Según lo afirmara hace ya un largo tiempo el renombrado escritor uruguayo Mario Benedetti, "cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas". Lo mismo podrá aplicarse a la realidad contemporánea donde todo parece trastocado, reflejando su antípoda en vez de su verdadera esencia, especialmente en el mundo de la política, con personajes que emiten un tipo de discurso totalmente opuesto a su conducta y a sus acciones, sin que por eso se les señale como hipócritas y merezcan la desaprobación general. De este modo, se verán "revolucionarios" que estarían acondicionando su país (sea de manera paulatina o de manera abrupta) para declarar la imposición de una política económica neoliberal irreversible y así atraer a los grandes grupos capitalistas con quienes se aspira en hacer negocios bastante lucrativos; teniendo una masa laboral desarticulada, depauperada, desregulada, silenciada, temerosa de quedar desempleada y sin ninguna conciencia de clase que le motive a emprender una lucha incierta por sus derechos. Mientras que en la acera contraria, los ultraderechistas (tipo Javier Milei en Argentina) se pronuncian en favor de la libertad y de la democracia, pero encadenan sus países a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales y condenan a la miseria a millares de personas (a quienes señalan de ser ociosas, viciosas y dependientes en extremo del Estado) para que perduren las ganancias de la clase capitalista. Esto último ha hecho que muchos estudiosos del tema político se refieran a derechas populistas y derechas radicales (o fascistoides) tratando así de diferenciarlas en parte de lo que fuera el nazi-fascismo clásico europeo. Algo semejante ocurre igualmente con la izquierda donde muchos de sus representantes buscan distanciarse del pasado soviético y de las experiencias fallidas de la lucha armada que tuvieron lugar en nuestra América para ajustarse, sin grandes innovaciones de su parte, a las condiciones marcadas por la nueva realidad geopolítica a nivel global.
En este mundo, las personas que disfrutan de los beneficios del capitalismo (ubicados en la cúspide del orden social dominante) le hacen ver a las demás que siempre tendrán las mismas oportunidades que ellas, si se dedican a trabajar con denuedo y no buscan alterar el estado de cosas tradicional. Según esto, la normalidad capitalista exige e impone el afán de lucro por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, individuales y colectivas, por lo que poco interesa si ello es beneficioso o no para la continuidad de los ciclos biológicos de la naturaleza y de la vida de la gente (generalmente pobre) que se halla en la ancha base de la pirámide social. Esto tiene en el sistema mercantil de propiedad privada uno de sus pilares fundamentales y es el origen de la inequidad que se ha observado en toda nación donde impere el capitalismo. Bajo su égida, el dinero se convierte en la medida de valor de las mercancías, lo cual incluye la fuerza de trabajo, lo que es reglamentado por normas jurídicas que la garanticen, en lo que constituye, sin duda, una libertad condicionada, necesaria para la reproducción del mismo sistema, pero que poco (o en nada) modifica la alienación en que se encuentra la generalidad de los trabajadores alrededor del planeta.
Otro tanto se observa en aquellos que dicen estar en contra del sistema liberal representativo y capitalista. Se escudan en la "necesidad histórica" de conducir a la nación que rigen al mismo nivel de desarrollo y de crecimiento económico de las potencias capitalistas, siguiendo el ejemplo de China y de Vietnam que mantienen un régimen nominalmente comunista a la par que su economía aplica los mismos preceptos del capitalismo. Lo que en Venezuela define la filosofía popular como arroz con mango, para simplificar mejor las cosas. Sin embargo, su trascendencia va más allá de este señalamiento, puesto que sus múltiples efectos apenas han sido vislumbrados por economistas, politólogos y otros profesionales especializados. No obstante, las tensiones y el enfrentamiento entre Estados Unidos, Europa occidental, Rusia y China dan la medida de lo que estaría perfilándose en el futuro, con un escenario similar al que existiera poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial con los territorios colonizados y neocolonizados de África, Asia y nuestra América sirviendo de abastecedores de materia prima barata para sus emporios industriales en lo que se llegó a conocer desde entonces como la división internacional del trabajo.
En su artículo "Brutalismo supremacista libertariano", el escritor, filósofo y activista de izquierda italiano Franco Berardi "Bifo" reflexiona que "al hacer de la competencia el principio universal de las relaciones interhumanas, el neoliberalismo ha ridiculizado la empatía por el sufrimiento del otro, ha erosionado los fundamentos de la solidaridad y, con ello, ha destruido la civilización social. Cuando Milei afirma que la justicia social es una aberración, no hace más que legitimar el derecho del más fuerte y galvanizar la ilusión de masas de individuos jóvenes (en su mayoría varones) convencidos de que están dotados de la fuerza necesaria para ganar a todos los demás. Esta creencia no se desmonta fácilmente, porque cuando el día de mañana estos individuos sean, como ya lo son, miserables solitarios empobrecidos, solo culparán de su derrota a los inmigrantes, o a los comunistas, o a Satán, según su psicosis preferida". La «invisible violencia del mercado» de la cual habló Eduardo Galeano se ha hecho presente en la mayoría de nuestros países, causando todo tipo de traumas a quienes viven en ellos, tanto si es la aplicación de un plan económico neoliberal, un golpe de Estado "institucional" o el odio inducido a través de redes sociales y medios de información tradicionales contra los extranjeros; lo que hace preguntarse a muchos si la democracia, tal como ha sido conocida hasta ahora, no estaría llegando a su final. Todo ello conforma no solo un dilema sino también, de un modo prácticamente urgente, la búsqueda de alternativas que se desprendan de los cánones establecidos, pero que aún centren su atención en la emancipación de todos, sin retórica, y no en los mezquinos intereses de una minoría.