De héroes, personajes mitológicos y monigotes inflables

Siguiendo las lecturas de antropología e historia de las religiones, se puede concluir que algunos personajes históricos, los que han dejado una fuerte impresión en un pueblo, tienden a adquirir rasgos míticos (y mágicos) a medida que transcurre el tiempo. Esto lo apunta Mircea Eliade, por ejemplo, destacado historiador de las religiones. De ahí que varios eruditos han sostenido la tesis de que los dioses de las mitologías, en la realidad histórica, fueron admirados jefes guerreros de sus tribus. Lo extraordinario se traslada, desde sus hazañas específicas, que se hacen cada vez más maravillosas, a otros aspectos de su vida, como el nacimiento (no solo Cristo nació de una virgen, ni movió estrellas y reyes, hasta su pesebre, por ejemplo).

Por otra parte, los mitos son relatos extraordinarios que movilizan emociones y a las masas. Esto lo han advertido, desde teóricos políticos como George Sorel, quien clamaba por un mito movilizador que sacudiera las rutinas mediocres de la vida parlamentaria de los socialistas franceses, pasando por J. C. Mariátegui quien enfatizaba que el discurso revolucionario no debía tener la frialdad de un análisis científico, sino el calor y la pasión de un buen mito heroico. En mi libro "Interpretar el horizonte" (que recibió un premio de investigación social por allá, en el año terrible de 2016) le dediqué todo un capítulo a los mitos políticos que siempre han tenido un gran impacto. Además, señalo, esos relatos, de gran efectividad política, tienen una estructura muy parecida. Por ejemplo: el mito del Apocalipsis y el Juicio Final tienen mucho parecido a algunas presentaciones del discurso revolucionario. Igual, el mito del Mesías aporta una morfología muy parecida a la de ciertos héroes revolucionarios, aunque su vida concreta, hasta familiar, haya estado muy lejos de esas sublimidades.

En Venezuela, un antecedente inevitable es el proceso de endiosamiento de Simón Bolívar. Por supuesto, como apunta el historiador Carrera Damas, ha sido un relato mítico alimentado por sucesivos gobiernos desde el siglo XIX. Se convirtió en algún momento en el mito cohesionador de la nacionalidad venezolana. El personaje histórico que, por supuesto, fue extraordinario, nunca lo he dudado, termina siendo presentado como un nuevo dios, infalible, paternal, eterno, omnisciente, capaz de todas las proezas posibles, mientras que sus proyectos se presentan como vigentes, más allá de que la historia haya cogido por otro camino muy diferente.

Con la figura de Chávez se ha esbozado algo de ese proceso de mitificación y endiosamiento. Incluso hay expresiones de espiritualidad popular que lo han colocado como receptor de ofrendas y velas votivas, de la misma manera que muchos miembros actuales de las diferentes cortes del culto (¿o religión?) de María Lionza. Todavía hoy, hay encuestas que evidencian que alrededor de un 35% de la población reconoce a Chávez como su líder, y votarían por él si estuviera vivo, mientras que todos los dirigentes "chavistas" no logran redondear un 18%.

Como en el caso de Bolívar, la construcción del nuevo mito, ha mezclado la admiración popular con el aprovechamiento político. El actual gobierno se define como "chavista", aun cuando hay diferencias evidentes entre su proyecto socioeconómico que ya varias políticas y leyes han venido realizando, con un claro neoliberal y hasta anti-obrero, y ciertos documentos donde Chávez esbozaba su plan, el cual, por lo demás continuaba muchas promesas más o menos demagógicas de la ya larga tradición rentista de la dirigencia política de este país. La más mítica de todas, quizás, es esa de convertir a Venezuela en una "potencia".

Por supuesto, ha habido múltiples obstáculos para esta mitificación del personaje histórico Chávez. No todo el mundo, ni siquiera en ese tercio de la población que se define "chavista", cree que fue la reencarnación de Bolívar o que aun después de muerto posea poderes espirituales que hasta curan enfermedades. Hay varios obstáculos para ello. En primer lugar, el tiempo. Todavía Chávez es muy reciente y no hay la suficiente perspectiva como para hacer un juicio definitivo del personaje que despierta tantas pasiones. Y aquí llegamos a la segunda razón: Chávez es una figura divisiva de los venezolanos. Por lo menos, la mitad de los venezolanos le tienen alguna animadversión. Todavía la valoración histórica de Gómez y hasta de Páez y Guzmán Blanco está en veremos, porque subsisten muchos odios y resentimientos que nublan la apreciación de la contribución de esos personajes, por ejemplo, a la unificación del país y la construcción del Estado Nacional. Ni se mencione a Pérez Jiménez y, sobre todo, los presidentes de AD y COPEI, porque ahí la polémica sería fiera. Aunque hayan hecho grandes obras de infraestructura, aunque hayan construido la represa del Guri, o ampliado el alcance de la educación pública, o erradicado en su momento algunas enfermedades endémicas. Etc. Ningún logro es reconocido por aquellos que se identifican con sus apasionados (aunque un poco anacrónicos) enemigos políticos.

Herrera Luque, el historiador novelista, dedicó un libro a los "Cuatro Reyes de la baraja", entre los cuales tal vez se pudiera incluir a Chávez, junto a Páez, Guzmán Blanco, Gómez y (¿por qué no?) Rómulo Betancourt, otro personaje que despierta pasiones adversas porque es demasiado reciente. También puede incluirse a Chávez entre los presidentes de la primera oleada "progresista" latinoamericana, junto a Lula, Kirchner, Correa, etc.; pero ello le comunica más bien actualidad, lejos de la perspectiva histórica adecuada, dado que Lula, por ejemplo, se propone ya como candidato presidencial en Brasil.

Ahora en la Asamblea Nacional, de mayoría aplastante de un partido, se propone convertir el nacimiento de Chávez en "fecha patria". Esto me parece, no solo inconveniente, sino la expresión de un gran primitivismo ideológico. Personalismo, caudillismo, religiosidad perversa, manipulación de creencias populares, etc. Muchos adjetivos pueden emplearse aquí con toda pertinencia. Un paso hacia la mitificación de un personaje histórico, de un gran líder político, por supuesto, pero que definitivamente no ha fundado Patria, en el sentido de un Páez, por ejemplo, o un Juan Germán Roscio, un Francisco Isnardy o hasta un José María Vargas, cuyo nombre se desestimó tan injustamente para la denominación de un estado. Hoy por hoy, Chávez fue el líder de un partido calificado de "socialista", que fue presidente durante varios períodos, aplicó varios programas políticos a medida que evolucionaba ideológicamente y finalmente murió sin resolver los grandes problemas existenciales de este país, desde el sistema de salud, la dependencia tecnológica, la seguridad alimentaria, hasta el rentismo petrolero.

Aunque, por otra parte, cabría preguntarse: ¿cómo se celebraría esa hipotética nueva fecha Patria? A juzgar por el tratamiento que se le dio hace poco al 5 de julio, por ejemplo, cabría imaginar que pondrían un muñeco inflable, como un Superman subdesarrollado, a presidir los festejos. Tal vez hasta le den el tratamiento que se les ha dado a algunos destacados venezolanos cuyos nombres distinguían ciertas plazas de Valencia, que ahora se llaman "Drácula".



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Jesús Puerta


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