Tobi sabe que lo conozco muy bien, y me dispara por mampuesto a través del tal Marcos Luna…

 

  1. Al Tobi lo conozco muy bien porque trabajamos juntos en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes. Esto ya lo he dicho en otros artículos. Teníamos un amigo común, el matemático Arístides Arellán, y en ocasiones coincidíamos en el patio central de la Facultad y allí discutíamos sobre cosas, muchas de ellas, realmente intrascendentes. Era él, debo decirlo, una total nulidad tanto en el ámbito académico como en el político. Un día, también lo he contado, me preguntó porque yo elogiaba tanto a Juan Félix Sánchez, a quien él consideraba un farsante, un viejo sinvergüenza que lo que había hecho en su vida era charcutería vulgar con sus capillas de piedras, sus tejidos y tallas. Le contesté de inmediato que él no sabía nada de su arte. Claro, él aquello lo dijo de la manera más indirecta y moderada, pero capté perfectamente en ese momento su inmensa catadura de tipo desorientado y fatuo, a la vez que despreciativo del arte popular.

  2. Cuando Chávez triunfó en 1998, el Tobi pronto se montó en el carro de la victoria y al poco tiempo lo encontramos bien conectado con la gente de PVSA. Se volvió un perfecto gurú político en manos de don Rafael Ramírez, y publicaba tiras y tiras de memeces tal cual como las sigue haciendo ahora por Aporrea. Algunas de sus publicaciones las llegó a recoger en libros muy bien presentados, y bautizados a tambor batiente. Los mecenas también le llovían por doquier. Todo el mundo quería publicarle. Vivía en la gloria del poder, tenía un cortejo de pajes ignorantes que lo adoraban y lo cargaban como a un San Benito, por las nubes del parnaso. El presidente lo llegó a nombrar por algunos de sus artículos, y aquel personaje no cabía en su piel. Una vez me lo encontré en el Hotel Alba, lo saludé, le dije de la manera más amable, que teníamos algo que conversar, pero me llamó la atención la forma patética como entonces me sacó el cuerpo. Realmente me pareció que el señor Tobi había visto algo terrible en mí, al mismísimo diablo, porque se excusó e inmediatamente se escabullo desaforadamente por entre unas mesas, unos biombos, y nunca más lo volví a ver. RIP.

  3. En esa ocasión, en el Hotel El Alba, lo que yo le quería comentar al señor Tobi, trataba sobre un personaje que ambos conocíamos, que andaba en planes conspirativos, y detentaba por entonces un alto cargo en el gobierno y ya lo tenían en la mira para encumbrarlo nada menos que a ministro de Cultura. Como yo andaba tras la pista de este peligroso rufián, se dio la casualidad de que sufrí un atentado en Los Caobos y hube de ser hospitalizado en un CDI que quedaba por los lados de Las Mercedes. Todo eso me puso en alerta. Nunca dejé de preguntarme por qué el Tobi huiría tan espantosamente de mi persona.

  4. Si huye de mí, saqué en conclusión, es porque algo bien feo debe andar ocultando. Algo teme de uno. No le interesa para nada tener ninguna clase de trato ni relación conmigo. En este sentido, pienso como Mario Silva, que cuando a uno ciertos personajes nos sacan el cuerpo, es porque saben que tenemos en nuestro instinto, un poderoso detector de gases de intestinales. Luego, con el tiempo, habría de ir confirmando esos temores extraños, con un montón de personajes que me miraban como al propio demonio y que al poco tiempo, uno a uno, a la vez, habrían de ir saltando la talanquera.

  5. ¿Quién puede en este país salir a partir una lanza por el tal don Rafael Ramírez, por Dios? Bueno, sólo el Tobi y su alter ego, ese supuesto señor Marcos Luna que uno sabe si realmente existe (se identifica con un muñeco, parecido a un estafermo escudado entre sombras). Debo agregar que el Tobi es su propio alter ego, así de simple. Y que alguien en este mundo me diga si es descifrable, leíble, entendible, aunque sea surrealistamente, ese artículo que el tal Luna escribió en mi contra, titulado "Soy de los "imbéciles" que defendemos a Rafael Ramírez, señor José Sant Roz". Verdaderamente que hay que ser bien imbécil para tomarse la molestia de salir en defensa de tan triste y repugnante personaje, y de un modo que nadie es capaz de entender.

  6. Cuando yo desenmascaré al Tobi, su pose, digo, por allá por 2013, recién muerto el Comandante Chávez, el mar de pajes que cargaban al Tobi en un palio como a un tótem milagroso, se abalanzaron contra mí, de manera agresiva. Aquel Tótem les hablaba desde todos los ámbitos del firmamento y me señalaban con furia. Evidentemente, yo les había tocado al más sagrado de gurúes de aquella hora. Poco después de tacar al fulano gurú de PDVSA, hubo un Secretario de gobierno de Mérida, a quien consideraba mi amigo, que cuando lo fui a saludar me dio la espalda con una contorsión tan violenta que casi se va de bruces. Luego, el gobernador de entonces me llamó aparte y me pidió que por favor no siguiera atacando al Tobi. Entendí el pavor que seguían inspirando mis artículos, y la verdad era que casi nadie quería ser mi amigo. Lo constataba una vez más. Por lo general muchos me trataban sólo hipócritamente.

  7. Resulta, que todo aquel enjambre de pajes que rodeaban al señor Tobi, poco a poco, se fueron desinflando, apagando, esparciéndose y dejando el pelero en medio de ese mar que ahoga al pueblo que es la burocracia. Apartándose de aquel fatuo fetiche que era ahora resultaba puro bluf, pura pamplina que había reventado al primer pinchazo. Pero a mí, sin embargo, a pesar de haberles demostrado que habían estado adorando a un farsante, no podían para nada tragarme, porque columbraban que yo llevaba el famoso detector que era capaz de poner al descubierto a los imbéciles, a los falsos revolucionarios, a los adoradores de tótems, a los que a la vez no tenían nada en las gónadas ni mucho algo en los sesos.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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