Nota: Parte II, de III, de un capítulo de mi novela inédita, "Historias de cuando quisimos asaltar el cielo". Se trata de la Historia de Isabel, una joven ADECA víctima de la represión de la Digepol en los años 60 del siglo pasado.
Como de costumbre la Digepol allana la residencia. Isabel cree que puede con ella.
Pese a no ser conocedor del área, pues tampoco era mucho el tiempo que en ella se movía, la mayor de las veces en noches friolentas que le obligaban a cerrar los vidrios de las ventillas y acurrucarse en el asiento del vehículo que le transportaba como pasajero, ver o no ver al través de vidrios empañados, por ciertos detalles que la juventud no deja fácilmente pasar desapercibidos, como viviendas a ambos lados, de colores discretos, en armonía con el ambiente natural, de una soledad parecida a la mansedumbre, a gélidos vientos de antaño, la mandonería de los dueños y el temor a los fantasmas que corrían, como si tuviesen que ir al trabajo en las grandes ciudades del futuro, cual gente caminando en una dirección y otra sin saber hacia dónde iban y menos cuándo debían llegar a su destino, supo que ya estaba en los minutos finales de su viaje lento y cansón. Pero sabiendo que aún disponía de algún tiempo y como su compañera parecía sumida en profundo y nuevo sueño, quizás el último de la travesía, volvió sobre sus recuerdos.
Aquella noche no tenía nada de particular; la avenida Páez, en la cuadra del Instituto pedagógico y del Liceo de Aplicación, ubicado en parte del espacio del viejo Hipódromo caraqueño, como siempre a aquella hora cercana a la medianoche, lucía solitaria. Sólo de vez en cuando pasaba algún vehículo a exceso de velocidad mientras las luces, desde lo alto de los postes no dejaban de parpadear. Pocos transeúntes, como era habitual desde las primeras horas nocturnales, se aventuraban por allí, justamente por la soledad, como que está la de allí atrajese toda la soledad que había en otras partes. Apenas una que otra, de las pocas personas que habitaban en aquella residencia estudiantil o se dirigían habitualmente al barrio de las faldas del cerro, se veía por allí, pues para éstas había otras vías más accesibles.
La calle que venía desde la falda del cerro, debajo por donde corría la llamada cota 905, hacia el sur y terminaba en su encuentro con la avenida, estaba absolutamente sola en aquel momento. Ni siquiera uno de los tantos perros callejeros que por allí se veían a lo largo del día en busca de algo de alimento, por ella deambulaban. Hasta las siempre insistentes ráfagas de vientos fríos que suelen venir del norte, de por allá del Ávila, y con bastante frecuencia corren raudos por aquellas estrechas calles hasta estrellarse en el pequeño promontorio al sur del Paraíso, meterse en casas, ranchos de allá arriba donde parecían morir o absorbidos, habían desaparecido como misteriosamente. Todo parecía estar como para que los diablos, fuerzas maléficas como la policía política, practicasen sobre aquella residencia, de estudiantes pacíficos pero calificados de subversivos, una de sus habituales "visitas domiciliarias". Hasta los bombillos de los cuatro postes a lo largo de la media cuadra hasta el sitio a allanar, parecían quemados o por lo menos no alumbraban. Son vainas del poder y de los malos; siempre saben y pueden acomodar las cosas para facilitar sus planes; aunque el iluso siempre creerá, fueron cosas accidentales o casualidades de la vida.
En las casas más cercanas, sobre todo las del frente, sus habitantes, remanentes de las clases "altas" de entonces, empresarios, profesionales "exitosos" y hasta un personaje muy popular de la televisión, los pocos que quedaban de una multitud que años atrás comenzó a emigrar hacia el este de Caracas, se recogían muy temprano y no se molestaban, por cosas de la edad, "buena educación", discreción, rasgos estos dos últimos que suelen confundirse con falta de solidaridad, de lo que aconteciese fuera de sus casas, siempre que no afectasen a uno de ellos. Los jóvenes de aquellas familias ya habían descubierto que su destino estaba en las tierras del norte, temprano empezaron a irse en busca del "ideal americano" y los viejos se quedaban solos, cerca del baño para evitar las carreras, con sus recuerdos, apegos a la tierra madre y las abundantes propiedades. También muchas de aquellas casonas, recuerdo de los tiempos de El Paraíso como la zona más "elegante" de Caracas, estaban vacías y dispuestas a la venta.
Era pues un área que invadía la hiedra y la soledad que empezaba a reinar en las horas nocturnas. De día, las actividades del Instituto Pedagógico y las del liceo de enfrente, hacían aquel espacio bullicioso, alegre y hasta un tanto inexpugnable; de noche, los habitantes de la residencia, que eran pocos, quedaban envueltos en penumbra, silenciosos presagios, indefensos y donde los derechos humanos no existían; es más, allí como en el país todo, hasta los atropellados, habían olvidado por completo la existencia de aquellos derechos en una constitución nonata. El ambiente deprimente y la ruindad humana se combinaban para que, en aquel espacio, la policía política de un gobierno hipócrita, se cebase. No había testigos; la opinión y denuncias de la gente que ocupaban aquella residencia, nada valían para los organismos del estado.
-"¡Abran esta mierda de puerta o la echamos abajo!"
Fue la cordial forma de anunciarse, pronunciado como se habla a una multitud a sabiendas que sólo escucharían quienes estaban a esa hora repantigados en sus camas, temiendo que en cualquier madrugada y hora llegarían allí, sin ninguna delicadeza, "los agentes del orden".
Con el tiempo, sabiéndose esperados, habituales visitantes de aquella residencia, donde nunca encontraban nada que interesase, cambiaron la forma de presentación y por dejar de ser rudos, fieles a su condición brutal, golpearon como con intención de echar la puerta abajo.
Casi todos adentro escucharon, como si fuese el timbre del Instituto Pedagógico llamando a clases o cualquier asiduo visitante de la casa; que fuese aquella hora de la madrugada no importunaba, todos allí estaban acostumbrados a aquello. Nadie tampoco se preocupaba, pues en las tantas últimas "visitas", se marchaban con las manos vacías, pues allí no pernoctaba nadie en quien estuviesen tras su huella. Quienes sí dormían allí estaban por demás "limpios" y comprobadamente alejados "de todo mal, amén".
Quizás, la única quien mostró interés por todo aquello, el golpeteo insistente e indelicado contra la puerta; la gritadera procaz a aquella hora, el irrespetuoso trato dado a una residencia de estudiantes, donde sólo vivían señoritas y señoras, fue Isabel.
Le habían hablado que aquellas cosas sucedían con excesiva frecuencia en aquella residencia.
-"La policía política o Digepol, visita a cada instante y por cualquier cosa esta casa, según comentarios de mis amigos y hasta mi novio. Pero no creo que en verdad eso suceda, menos que cometa tropelías como destruir cuanto se le ocurra, humillar a residentes, señoritas y señoras que sólo se ocupan de sus trabajos y estudios. Cuántas veces me han hablado de eso, he pensado que se trata de cosas inventadas por los enemigos o nada simpatizantes del gobierno que aquí sí abundan, bien lo sé, aunque de eso no pasen, para desprestigiarlo y reproducir una falsa imagen. Mi tío, que es médico y senador por el partido de gobierno, que bien conozco y por quién me dejaría cortar un brazo en garantía de su seriedad, pulcritud, bondad y propensión a defender los derechos de la gente, no defendería jamás un estado de cosas, una conducta como esa que le atribuyen aquí a la policía. Es hermano de mi madre, y como tal se muestra excesivamente amoroso y delicado con ella y sus hijos. Si algo admiro en él es su delicadeza, buen gusto y probadas muestras de amor hacia los suyos. Siempre se le ve rodeado de gente del pueblo, humildes que a él acuden como médico y figura importante del partido, con la certeza que serán bien atendidas. Y él, bien sabe cómo cuidar no le engañen y atrapen en una partida de facinerosos."
Pensando todo aquello fue de las primeras en salir de su habitación, pese que Iris, tuvo el cuidado de advertirle:
-"Tú eres nueva, ellos no te conocen. Ese sólo hecho te hace sospechosa. Los demás somos como las paredes, marcos de las puertas o los viejos "peretos" de la cocina. Nuestra presencia forma parte del paisaje y a ellos no les distrae. Procura no adelantarte y sí más bien pasar desapercibida. Mézclate entre todas, así quizás no reparen en ti."
-"¡No! Iris, descuida. Si en verdad es la policía e intentan algo contra mí, les haré saber quién soy. Militante de la juventud del partido. Es más, aquí tengo a mano el carnet que me acredita como tal. Si se hace necesario les haré saber soy sobrina del senador amigo del presidente. Quizás hasta consiga se retiren mansamente y nos dejen en paz."