Ya es tiempo de colocar los eventos y personajes que se han satanizado una y otra vez en nuestra historiografía en su justa perspectiva
Ana Vergara
Cuando yo pensaba que era marxista, aprecié el método del materialismo histórico, y lo sigo haciendo. Mis diferencias con Marx (¡hay que ser bien atrevido!) empezaron cuando creí percibir que sus aproximaciones prospectivas eran del todo idealistas, o sea que entraban en contradicción con las ideas del mismo Marx. El planteamiento de que las contradicciones del capitalismo habrían de desembocar necesariamente en la dictadura del proletariado y que se establecería una transición progresiva que nos llevaría a una sociedad feliz, sin clases y sin Estado (el comunismo), no tiene ningún sustento científico, es manifestación del pensamiento socialista utópico que Marx criticó y creyó superar, y una consecuencia del idealismo judeocristiano del cual Marx no pudo escapar. Creo igualmente que el capitalismo es la más acabada y funesta consecuencia de la civilización humana fracasada que se ha ido "perfeccionando" a lo largo de la historia. El capitalismo no puede sino fracasar y sucumbir, pero en realidad ignoramos qué podría venir después, si es que viene algo, ya que existe una clara posibilidad de que ese sistema se vaya al diablo y nos arrastre a todos en su viaje al infierno.
Esta breve introducción viene a cuento a propósito de cierta historiografía un "tanto demasiado" subjetiva (la objetividad absoluta es imposible en los estudios de la sociedad) que denosta del General José Antonio Páez. No soy fanático de Páez, tampoco de Bolívar, y en realidad de nadie que no sea mi nieta Fabiana. Fueron personas con sus luces y sus sombras (interesadamente, en Fabiana solo veo luz).
Para mi gusto, la Historia es una vasta e interesante mitología, hecha de retazos, impresiones, victorias, derrotas, intereses, prejuicios, leyendas y todo aquello que constituye los mitos humanos. Considero que solo por medio del materialismo histórico podemos aproximarnos, con natural margen de error, a los hechos sociales del pasado.
¿Quiénes eran Bolívar y Páez? ¿Por qué lucharon? ¿De dónde venían y a dónde llegaron? No conocí a ninguno de los dos, por supuesto, así que no puedo basarme en impresiones personales de otros, no me queda sino ver el panorama general de aquella sociedad donde transcurrieron sus hechos y deshechos. Y a eso voy.
Los líderes libertadores de América eran dirigentes políticos de su época que abrevaron del pozo de la Revolución Francesa, la rebelión republicana burguesa que dio pie al advenimiento del capitalismo. Pertenecían a las clases privilegiadas de quienes nacieron en América como descendientes de españoles, casi todos. Eran parte de una oligarquía conformada por hacendados, militares y altos funcionarios coloniales. Estaban en la cúspide de la pirámide social, junto a ricos españoles peninsulares, descendientes de aristócratas y los más prósperos comerciantes. Adoptaron un discurso redentor, libertario y republicano heredero de los revolucionarios franceses y, tal como en el caso de estos, en el fondo de sus motivaciones bullían las razones económicas. No es finalidad de este artículo ser un ensayo sobre la lucha de clases en las postrimerías del régimen colonial, a principios del siglo XIX. Solo quiero asentar mi posición, y así lo declaro de una vez, de que Páez no traicionó a nadie, pues es claro para qué luchaba: era un representante de esa oligarquía y a fin de cuentas no hizo más que defender sus intereses de clase. Acaso Bolívar creyó sinceramente en los ideales que proclamaba, tal vez fue uno de los primeros románticos decimonónicos, un soñador que terminó hundido en una pesadilla, solo y cuasi abandonado en una cama prestada y execrado de lo que consideraba su Patria, aunque hay autores que lo califican de ambicioso, absolutista y fiel representante de las clases explotadoras de entonces. Es el caso de Carlos Marx, en un artículo escrito para una enciclopedia. Algunos faltos-de-respeto han dicho que Marx escribió ese texto solo para sobrevivir, como si el sabio alemán hubiera sido un mercenario y no un serio y brillante estudioso de la historia y la sociedad.
Ahora bien, resumo mi apreciación sobre los epítetos que refiero en el título. Cuesta creer que Páez fuese un cobarde. Según un conocido relato de su infancia, enfrentó, siendo un preadolescente, a cuatro salteadores de caminos, dando muerte a uno de ellos, pero esto puede ser parte de la construcción de un mito heroico. Más importante aún son los hitos de su encumbrada carrera militar. Participó en, y en algunos casos comandó, enconadas batallas, como la Batalla de Mata de la Miel, la Batalla del Yagual, la Batalla de Mantecal, la Batalla de Mucuritas y la Batalla de Las Queseras del Medio. Fue figura en la Batalla de Carabobo y cobró fama de arrojado guerrero y lancero excepcional. Yo no estuve allí, como he dejado dicho, pero, repito, cuesta creer que haya sido un cobarde y, ciertamente, nadie ha mostrado indicios de tan arbitrario señalamiento.
¿Fue Páez un asesino? La historia no refleja por ninguna parte que haya cometido algún homicidio. Si acaso mató a alguno, sería en las batallas, donde los combatientes luchan en su ley y siempre, stricto sensu, en defensa propia. No descarto, por supuesto, que haya participado en crímenes cocinados en intrigas palaciegas, pero de esto, que yo sepa, no hay noticias ciertas.
¿Traidor? ¡Qué mala maña esa de acusar de traidor al disidente! Entre Páez, Bolívar y Santander hubo diferencias políticas, sobre todo en torno a temas como la Gran Colombia y el tipo de gobierno que convenía a las nacientes repúblicas. Fueron diferencias conceptuales, no con base en dogmas de fe, sino en circunstancias específicas de la época. Si se estudia el período posterior a la muerte de El Libertador, acaso se pueda entender más claramente por qué Páez quiso separar a Venezuela de la Gran Colombia: siempre respondió a sus intereses de clase, pues a pesar de que su origen era, económicamente, bastante inferior al de Bolívar, en el camino y en la guerra se convirtió en muy rico terrateniente.
Desde el punto de vista político se suele ubicar como el centro del disenso entre Bolívar y Páez la visión más federalista de este frente a la más centralista de Bolívar, aunque ambas preferencias no eran absolutas. Lo cierto es que Páez proponía un "sistema Popular Representativo Federal", a despecho de las ideas centralistas defendidas por Bolívar. Pero más allá de esos detalles, el hecho es que ambos fueron parte de una poderosa oligarquía que respondía a sus intereses de clase y luchaba en su defensa.
Sobre el tema de la condición de clase de los líderes independentistas, Marx definió a Bolívar como "terrateniente, hacendado, propietario de minas y de esclavos, Bolívar no sólo interpretó los intereses de su clase, sino que los defendió contra la pequeña burguesía liberal y las todavía inconscientes masas populares" (1). Esto es cierto no porque lo haya dicho Marx, sino porque se trata de hechos comprobables.
En ningún otro escenario de las guerras por la independencia, si se exceptúa a Haití, la lucha de clases alcanzó la virulencia y profundidad de las libradas en el norte de la América hispana, y ello tiene su origen en los cambios económicos de mediados del siglo XVIII venezolano. A partir de 1760, con precios internacionales en aumento, la Capitanía General de Venezuela se convirtió en el mayor exportador de cacao. El aumento de la producción y de la exportación provocó un cambio social que dislocó el conjunto de relaciones sociales. Los latifundistas compraron más tierras y títulos de nobleza, los comerciantes expandieron su actividad en todo el país y hasta una capa de artesanos pardos pudo comprar "privilegios" para salir de su ostracismo social. Al mismo tiempo, las diferencias con el escalón social más bajo -esclavos, libertos, zambos, mulatos- se hicieron más ostensibles que nunca. El desarrollo de las contradicciones que se fueron acumulando en la base de la sociedad colonial constituyó el enorme caldo de cultivo de todo el proceso de guerra social que se desenvolvió, a ese nivel y en este escenario (Rath).
Es digno de atención el hecho de que en 1797, la oligarquía criolla va a hacer causa común con el rey para aplastar la conspiración de Gual y España, que tiene el papel protagónico de comerciantes y profesionales de Caracas y está claramente orientada a la independencia e influida por ideas liberales.
Esa oligarquía fue la gran protagonista de la conspiración de abril de 1810, que va a dar lugar a la primera junta que desconoció a la Corona y al Congreso, y que acordaría la independencia en julio de 1811. Ese cambio suscitó una cadena de levantamientos en contra del nuevo gobierno, el más importante en Valencia, aplastado al costo de 800 muertos. Quien canalizó este descontento fue Domingo Monteverde que, a dos años de gobierno mantuano, desembarcó en Venezuela, en 1812, con un puñado de hombres que se convirtió en ejército en pocos días por la incorporación de todas las capas oprimidas de la población y derrotó a las fuerzas de la oligarquía criolla dirigidas por Francisco de Miranda y Simón Bolívar. Para la gran masa, el gobierno de los mantuanos era el gobierno de sus enemigos más jurados y Monteverde, además, había autorizado el saqueo que legalizaba la ocupación y el ataque a las propiedades de la oligarquía.
Marx fue implacable con los rasgos autoritarios y bonapartistas que asignaba a Bolívar. Señala el pedido de éste, en 1816, antes de la reanudación de la guerra, para "unificar en su persona el poder civil y militar" en oposición al deseo de otros líderes de la independencia, que preferían confiar el poder a una asamblea representativa. Destaca el papel del Congreso Nacional de 1819 como factor de creación de un nuevo ejército, contrastando el llamado de una institución representativa contra lo que define como métodos dictatoriales de Bolívar.
Once años después del fusilamiento de Piar, Bolívar no oculta la incidencia de prejuicios raciales en la Guerra de Independencia, y declara que "la muerte del general Piar fue, de necesidad política y salvadora del país, porque sin ella iba a empezar la guerra de los hombres de color contra los blancos" (2). En la Carta de Jamaica, Bolívar deja escapar, refiriéndose a la que propone como posible capital de Colombia, otra frase de índole racista, a saber: "Los salvajes que la habitan serían civilizados, y nuestras posesiones se aumentarían con la adquisición de la Guajira". Nótese que sobre el destino de la cultura de los habitantes originales de estos territorios su posición es la misma de la que sostenían los conquistadores españoles, había que "civilizarlos", y no esconde su intención oligárquica de "adquirir" la Guajira.
En la misma Carta de Jamaica, Bolívar concibe un senado hereditario, compuesto por las familias criollas de las clases más altas, junto a la cámara baja elegida por votación calificada (según los bienes que se poseyesen). La impronta claramente clasista de estas ideas puede no ser vista solo por quienes insisten en ignorar el papel de la lucha de clases en la historia.
El comando de la oligarquía criolla en la independencia de Venezuela, y la defensa que hace de sus propios intereses, queda claro en la Declaración de los derechos del pueblo de 1811, aprobada por el Supremo Congreso de Venezuela en sesión legislativa. Veamos y analicemos parte de su articulado:
"Artículo 1. La soberanía reside en el pueblo; y, el ejercicio de ella en los Ciudadanos con derecho a sufragio, por medio de sus apoderados legalmente constituidos."
Como se ve, la Declaración habla de "los Ciudadanos con derecho a sufragio", lo cual constituye una definición indubitablemente clasista, lo que se reafirma en otros artículos, como el Artículo 8 de la sección de "Derechos del hombre en sociedad": "Los ciudadanos se dividirán en dos clases: unos con derecho a sufragio, otros sin él". Y el Artículo 10 de la misma sección: "Los que no tienen derecho a sufragio son los transeúntes, los que no tengan la propiedad que establece la Constitución".
También en la sección "Derechos del hombre en sociedad" se consagra prioritariamente el derecho de propiedad privada. El Artículo 19 reza: "Todo ciudadano tiene derecho a adquirir propiedades y a disponer de ellas a su arbitrio, si no contraría el pacto o la ley", y el 21: "Ninguno puede ser privado de la menor porción de su propiedad sin su consentimiento, sino cuando la necesidad pública lo exige y bajo una justa compensación". También los extranjeros propietarios son protegidos por la Declaración. El Artículo 26 establece que "Las personas y las propiedades de los extranjeros gozarán de la misma seguridad que las de los demás ciudadanos, con tal que reconozcan la soberanía e independencia y respeten la Religión Católica, única en el País". Y el 27: "Los extranjeros que residan en la provincia de Caracas, habiéndose naturalizado y siendo propietarios, gozarán de todos los derechos de ciudadanos". Es decir, los ricos extranjeros ("propietarios") tenían más derechos que los pobres del territorio.
En cuanto a las tendencias a la monarquía o a la dictadura civil son condenadas por Marx en la medida en que eran expresión de las limitaciones insalvables de las élites políticas y militares que dirigieron las guerras de la independencia y que se enfrentaron desde los primeros instantes con las corrientes que, aun limitadamente, plantearon una perspectiva de transformación social y republicana.
La reivindicación acrítica de Bolívar sirve para confundir sobre la naturaleza de la propia guerra de la independencia en el norte de América Latina, un proceso de confiscación del levantamiento de las masas por los terratenientes y comerciantes, el cual fue continuado tenazmente por la oligarquía, con Páez al frente, a partir de 1830. El "León de Payara" no fue traidor, sino consecuente con los verdaderos intereses que privaron en la Guerra de Independencia.
Notas
1) Marx, Carlos. Simón Bolívar y Ponte, El "Libertador". The New American Cyclopedia, 1858
2. Marx y Engels: Obras Escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973.