La degeneración

Sobre los tipos de Estado o de gobierno se ha teorizado desde la Antigüedad. Lamentablemente, no conocemos el pensamiento político de aquellos ancestros que construyeron grandes ciudades en la Amazonía, o el procedente de la civilización Caral, descubrimientos arqueológicos que han echado por tierra las creencias acerca de la antigüedad de la población y las grandes culturas en nuestro continente. Por eso, tendré que recurrir a la antigüedad griega como primer antecedente de esas clasificaciones. Así, los griegos distinguían los Estados según el número de los gobernantes, sea uno (Monarquía), algunos (aristocracia; o sea, los "mejores") o todos (democracia). Cada régimen tendría sus ventajas y sus desventajas. Por ejemplo, el gobierno de Uno (o de una familia, con sus descendientes) tenía la cualidad de su estabilidad y la claridad de sus líneas de mando, aunque entrañaba el riesgo del despotismo; mientras que, en teoría, la aristocracia garantizaría la calidad del grupo gobernante, a pesar del riesgo de que se convirtiera en una excluyente oligarquía y, finalmente, el gobierno de todos, suponía una serie de valores positivos en sí mismos: libertad, igualdad, evitación de la arbitrariedad, que, de faltar, llevaría a la mediocridad las decisiones y los métodos para tomarlas.

Un historiador griego, Polibio (considerado EL historiador, por antonomasia), retomando algunas sugerencias de sus antecesores en esto de pensar el Estado, planteó que la degeneración de las formas de gobierno era cíclica (el proceso completo lo llamó "anaciclosis"), se repetía indefinidamente, y hasta tenía una secuencia necesaria, o sea, causal. De esta manera, el gobierno de Uno, la monarquía, siempre terminaba en la tiranía; la aristocracia dejaba de ser el gobierno de "los mejores" para convertirse en la tiranía de un grupito, una oligarquía celosa de sus privilegios. Finalmente, la democracia degeneraba a causa de la demagogia, la oratoria decadente, mentirosa, la trampa, la corrupción, en fin. Esa degeneración de la democracia, según Polibio, se denomina "oclocracia": cuando la democracia se mancha de ilegalidad y violencia, dando paso a la tiranía. Como tales generaciones y degeneraciones de los regímenes políticos se repetían ineluctablemente, produciéndose unos de otros, Polibio llegó a proponer combinaciones de los sistemas, para que las ventajas de unos, compensaran los defectos del otro. De ahí surgió, por ejemplo, la noción de las "monarquías constitucionales" como las de Inglaterra, España y otros países europeos. Por supuesto, no pensamos que los regímenes existentes derivaron de una simple deducción teórica, sino de equilibrios inestables entre fuerzas; pero las ideas sirven para resolver problemas y darles una expresión racional a los arreglos que de otro modo se eternizarían en una guerra civil interminable, como advirtió Hobbes.

Con la caída del muro de Berlín y con él una forma de "socialismo", en la última década del siglo XX, la democracia pasó a ser una especie de consenso, por lo menos en el plano de los discursos y los textos de todos los políticos del mundo. Claro: cada quien le dio su interpretación y le asoció valores diferentes. Pero hoy en día todos hablan de democracia, desde Biden y Trump, hasta Putin y Xi Jin Ping, pasando por el Ayatolá de Irán y el par de Ortega y la "Chayo". De tanto usarla, la palabra se gastó y ha pasado a designar casi cualquier cosa. Por eso algunos politólogos han propuesto una definición mínima de democracia, a saber: es aquel régimen en que el pueblo (los gobernados) puede elegir sus gobernantes. Esta noción digamos "minimalista" cierra algunos problemas, pero mantiene abiertas las disputas.

Generalmente, los políticos se enfrentan a propósito de los valores que la democracia debería, según ellos, poner en práctica. Esos valores van, desde la igualdad (de clases, de razas, de sexos, de orientación sexual), la libertad (del individuo ante el Estado, como los liberales genéricos; más allá, la libertad de expresión, asociación, movilización), la tolerancia, la protección de los débiles (niños, enfermos, tercera edad), el acceso a la salud y la educación, a la vivienda, etc. Przewosky dice que esos conflictos doctrinarios se refieren a los valores que la democracia debería aplicar, no a la democracia, porque todos se autodefinen como "demócratas". Pero me parece que más bien, lo que se disputa, es la concepción de la democracia. Por otro lado, es verdad que ninguna opción política hoy levanta la bandera de una dictadura, ni siquiera la del proletariado, mucho menos de los más ricos; aunque en realidad, y especialmente a la vista de sus contrincantes, están proponiendo una dictadura, es decir, un poder por encima de las leyes o de los "valores humanos", o, más directamente, un despotismo o tiranía.

El chavismo como fuerza política ha cumplido también su ciclo histórico, desde ser oposición, la expresión democrática de una mayoría popular, hasta convertirse en un despotismo (u "oclocracia", para seguir con los términos de Polibio; Nicmer Evans habla de "kakistocracia", gobierno de los peores, pero no es cuestión de multiplicar los términos; además, Evans no es Polibio). En esto tiene similitudes con otros ejemplos históricos, como el bolchevismo y el sandinismo.

Se pueden constatar varias transformaciones. Tal vez, las más importantes son la del carácter de clase de sus políticas y sus ejecutantes, y su noción de democracia. Una caracterización muy general bastaría para indicar su mutación de clase, de popular (alianza de clases explotadas) a una burguesa u oligárquica (para no llamarla neoliberal; Maduro no es un Milei, aunque algunas de sus políticas se le parecen): políticas anti-salarios, estímulo y acuerdos con el capital nacional y transnacional echando para atrás incluso disposiciones legales de sentido nacionalista, criterios monetaristas para su macroeconomía, dolarización, privatización.

La noción de democracia del chavismo también fue cambiando, desde una participativa, donde se preveían formas de deliberación y gestión desde la sociedad misma o de los trabajadores directamente, con instituciones como los referéndum que garantizaban, no solo la alternabilidad y las iniciativas políticas, sino la revocación de los mandatos de los funcionarios electos; hasta una oligárquica, en la cual la participación antes estimulada, quedaba cada vez más subyugada por las cooptaciones, las decisiones impuestas por un pequeño grupo de militares y políticos (nuevos ricos), en quienes han definitivamente delegado el resto del colectivo chavista todas las decisiones. No vamos a analizar aquí las fases de esta degeneración. Lo que se puede observar es que esta conduce a una tiranía que implica la reducción de la acción política de los gobernantes al mantenimiento del poder.

Esta es la principal degeneración del chavismo. Damián Alfa, en una X, ha señalado a este respecto la paradoja del chavismo: "fue derrotando a sus oponentes y acumulando poder, a la par que iba autodestruyéndose hasta perder toda forma de proyecto político, capacidad de convencimiento y credibilidad. Lo que queda de lo que fue ese proyecto político arrolla, aplasta, se sostiene en el poder, vence con una victoria con sabor a derrota. Es un sector político que afirma que llegó para quedarse, pero que hoy no es capaz de dibujar un país creíble y deseable para las mayorías". Dicho de otra manera, el poder mismo se ha degenerado con el chavismo. Poder es el infinitivo de un verbo transitivo; es un "poder hacer" algo, su proyecto de sociedad. Por sus circunstancias, el chavismo lo único que tiene claro hacer es conservar su poder que ha pasado a ser despótico, por cuanto ni siquiera es capaz de garantizar el "mínimo democrático": la capacidad de los gobernados de elegir libremente a sus gobernantes. Un drama para los chavistas, pero mucho más para todo el pueblo.

Por supuesto, interpretar el ciclo del chavismo se queda corto sin analizar el ciclo de la oposición. Una oposición que no logra llegar al poder y, en ese sentido, con rasgos parecidos a la izquierda de los sesenta y hasta con ejemplos de tragedias históricas como el trotskismo. Pero este es un tema que requeriría otro artículo o, quizás, una serie de ellos, para ver por lo menos esas dos caras, no de la moneda, sino de este poliedro que es la historia contemporánea de nuestro país.



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Jesús Puerta


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