Ser hipócrita es una condición de supervivencia en la sociedad norteamericana como la europea. Una condición, que ha sido influenciada por la industria mediática de ambos continentes.
Pero a qué llevó a estas sociedades asumir esa patología clínica de ser hipócrita. Quizás encontremos una explicación.
Veamos que esas sociedades están inmersas en el mundo capitalista y el capitalismo no piensa en el hombre, sino en el capital. Por lo tanto el capital es más importante que el hombre mismo y las sociedades se vuelven más vulnerables al ataque consumista que ofrece el mercado. Podemos decir que están sujetas al poder de la moneda como droga que le calma todas sus dolencias.
La historia ha demostrado que por el capital se han desatado conflictos que en realidad a veces no tienen razón de ser. Todo tiene una respuesta, esas confrontaciones, hasta familiares tomando como ejemplo, está de por medio el dinero. Voy a poner un ejemplo; un campeonato mundial de boxeo, se está en juego una fuerte suma de dinero, y él que gana se llevará el botín. Así pasa con las relaciones matrimoniales en esos países, donde la querella por la demanda de divorcio es también una disputa, en el caso que alguno de los dos posea capital en abundancia, donde todos los actores del juicio tendrán su pedazo de la torta a repartir. Para complementar esto es una constante en suelo norteamericano. Todo es una demanda con derecho a la ganancia en metálico o de algo que de beneficios económicos.
En esto incluiremos el amor. En sociedades capitalistas nadie, es que absolutamente nadie ama.
Hasta la amistad tiene su precio, di con quién andas y te diré cuanto vales, es una frase muy común en el quehacer diario. Es decir nuestra condición como humanos está empeñada cómo si se tratase de un trasto viejo todo por culpa del capital… Sinceramente es difícil despojarnos de esa condición que ha sido inoculada por el tiempo histórico.
Bolívar, tanto que luchó en beneficio de nuestros pueblos, en sus últimos días término utilizando hasta una camisa prestada y pobre que vendió parte de sus utensilios para poder vivir. Terminó olvidado, porque quizás lo diría en algunos de sus pensamientos, cuando uno está en la buena, llueven amigos a montón.