En su escrito titulado «Los ilegales» y publicado el 12 agosto de 1916, Ricardo Flores Magón hace notar que «los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías. Rebeldía y legalidad son términos que andan de la greña. Queden, pues, la ley y el orden para los conservadores y los farsantes». Hasta ahora, salvo las excepcionales experiencias históricas revolucionarias escenificadas durante el siglo XX por los pueblos de Rusia, China, Cuba y Vietnam, la toma del poder por parte de la izquierda revolucionaria ha chocado con los convencionalismos institucionales de la democracia burguesa, lo que ha permitido que se crea y se difunda la idea interesada de sus enemigos ideológicos respecto a su incapacidad para ejercer adecuadamente el gobierno y para resolver los problemas que aquejan a todos los ciudadanos. Lo que generalmente se obvia es el hecho que las leyes existentes fueron elaboradas para mantener asegurado el orden establecido. De ahí que, volviendo a Flores Magón, "si hay que renovar hay que comenzar por romper la ley"; es decir, crear un nuevo basamento legal que contribuya a afianzar y a hacer siempre posible el avance organizativo y protagónico de los sectores populares subalternizados. Por consiguiente, ampararse en la vieja institucionalidad burguesa, lejos de facilitar cualquier cambio revolucionario significativo, sólo estará poniendo trabas a las demandas populares para que la democracia se convierta en algo más sustancial que el simple derecho a votar y a tener en todas las jerarquías del Estado a burócratas de la misma tendencia político-partidista. De hacerse así, sería aceptar, de manera estúpida e irresponsable, los límites de una revolución permitida. Algo semejante a lo vivido en Chile durante el accidentado y abortado mandato presidencial de Salvador Allende e, incluso, en Nicaragua con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, a pesar de haber conquistado el poder mediante las armas. Al final, se produce una desmovilización, una desvalorización y una desafiliación por parte de una franja importante de seguidores que da cauce a las apetencias de los sectores derechistas, como ocurrió en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y El Salvador.
Todo esto hay que tomarlo en cuenta al hablar de la situación que estaría confrontando el gobierno de Nicolás Maduro, corporizada en las diversas agresiones dirigidas a socavar la soberanía venezolana, propiciadas en gran parte por los gobiernos estadounidenses, contando para ello con la complicidad de sus siervos locales, en su escrito «Derrotar al fascismo antes de que sea demasiado tarde», James Petras expone: «El desafío de Venezuela es lograr cortar las bases económicas y políticas del fascismo». Y en esto tiene mucha razón el sociólogo estadounidense: de no comprometer al pueblo en la transformación estructural de la economía, así como las relaciones de poder, a través de una participación, una movilización y una organización sostenidas, se abren las posibilidades para que se reduzca, eventualmente, la brecha que separa al chavismo y los grupos de la derecha fascistoide. Bajo una perspectiva crítica y realista, la más seria amenaza que podría demoler al chavismo es su institucionalización y estancamiento, lo que propicia el surgimiento de grupos y subgrupos en su seno que atentarían, en todo momento, contra la organización y la actuación autónoma y revolucionaria de los sectores populares, buscando satisfacer sus propios intereses.
En "Sobre el realismo de la ultraderecha. Más allá de la demencia y la magia", Miguel Mazzeo refiere que "la ultraderecha se sabe emergente de la crisis irreversible de las viejas instituciones de la sociedad salarial, de la democracia liberal y del viejo Estado-nación burgués. Una crisis que incluye a los modos tradicionales de construcción de comunidad política. También sabe que sus contendientes, mientras continúen aferrados a esas instituciones, a ese Estado y a esos modos de construcción de comunidad política, permanecerán incapaces de seleccionar 'otra herencia' y tramar otros modos de hacer comunidad, no recuperarán la confianza en su poder-hacer, no alcanzarán jamás la estatura de contendientes sistémicos y no darán la pelea por los temas esenciales, o no serán eficaces en esas disputas. Por lo tanto, la ultraderecha es consciente de la debilidad de sus contendientes y puede presentarlos como exponentes del pasado, como personeros de una degradación, reservándose para sí la condición de efigie del futuro". En lugar de idealizar a quienes han ascendido a la cúspide político-partidista o del gobierno, debiera fijarse la meta en promover y asentar la hegemonía del pueblo, garantizando con ello el verdadero ejercicio de la soberanía. En consecuencia, frente a la actividad nociva y delictiva de las burocracias extorsivas del Estado (sean cuales sean su nivel y competencias) debe prevalecer la reiterada democratización del discurso y de la acción de los sectores populares revolucionarios organizados. De persistir la visión sectarista que exhiben muchos de estos gobernantes, no resulta extraño que surjan grupúsculos delictivos entre sus filas, como se descubrió en PDVSA.
Según lo analizado por Antonio Gramsci, las hegemonías comienzan siendo inicialmente culturales y políticas. Luego éstas pasarán a ser también políticas y electorales. Pero, para que estas hegemonías sean posibles, es necesario que haya un protagonismo social insurgente, a través del cual se garantice el avance y la consolidación de los cambios revolucionarios. Con su activación e influencia se evitaría lo que Álvaro García Linera llama la oligarquización de la política, ya sea por nepotismo o por la conformación de grupos y de subgrupos a lo interno de los partidos políticos y del Estado. Armadas con las banderas de la justicia social y la democratización económica, y secundadas, además, por las acciones y la conducta ética de quienes ocupan los diferentes cargos de gobierno, las masas populares podrán asumir, entonces (así suene a utopía, en su noción distorsionada) el protagonismo de una revolución siempre posible. -