Todos sabemos de la existencia de las clases sociales humanas; estas son de vieja data, y fue dentro de los más connotados y arcanos IMPERIOS civiles y religiosos de Europa y Asia donde fuertemente se hicieron presentes. Enfatizamos a Europa porque de esta vinieron los invasores que se mezclaron genéticamente con los aborígenes *americanos*, calificativo, este, que no nos pertenece y que forma parte de la dominación que la región peninsular e insular más cercana de Europa siempre ha mantenido sobre este gigantesco continente
Los aristócratas, de la Europa mediterránea, viciosamente escogidos por ellos mismos, primero, y luego los patricios romanos, no menos aristocráticos que sus antecesores y pioneros de la oprobiosa diferenciación de la humanidad, siempre miraron desde arriba a la clase trabajadora, a la que etiquetaron despectivamente como clase baja, que no ocuparon las empinadas colinas, por ejemplo.
Trabajar, siempre ha sido sinónimo de bajeza para los aristócratas, y si no, preguntémoselo a los sifrinos 1/ de la moderna *clase media*, a cuyos miembros horroriza que se los vea realizando trabajos de marcado ejercicio manual, como no sea mal manejando un lujoso vehículo adquirido a crédito. Para esas labores siempre acuden a personas de carne y hueso, tan humanos como ellos, pero que consideran gente baja o emplebeyada por el sólo hecho de que estos trabajan, y ellos no, salvo en labores de delicada textura y de infatuado rango intelectualoide, artístico o comercial, industrial o financiero, de literato ramplón o de panegirista de crónicas municipales.
Así las cosas, nuestra América, de nombre sobrepuesto por los europeos sin consultar a ninguno de sus aborígenes, no ha podido quebrantar su condición de plebeya frente a la aristócrata Europa, con el agravante de que hasta los descendientes de plebeyos eurasiáticos han estado llegando aquí con ínfulas de nobleza. Por ejemplo, los *bastardos* españoles nacidos en la Venezuela tropical (nombre también inconsultamente puesto a esta región), eufemísticamente llamados *blancos criollos* o mantuanos, jamás trabajaron. Estos contaron con mano de obra esclavoafricana de bajo coste, y con la servidumbre indígena luego de ser religiosamente idiotizada por el Imperio cristiano, con el más descarado irrespeto de sus propias creencias, de su idolatría y de sus originales mitos. Sólo palurdas reminiscencias folklóricas de convencional e hipócrita práctica, timorata y ridículamente sobreviven por allí.
América también tuvo imperios, y civilizatoriamente con poco qué envidiar a los europeos o del Mediterráneo sur, como tuvo sus diferenciaciones sociales, pero el europeo siempre negó sus rangos, y cuando se hablaba, por ejemplo, de *príncipes* indígenas, se sobreentendía que eran *príncipes de macacos o de papagayos*. Los tratamientos de caciques, de igual manera, jamás fueron respetados, y se les tuvo sólo con su pesada carga despreciativa. Si consultamos cualquier diccionario lexicográfico de origen europeo podemos comprobar estos asertos. Jamás ni en ninguno de estos se les da tratamientos despectivos a las voces de rey o emperador, pero a la de los títulos americanos, sí.
De manera que para los *aristócratas* y europeos de allá, y para los *neoaristócratas* venidos acá en *búsqueda de fortuna* o de *aventuras*, los americanos seguimos siendo una proyección de los plebeyos que poblaron las Europa y Asia precolombinas. De allí que no se preocupen por aprender nuestras lenguas, sino que hicieron hasta lo imposible por borrarlas de los archivos ancestrales; de allí que se limiten al saqueo permanente de nuestra riqueza material, y a la contrata de la mano de obra útil para dicho saqueo.
1/Sifrino.- Persona pudiente, que por lo general denota una actitud despectiva.