La revolución social y la visión del otro

Existe una continuidad histórica ininterrumpida en lo referente al modo como se ejerce el poder y el comportamiento de quienes lo usufructúan frente a la mayoría subalterna o gobernada. En cada etapa de la historia y bajo diferentes nomenclaturas presentadas, el poder tiende a beneficiar, en un amplio sentido, a una minoría dominante (generalmente, corrupta y nimbada de atributos o cualidades inexistentes), lo cual es cuestionado de una forma recurrente por aquellos que padecen la opresión, la desigualdad y la exclusión a manos de ésta. La autoafirmación de este poder y los privilegios derivados del mismo tienen su explicación mediante la ideología inculcada entre los sectores populares en todo tiempo gracias, sobre todo, al tipo de educación impartido, de la religión y del nacionalismo vinculado, en muchos casos, a las clases y los estamentos gobernantes como algo intrínseco e inseparable; lo que también abarca los campos de la ciencia y de la técnica, favorables al crecimiento económico del sector capitalista. Esto facilita que la mayoría sea partícipe de una misma concepción del mundo, identificada y moldeada según los intereses de aquellos que se ubican en el vértice de la pirámide social, política y económica, por lo que -al confrontarla- habrá que oponerle una concepción básicamente diferente, de acuerdo con la visión, la idiosincrasia y los intereses colectivos del pueblo; en caso de no ser así, habría entonces una reiteración del pasado (que se busca no calcar o repetir), produciendo apenas un cambio cosmético o gatopardiano, con unos nuevos protagonistas y beneficiarios. Ello supone desarrollar ciertas formas de nueva intelectualidad (sin caer en la clásica definición de dicho término) con que determinar los nuevos conceptos que constituirán la nueva hegemonía, esta vez, con un carácter popular. Es, además, desmontar el proceso de colonización interna (generador de sumisiones de todo tipo) que se continuó una vez obtenida la independencia del imperio de España, nomás cambiando el nombre de las instituciones, pero dejando intacta su esencia excluyente, misógina, racista y jerárquica; lo que obliga a recuperar la memoria histórica de las distintas luchas populares que tuvieron lugar a lo largo de más de quinientos años, vigentes en muchos aspectos.

La concepción anacrónica de la democracia de parte de los sectores y grupos reaccionarios -con sus jerarquizaciones, intereses clasistas y toma de decisiones arbitrarias- sólo podría sobrevivir si los movimientos populares revolucionarios no son capaces de articular una propuesta alternativa viable, sustentada, como ya advirtiéramos, sobre bases ideológico-culturales totalmente diferentes a aquellas que le otorgan legitimidad al orden social prevaleciente. La autodescalificación, la autodesvalorización, o la autopercepción negativa, heredada por los sectores populares subordinados y que hace mella en su capacidad para asumir decididamente la soberanía y la construcción de su propio destino, es parte de los elementos que deben erradicarse para que exista, en consecuencia, esta propuesta alternativa emancipatoria, que revaloriza al pueblo como sujeto histórico, deslegitimando el orden social existente. La idea de «inferioridad» y la consecuente imposición del racismo, al igual que la xenofobia, no podría ser reivindicada y, menos, aceptada por una opción de carácter popular revolucionario. Sería una enorme contradicción. Inaceptable desde cualquier punto de vista. En este sentido, vale recurrir al resumen hecho por la docente e investigadora Casimira Monasterios durante su discurso en la plaza Bolívar de Caracas al conmemorarse los 165 años de la abolición de la esclavitud en Venezuela, «el patriarcado, el racismo, la homofobia, la xenofobia, no son más que formas y maneras de dividir, invisibilizar, excluir, negar al otro». Por consiguiente, la nueva hegemonía cultural que hará factible la edificación de un nuevo modelo civilizatorio realmente libre, soberano, independiente, democrático, justo, igualitario, solidario, amante de la paz, participativo, protagónico, multiétnico y pluricultural (tal como lo proclama el preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela) deberá tomar en cuenta estos elementos, de modo que se genere una adhesión e identificación de los sectores populares con este magno objetivo.

Habrá que comprenderse, finalmente, que el trato discriminatorio dispensado a las personas por el color de su piel, de su condición de extranjero, migrante o refugiado, su estado de salud, su identidad sexual (LGBTI), sus rasgos culturales, y sus creencias políticas y religiosas es parte resaltante de la herencia del eurocentrismo que, como moda reciclada, se halla presente en la cotidianidad de nuestras sociedades, en algunos casos, con poca diferencia de lo ejecutado en Europa por el régimen nazi en su época de apogeo; lo que exige una amplitud de criterios y una conciencia revolucionaria radicalmente humanista, en todo sentido, superiores a las nociones de justicia social, de nacionalismo o de patriotismo a que se está acostumbrados.



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Homar Garcés


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