Los beneficiarios del caos y la conflictividad mundial

Por mucho que se le quiera exculpar, la crisis que envuelve al mundo contemporáneo tiene su raíz principal en el modelo económico capitalista. Esta afirmación, como lo podría evidenciar cualquier persona, no excluye a otros elementos que tienen también su cuota de responsabilidad en ello, pero que no son tan determinantes como lo es dicho modelo. Sus beneficiarios directos son quienes promueven la guerra y la conflictividad interna en todas las regiones del planeta, ávidos de obtener el mayor control de riquezas y manejar a su antojo la soberanía de los pueblos para lo cual cuentan con la complicidad antinacionalista de individuos que puedan acceder al poder y, de desde las posiciones alcanzadas, ponerse al servicio de sus intereses. Para lograr sus objetivos, quienes controlan los mercados y, por ende, el sistema capitalista mundial, no escatiman esfuerzos y planes que refuercen su dominación, sea mediante artilugios legales, medidas económicas o, simplemente, la imposición de gobiernos dictatoriales o fascistas.

Por ejemplo, «la ‘doctrina del shock’ -como lo revela Naomi Klein- es la estrategia política de utilizar la crisis a gran escala para impulsar políticas que profundicen sistemáticamente la desigualdad, enriquezcan a las élites y debiliten a todos los demás. En momentos de crisis, las personas tienden a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, sea lo que sea, y tienden a confiar demasiado en quienes están en el poder. Quitamos nuestros ojos de la pelota un poco en momentos de crisis». Esto -a la larga- conduce a la configuración de una población moralmente apática y políticamente inactiva, justamente el objetivo deseado por las minorías dominantes que tienen como fin fundamental conservar sin preocupaciones ni amenazas el estatus quo del cual obtienen sus grandes cuotas de poder y riquezas.

Por otra parte, es interesante considerar la exposición que nos hace Sam Gidim en su texto «¿Por qué no se rebelan los trabajadores?», donde este autor explica que «el capitalismo hace que los trabajadores compitan entre sí. Pero lo que fragmenta especialmente a la clase obrera es la desigualdad del desarrollo capitalista en los lugares de trabajo y entre las regiones. También hay una serie de circunstancias empresariales: los niveles de tecnología y de cualificación de los trabajadores; la intensidad de la mano de obra de la producción y los costes de una posible interrupción de ésta; los grupos de mano de obra disponibles; la proporción de trabajadores a tiempo parcial frente a los de tiempo completo; las especificidades del producto; la capacidad de resistencia de los trabajadores; y las decisiones empresariales sobre si esa resistencia exige una mayor agresividad o grados de acomodación». Ahora, con los estragos de la pandemia del Covid-19 y la desaceleración económica sufrida por muchas naciones, no es difícil hallar trabajadores dispuestos a aceptar un salario miserable, con más deberes que derechos, antes que sufrir un mayor nivel de pobreza de la que podría soportar. A ello se añade el gran porcentaje de migrantes que parten de sus países de origen en búsqueda de mejores oportunidades de vida, a veces a riesgo de sus vidas al convertirse en blanco de la xenofobia, el racismo y la explotación sin medida. Si escudriñamos objetivamente las razones que precipitan a la humanidad al caos y la conflictividad en distintos grados, no habrá duda en señalar al sistema capitalista mundial como su mayor (y, quizás, único) generador.

En cualquier caso, cada una de las luchas populares que tienen lugar en varias regiones de la Tierra parten de una simple exigencia de derechos (legítima, por demás) frente a la omnipotencia del Estado y de su, generalmente, protegido, el sistema capitalista. El reclamo ancestral de pueblos originarios y campesinos de tierras ocupadas ilegalmente por latifundistas y grandes corporaciones transnacionales, la exigencia de mejores salarios y beneficios socioeconómicos de los trabajadores, la igualdad por la que luchan sin cesar las mujeres, el combate contra el racismo por quienes lo padecen a diario, esperando que éste desaparezca por completo; la demanda sempiterna de los sectores populares por servicios públicos eficientes; todo esto (y algo más que haría extensa la lista) tiene como común denominador al capitalismo y al Estado burgués liberal que lo legitima. Por ello, la estrategia política de aquellos que controlan el poder político y económico para profundizar sistemáticamente la desigualdad existente debe explicarse y combatirse de un modo integral y no de modo parcial, como ocurre regularmente.

 

 

 



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Homar Garcés


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