La escasa sutileza de Netanyahu hacia el pueblo palestino y la bella personalidad de mí amiga judía

Cada vez que Netanyahu, ya casi sempiterno primer ministro del Estado de Israel, amanece como Zeus, el dios tronante de la historia antigua de Grecia, lanzando sus agresiones masivas, indiscriminadas sobre Gaza y el pueblo palestino, me acuerdo de ella.

Cuando veo un video puesto en las redes por alguna agencia informativa, no de origen palestino y menos del inexistente mundo comunista, sino de medios informativos de Estados Unidos, donde unos soldados atropellan ciudadanos pacíficos, damas y hasta ancianos, ella se me aparece.

No mucho tiempo atrás, viendo un video donde un soldado israelita, portando un arma de alto calibre, se acercó a un niño palestino de unos seis o siete años que transitaba cerca de él en una bicicleta, bajo gestos amenazantes lo obligó a bajarse de esta y se la destrozó, usando para ello el arma y golpeándola contra el suelo, sentí sobre mí, de ella, su mirada dulce, percibí su deliciosa sonrisa.

En mis ratos de ocio cuando se me viene a la mente la historia que me contó entre sollozos el bondadoso Don Elías, un palestino que me vendió fiado, en cómodas cuotas, para cuando yo se las pudiese pagar, mis primeros muebles para mi residencia matrimonial, un apartamento de un solo cuarto en Maturín, vuelvo a mirar su bella sonrisa y su gesto generoso.

Me contó Don Elías, por allá por el año 1965, que recientemente había ido a Palestina de visita, después de haber pasado varios años viviendo y trabajando en Venezuela. Llegó a los espacios donde estaba la casa de sus padres, quienes habían muerto estando él ausente y no le quedó otra cosa que volver a llorar por ellos en ese momento porque el espacio territorial donde él nació, creció y hasta la casa misma, había sido tomado a la fuerza por el Estado israelita. No le fue permitido entrar a su casa a reencontrarse con los viejos recuerdos, los de niño, porque fue considerado y tratado como un extraño. Al escuchar a Don Elías hablarme casi llorando y mirar su rostro inundado de lágrimas, se me apareció l< linda figura, sonrisa encantadora, delicada y sutil manera de hablar de ella.

La conocí en el liceo nocturno Juan Vicente González de Caracas, instituto nocturno que funcionaba en el Liceo Andrés Bello. Ella trabajaba en una empresa petrolera y yo en lo que entonces se llamaba INOS o Instituto de Obras Sanitarias, que se ocupaba del asunto del agua. Había nacido en Chile, pero llevaba años viviendo en Caracas. Era de padres judíos. Así siempre se definió ella. Nunca oí que me dijese "soy judía". Y, para mí, un joven de unos 18 años, la misma edad de ella, aquello no significó nada.

Eso sí, la primera noche que le vi en el liceo, me llamó la atención, tanto que me sentí muy atraído por ella. Su cantarina risa y rostro luminoso me llamaron la atención y más que eso, ella me atrajo. Nunca fui habilidoso y menos audaz en mis relaciones con las muchachas, pero sí percibí, pues fue por demás evidente, que a ella yo también le atraje. Y eso, nos allanó el camino para acercarnos prontamente.

Por ella y por mí, por esa mágica cosa, a partir de ese momento nos hicimos amigos. Por supuesto, por mis rasgos y todo lo que emanaba de mi joven figura, era fácil saber que yo no era judío. Y ella para mí fue, desde el primer momento, una linda chica, de figura esbelta, blanca y una espléndida sonrisa. Un lindo ser humano.

Trabajaba de secretaria, como ya dije, en una empresa petrolera, lo que a su edad, soltera y de padres acomodados que vivían una lujosa zona de Caracas, no le hacía falta, pero eso estaba en su formación. No era mi caso, debía trabajar para poder darme el lujo de estudiar y terminar mi bachillerato, meta en la que se me había hecho larga, justamente por carecer de lo que a ella sobraba.

Después de varios meses de estudiar juntos, haber hecho amistad, tanto que, ella al terminar las clases del liceo nocturno, como lo siguió haciendo cuando entramos a estudiar en la UCV de noche, me llevaba de vuelta a la pensión donde yo residía, pues tenía un vehículo muy nuevo, me enteré que era judía o mejor, como ella prefería decirlo, "mis padres son judíos". Me lo dijo como quien me estaba revelando un secreto. Pensaba que yo, eso fue lo que siempre creí, por eso podía rechazarla. Y quizás por eso mismo, nunca me dijo "soy judía". Yo tampoco me interesé en averiguarlo, por la misma razón que ella nunca me preguntó si yo era católico, protestante o ateo. Teníamos cosas más bellas que hablar y hasta decirnos.

Todos los fines de semana, mientras estudiamos juntos y podíamos vernos cada noche, primero en el liceo, donde estudiamos el 5to. Año de lo que se llamaba Filosofía y letras, para obtener el título de bachiller y luego hasta el segundo año de Derecho en la UCV, no las pasábamos juntos estudiando y paseando, para lo que su bello coche nos servía. El sábado, a eso de las diez de la mañana, sin llamada previa, yo estaba parado en la esquina de Balconcito, en la parroquia Altagracia de Caracas, justo donde estaba la pensión donde vivía, esperando que ella llegase desde Bello Monte, de la casa de sus padres.

Una vez, hablando de las familias, le pregunté, ¿por qué no me invitas a tu casa? Me gustaría conocer a tus padres.

"No es buena idea", me respondió y bajando la mirada me dijo casi calladamente, "estoy seguro que no les gustarás".

Le puse la mano en la espalda, la atraje hacía mí con lentitud, recostó su rostro sobre mi pecho y no hablamos más sobre aquello. Nos concentramos en lo nuestro. Más nunca volvimos a ese tema, pues me pareció indelicado hacerle preguntas por aquello.

Ella tenía planes, pues de eso hablábamos, de irse con sus padres a Israel, hacia donde convergían todos los judíos del mundo, era "la tierra prometida", en los cuales, era evidente, no entraba yo. Eran planes anidados en ella desde niña, una meta trazada al margen del acontecer. Pero siendo tan jóvenes, el tiempo que era necesario para que eso se concretase, era en ambos demasiado para hacer de aquello un drama entre los dos.

La vida tenía para mí otros planes, que no se me vinieron encima de repente y menos de manera inesperada, estaban dentro de la lógica y el hacer. Unos cuantos adultos y jóvenes, dividimos a AD, decisión que tomamos de manera deliberada, no fue un asunto azaroso, sino un error descomunal, que nos cambió todo lo que veníamos viviendo y hasta sueños rompieron otros sueños. Tomé la decisión, a petición de la dirección nacional de nuestro nuevo partido, de trasladarme a Cumaná a encargarme del liderazgo de la juventud de aquel proyecto "emergente". No tenía padres a quienes rendirle cuentas. Dejé la universidad, el trabajo, del cual me botarían sin duda en los próximos días y me marché a vivir una vida llena de dificultades. Por la emoción de todo aquello, no pensé en ella; me fui sin decirle nada. Más nunca volví a verla, no existían tampoco los teléfonos celulares.

En breve entramos en una lucha difícil y dura, tanto que no tenía tiempo para otra cosa sino pensar en nuestras tareas y supervivencia. Cumaná de inmediato se me hizo pequeña, cuando entramos en la clandestinidad y una nueva forma de lucha. Volví a Caracas donde podía desplazarme sin dificultad y hacer el trabajo que se me había encomendado. Pero los rigores de la clandestinidad imponían unas reglas estrictas que a uno lo separaron de las viejas amistades y hasta de la familia, por protección nuestra y de ellas. Por eso, pese algunas veces lo pensé, no volví a buscarla. Y a ella, yo me le volví inaccesible.

Ella no sólo era bella, dulce, alegre y optimista sino de una exquisita sensibilidad y sencillez. No estoy seguro si sus "planes" de irse a Israel con sus padres, eran tan sólidos y determinantes. Es posible, siendo como era y cómo nos llevábamos, no fueran así. Quizás hablaba un poco como impulsada sólo por un movimiento inercial, por algo internalizado en el grupo familiar, un sueño ancestral de sus padres, por un atavismo. Yo mismo decidí, determinado por emociones que nada se ajustaban a la realidad y hasta mis sentimientos. La emoción abate por demás y, vuelta odio, en jóvenes y viejos se convierte en un cáncer que carcome, destruye y tienta a destruir a los demás.

Cada vez que Netanyahu arremete con esa misma agresividad de ahora contra los palestinos, lo que pudiera buena gente explicarla en Hamas; cuando un soldado israelita asedia y tortura a un niño, cuando recuerdo las lágrimas de Don Elías, yo vuelvo a ella, la bella, delicada y generosa muchacha judía de mis años juveniles.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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