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Venezuela es única en su tolerancia hacia esos extranjeros que han venido en plan de saquearla, insultarla, calumniarla y tratar de humillarla. Bolívar eso jamás lo aceptó. Su patria fue siempre para él lo más sagrado. Recuerden, cuando el agente gringo Juan Bautista Irvine comenzó a hacer tratos con los realistas en el Orinoco y le incautó dos buques y lo mandó a lavarse ese paltó. Las cartas del Libertador a este personaje son sublimes, grandiosas.
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Todos saben a qué mequetrefe me refiero, ese que no da la cara, ese que aparece en una foto de lado, ensombrerado, casi de espaldas, igual que el otro que aparece con una firma de dos individuos porque ambos siempre han andado acobardados y disimulándose para mejor lanzar sus dardos. El susodicho ensombrerado lo hace así porque así ha trabajado toda la vida bajo la sombra, camuflado, disfrazado, furtivo, artero como todo miserable.
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El mismo ha confesado que ha trabajado para la CIA, y durante mucho tiempo lo estuvo haciendo oculto, incluso hasta tratando de aparecer como chavista…, hasta que decidió destaparse por lo menos con sus escritos, destilando bilis por doquier contra nuestro país. Porque no es sólo contra el gobierno al que escupe y ataca con vulgar vesania sino contra la patria, en asuntos sagrados, como por ejemplo el Esequibo.
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¿De dónde y cómo obtiene carta blanca para hacerlo? Y francamente no lo menciono porque me es absolutamente vomitivo por todo su proceder, toda su voluble y pastosa figura de lagarto en el pantano, como dijera Pablo Neruda.
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Nunca quise referirme a este individuo, lo evité hasta las heces, al máximo, hasta ayer cuando vi una de sus más viles y abominables deposiciones contra la patria. Estuve callado cuando ofendió de la más manera asquerosa al escritor y noble amigo Juan Veroes. ¡Basta!, usted no puede irrespetar más a este país ni a nuestros compatriotas, como lo viene haciendo desde hace más de diez años. ¡Basta! Sinceramente que me gustaría desafiarlo a duelo, como se hacía en otros tiempos cuando alguien cometía una ofensa que sólo podía dirimirse eliminándose uno de los dos, porque ya las palabras o el diálogo se hacen imposible.