La historia de la vida cotidiana, rechazada en otro tiempo por trivial, o poco científica, por la historia oficial o académica, está considerada ahora como la única historia auténtica, el centro con el que debe relacionarse todo lo demás. Es así que, desde las comunidades, hurgando en sus orígenes, sus personajes y en sus tradiciones más emblemáticas, se hila una clase de historia que se convierte en soporte de su identidad, una historia que se adentra también en la explicación de sus circunstancias y de sus condiciones socio-económicas, producto en alguna medida del orden político dominante, sin obviar la realidad geopolítica (de la cual no es ajena ninguna de nuestras naciones). Con tales elementos, los «nuevos problemas», los «nuevos enfoques» y los «nuevos objetos» que son abordados por la historia desde abajo tendrán un mayor sentido (y un mayor compromiso), especialmente cuando se refiere a las personas o grupos socialmente invisibilizados.
Cierto, no se puede evitar mirar al pasado desde una perspectiva sesgada o particular. Cada historiador querrá exponer la vida, los aportes y la influencia de las personas que estudia, lo mismo que los acontecimientos que pudieron incidir, de uno u otro modo, en el destino actual de nuestros países; evitando con ello el olvido al cual estarían condenados. Sin embargo, no debería pasarse por alto la visión de sentido común que tiene la historia, lo que hará posible una mejor comprensión de todo aquello que envuelve a la humanidad y que influye en su percepción del mundo, tanto presente como pasado. En tal sentido, es válido citar a James Harvey Robinson, cuando escribió en 1922: «la historia incluye todo rastro y vestigio de cualquier cosa hecha o pensada por el hombre desde su aparición en la tierra». Esto es aplicable a la historia local o historia desde abajo que ahora es tan importante, o más, que la historia académica.
La historia local, lo mismo que la regional, enfrenta dificultades de definición, de fuentes, de método y de exposición que, a veces, limita su alcance o impacto en la conciencia social de nuestras poblaciones. No obstante, siendo ella, en esencia, práctica interpretativa se convierte en pilar de la identidad social, pudiendo influir en los demás aspectos u ordenes de la vida en sociedad. Sobre todo, cuando hechos y personajes del pasado, igual que los del presente, son escudriñados con la objetividad científica que ellos merecen. Cada uno explicado y expuesto en conexión con aquellos que tuvieron, y tienen, lugar en otras regiones y épocas, vistos todos como eslabones de importancia de una historia común a la cual estamos adheridos, aun cuando no poseamos una plena conciencia de ello. "La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado", afirmaba hace cien años el historiador francés Marc Bloch, teniendo una vigencia irrefutable, máxime cuando la globalización neoliberal capitalista nos impone el desconocimiento y la «occidentalización» de las culturas y las historias nacionales.
Nuestra historia desde abajo tiene un elemento importante que destacar y ése no es otro, en el caso concreto de Venezuela, que la mentalidad social igualitaria y antijerárquica del pueblo, conformando así la conciencia cultural que nos identifica de una manera muy singular frente al mundo. En este sentido, ella se convierte en vehículo idóneo de transmisión de nuestras herencias, reforzando nuestra identidad social y abriendo espacios de interpretación que nos faciliten la comprensión dialéctica del tiempo pasado como del tiempo presente, con una visión de totalidad que vincule ambos tiempos, de modo que haya un reconocimiento de la influencia ejercida por los sectores populares en el desencadenamiento y el desarrollo de los diferentes acontecimientos que marcan su historia y la del país, de forma general, más que la historia protagonizada por personajes providenciales a la que se nos acostumbrara, siguiendo los patrones tradicionales europeos que soslayan el protagonismo popular. De acuerdo a estos criterios, la historia - en sus diversas variantes - habrá de verse como la disciplina emancipadora del pensamiento humano y, por consiguiente, como uno de los fundamentos motivadores de las aspiraciones colectivas e individuales orientadas al logro de un orden social más democrático, más igualitario y, por supuesto, más justo que el presente.