Uno de los mayores defectos de la sociedad venezolana, exceptuando su organización estructural, sus relaciones de producción y su forma de distribución de la riqueza, consiste la promoción de la infidencia, la inconsecuencia y la deshonestidad. Rasgos estos que parecen multiplicarse en el fondo de la crisis o mejor del estado de cosas en las cuales vivimos, donde cada quien hace todo lo posible para agarrar lo suyo, mientras los principios como la solidaridad, parecen suspendidos, desaparecidos o no despiertan el interés de nadie.
Quienes dicen estar acordes en una idea, meta o contra algo o alguien que creen enemigo y causa de los males todos, no hayan nada en que ponerse de acuerdo para el hacer, pues cada quien quiere todo para él y los suyos, habiendo suficiente espacio y oportunidad para que cada quien muestre su competencia y se gane el mérito de estar donde sueña.
El pragmatismo político priva por encima de la cultura y los mejores deseos; la ventaja, la sinecura, son los objetivos de un joven político en repetidos casos. Es casi un comportamiento habitual tener que preguntar todos los días a alguien, ¿te pasaste o aún te mantienes en la posición de ayer?
Es como dice una humilde amiga mía, adeca por cierto, "estamos rodeados de bagres por todas partes". Hay una nueva fiebre del oro, que allá en el oeste americano provocó movimientos humanos gigantescos y desesperados en busca de una fortuna fácil o, como los braceros mexicanos, que en época de cosecha, movidos por el hambre, corrían hacia costa oeste de los Estados Unidos, tras unos salarios de miseria, como se narra en la obra "Viñas de la Ira", que le valió a su autor, John Steinbech, el premio Nobel de literatura.
En nuestro caso, Miguel Otero Silva, señala el camino de las caravanas que se dirigen hacia donde ha reventado el petróleo, mientras en "Casas Muertas", Ortiz comienza a languidecer. El período de la comercialización petrolera inicia el hundimiento de la Venezuela agraria y de las economías de subsistencia.
Las nuevas movilizaciones están fundadas en la desesperación de alcanzar posiciones que antemano sabemos que no nos merecemos y que nunca podríamos alcanzar si apelamos al esfuerzo honesto del estudio, del trabajo y del desprendimiento, pues esto no es meritorio ni tiene valor alguno en el mercado.
Deseamos ser los primeros y los más notables, aun cuando no nos respalde ninguna credencial moral o cultural. Son raros los ejemplos como el de Harry Haller, el extraño personaje de "El Lobo Estepario", obra que también le valió el premio Nobel a Hermann Hesse. Haller transcurrió su vida de sabio y filósofo como un bohemio inconforme y asqueado, desinteresado por la vaciedad del mundo y sin hacer alardes. Edgar Allan Poe, el más grande poeta de los Estados Unidos, fue recogido muerto de una borrachera o quizás por el exceso de consumo de las drogas a las que era adicto, en una calle cualquiera, sin que ningún cintillo de periódico lo mencionara, mientras se celebraban las conquistas de la revolución industrial en su país.
En nuestra literatura, Gallegos simboliza, a través de Lorenzo Barquero, al intelectual, quizás cobarde, pero honesto, que prefiere hundirse en el alcohol y el tremedal pero no servir de comparsa a la barbarie política. El más grande escritor que muchos hayan leído, el checo Franz Kafka, en su maravillosa obra "La Metamorfosis", prefiere convertir a Gregorio Samsa, su personaje central, en escarabajo y no hacerlo víctima de la alienación y la complacencia.
El propio Arthur Miller, quizás sin quererlo, le señaló el camino a Marilyn Monroe, pues en la obra "La Muerte de un viajante", suicida a su personaje, a quien la sociedad ya había matado de angustia. Willy, llegado ya a una avanzada edad y con dificultades para manejar su coche, medio de trabajo como vendedor, estimulado por su esposa Linda, opta por solicitar a su jefe, le asigne un trabajo en las oficinas de la empresa que lo alivie de esos viajes constantes en busca de compradores. La respuesta que obtiene de su jefe, es el despido por considerarle inservible para los intereses de la empresa. Dada la incapacidad de sus dos hijos, sobre todo de Biff, opta por suicidarse, para que éste use lo proveniente del seguro de vida para emprender un negocio.
La incomprensión de que fue víctima, su sensibilidad y soledad, llevaron al sacrificio a nuestro mejor poeta, José Antonio Ramos Sucre. El mejor, a pesar de lo que la propaganda y la politiquería digan otra cosa. El joven Bolívar muere en la miseria y extrañado del poder por no admitir que se le usara como símbolo de la reacción, por mercaderes y esclavistas. No obstante, pareciera que hoy en algunos grupos predomina el pragmatismo y la creencia de que la política es un juego y que como tal debemos apostar a ganador.
Para los ideólogos, ya no es suficiente hablar de Venezuela, de este período, sino del ser humano a quien un sistema inadecuado y decadente está destruyendo.
Frente a una disyuntiva trascendente, estando en el medio de una grave confrontación a nivel mundial, esa que llamamos la lucha entre la hegemonía o la multipolaridad, cuando ni siquiera esta, pese significa una mejor opción, no necesariamente envuelve una solución para nosotros, no somos capaces de asumir una actitud unitaria como país, por encima las diferencias inherentes al modelo o quizás por culpa de eso mismo, optamos por dividirnos en pequeñas parcelas, donde no se perciben propuestas en función de los intereses generales, sino que cada quien pone énfasis en el poder por el poder y con la inocultable intención de sacarle el mayor provecho a las circunstancias.
Y lo que es peor pareciera que en muchas personas, hasta tenidos como dirigentes y líderes, predomina la idea, además de sacarle el mayor provecho personal al triunfo o la ventaja, no de construir un futuro brillante para las mayorías, sino exterminar toda idea y hasta persona que difiera de los triunfadores. Es como un temor a las ideas opuestas. No basta con derrotarlas y ponerlas a un lado, lo más lejos posible de donde se toman las decisiones, sino hay que enterrarlas con quienes las conciben o anidan.
Los pragmáticos toman posiciones políticas sobre valoraciones a nivel de subterráneo, en función del pequeño beneficio o de la posición para la cual ni siquiera sirven.
Se juega a la política como a los caballos, lo importante es ganar y ahora, lo esencial es el poder, no importan los resultados. Los pragmáticos no meditan en torno a los resultados que su actitud arroja sobre la colectividad y el hombre en general. Piensan "lo importante soy yo, las ventajas que puedo obtener, los beneficios que ello me reportará, las mujeres que me rodearán, los trajes que podré adquirir".
El discurso sólo habla de derrotar al contrario, sin decir o definir para qué. Y buena parte de la gente buena, los votantes, parecieran no prestarle interés alguno al silencio que envuelve en lo que toca a sus necesidades y demandas. Parecieran dar por un hecho, en esta etapa tan avanzada de la humanidad y de lo mucho que sabemos del funcionamiento de las relaciones en las estamos envueltos, que no es necesario el discurso, programa, propuestas y compromisos de quienes pudieran llegar a gobernar sino que la sustitución de un gobierno por otro lleva necesariamente implícito eso, el bienestar de los oprimidos y explotados. Es una infantil e imaginaria imagen de aquello de la lucha entre el bien y el mal. En el seno de la multitud, pareciera que, un factor y otro, de hecho, pese el silencio, basta los deseos, encarnan lo mejor y lo peor.
Pero los idealistas no queremos estar en el subterráneo; el camino de la evasión de Gregorio Samsa, como alternativa literaria es bella, pero inconsecuente socialmente. Lorenzo Barquero, se volvió asqueroso de tanto asquearse. No queremos correr detrás de la veta de oro; no queremos sentirnos jefes para pavonearnos. No somos pragmáticos ni oportunistas. A todos aquellos que así pensamos, el país le ofrece la oportunidad de unirse para luchar por el triunfo de la verdad. No hay duda que somos una multitud.