuesto por la revolución cubana, para promover el paradigma del dandy despolitizado sumido en su propia neutralidad. O, según denuncio Ángel Rama en Marcha: "capitalizar para el Congreso y en forma solapada a la nueva intelectualidad el continente".
6 En 58 números, este boletín cultural de los cuerpos de seguridad de Estados Unidos plantea todos y cada uno de los temas que todavía hoy constituyen agenda de la intelectualidad exquisita: contra historia, ahistoricismo; contra escritores revolucionarios, endiosamiento de contrarrevolucionarios; contra crítica social, autismo estetizante; contra Fidel, Fidelismo sin Fidel; contra insurgencia estudiantil, santuario del orden y gimnasia en los claustros; contra gratuidad de la enseñanza, privatización. Instituciones latinoamericanas pasaron a ser cajas de resonancia del compás estadounidense: el instituto Torcuato di Tella y la Editorial Eudeba en Argentina; Baica Dávalos con la revista Imagen de Venezuela. En 1981denunció Carlos Moros que medio centenar de intelectuales venezolanos recibían pensiones de dos mil dólares mensuales a cambio de un estético silencio. A la paz laboral se añadía la paz intelectual.
7 A los esfuerzos del CIA se unieron los de cierta izquierda para entregarle sus intelectuales a la derecha. Ni un solo gran escritor progresista –Neruda, Cortázar, García Márquezdejó de toparse con el oportunista sin obra que quería forjarse una reputación descalificándolo como reaccionario. En Venezuela Aquiles Nazoa fue execrado por los comunistas. Ludovico Silva fue descalificado como alcohólico por una izquierda sin moral para arrojar la primera botella. Salvador Garmendia fue satirizado en una película por aceptar una insignificante agregaduría cultural, en un país en el cual los comandantes cobraban en la nómina del Congreso. Un español recriminó a sus coterráneos llevar en la mano un peñasco para apedrear lo cimero. En las publicaciones de la izquierda cultural se intentó eclipsar con el dedo del más aterido silencio el fulgor de libros, piezas teatrales, premios internacionales de los creadores del propio sector. El panegírico de burócratas culturales y el santoral de la ultraderecha literaria copó todos los espacios. Si en la izquierda quedan intelectuales, es a despecho de los esfuerzos de los aparatos de esa izquierda.