El advenimiento de Hugo Chávez Frías al poder y, junto con él, lo que se pasó a denominar el chavismo, es producto de una serie de circunstancias históricas, políticas, económicas y sociales acumuladas que fueron decepcionando al pueblo durante un largo periodo de cuarenta años. Si se escudriña bien la historia venezolana del último siglo, se advertirá cómo, poco a poco, las diferentes contradicciones heredadas de la época colonial comenzaron a profundizarse a medida que crecía la población y se multiplicaban sus demandas; cuestión que persiste hasta el siglo presente. Por ello no debe extrañar que, a pesar del tiempo transcurrido y de hablarse de revolución socialista, se repitan los mismos cuestionamientos, si se toma en cuenta que no se ha concretado transformación estructural del Estado alguna y, menos, del sistema de relaciones de producción existente en el país, sistema que, desde su implantación, depende en gran manera de las rentas del Estado; con una burguesía básicamente parasitaria. Con este trasfondo, habrá que analizar y explicar los porqués de los diversos problemas y obstáculos que debe sortear el pueblo de Venezuela para lograr, finalmente, de una forma integral y consolidada, la emancipación social, política, cultural y económica que, aún cuando no lo perciba así, siempre ha aspirado. El análisis de esta experiencia histórica no puede, ni debe, simplificarse, en consecuencia, de acuerdo a nuestra visión particular de las cosas, lo que le restará la objetividad de la cual debe revestirse, de modo que contribuya a desbloquear los cuellos de botella con que lidian los sectores revolucionarios populares organizados.
Una de las cosas principales a definir es el tipo de Estado vigente en Venezuela, poco diferenciado del existente en el resto de nuestra América, con muchos resabios del viejo régimen colonial impuesto por España. ¿Hasta qué punto éste es compatible con la acción del poder popular reconocido en la Constitución y las leyes de la República Bolivariana de Venezuela? No es, simplemente, su nomenclatura la que debe modificarse. Ni la creación, hasta su mínima expresión, de instancias oficiales que estarían llamadas a abrir canales de participación y de protagonismo al poder popular; muchas veces, convirtiéndose en sus principales piedras de tranca. Habría que partir de la realidad actual para plantearse una transformación estructural del Estado, considerando lo plasmado en el texto constitucional y la legislación donde se reconoce al poder popular como base de la democracia participativa y protagónica. Esto plantea entablar una batalla de ideas que facilite entender y comprender los alcances y la influencia que se pueden desprender del ejercicio de esta clase de democracia, más aún cuando se le concede un carácter revolucionario y socialista. Luego habrá que definir el perfil de los dirigentes y de los distintos funcionarios que ocuparán los cargos burocráticos y de elección popular con la finalidad de obtener de ellos la reciprocidad de la confianza depositada por el pueblo; cuestión que debiera ser motivo de una reglamentación estricta, supervisada y sancionada en todo momento por la ciudadanía, independientemente de la solidaridad automática que se acostumbra en cualquier régimen de partidos políticos.
Extraida del ejercicio democrático de los sectores populares, habrá que proponerse el logro de la transformación estructural del modelo económico capitalista que perdura en el país, cuyos rasgos no son uniformes y cuya dependencia del extranjero se mantiene, pese a la retórica oficial, evidenciándose más ahora cuando la economía venezolana busca ser destruida por el imperialismo gringo, aplicándole leyes extraterritoriales que son secundadas por gobiernos europeos y latinoamericanos conservadores. Todavía hay ciertas reticencias respecto a la capacidad de autogobernarse de los sectores populares de parte de quienes son sus dirigentes y gobernantes, en una actitud muy semejante a la observada en sus predecesores. Como lo indicara el Comandante Chávez Frías, el eje central de la Revolución Bolivariana es la construcción del socialismo del siglo XXI, un asunto fundamental que no se debe desdeñar y con el que no se puede claudicar frente a las urgencias de la coyuntura económica que enfrenta el pueblo venezolano, por fortuitas que sean algunas concesiones.
La relación de las fuerzas sociales y políticas que acompañan al chavismo ha permitido, hasta ahora, que el poder constituido no haya sido recuperado electoralmente por los grupos que las adversan. A pesar de ello, la ventaja obtenida no se ha manifestado en la conformación de una hegemonía sólida gracias a la cual todas las adversidades y las coyunturas presentadas podrían superarse exitosamente en, por lo menos, un mediano plazo, sin necesidad de depender del Estado. En este aspecto, es mucho lo que se ha dejado de hacer, enfocadas estas fuerzas sociales y políticas en cumplir con tareas que, la mayoría de las veces, no se profundizan ni culminan; apostando todo a los siguientes comicios que se convoquen. A pesar de estas circunstancias y factores, cabe admitir que las fuerzas sociales y políticas revolucionarias (no únicamente chavistas, esto es, del PSUV) pueden emprender por su cuenta la emancipación social, política, cultural y económica del pueblo de Venezuela; influyendo de manera determinante en las decisiones y el manejo de las distintas estructuras del Estado, como debiera corresponder en toda Revolución socialista, antiimperialista y anticapitalista.